Adrian Zapata

zapata.guatemala@gmail.com

Profesor Titular de la USAC, retirado, Abogado y Notario, Maestro en Polìticas Pùblicas y Doctor en Ciencias Sociales. Consultor internacional en temas de tierras y desarrollo rural. Ha publicado libros y artículos relacionados con el desarrollo rural y con el proceso de paz. Fue militante revolucionario y miembro de organizaciones de sociedad civil que promueven la concertación nacional. Es actualmente columnista de el diario La Hora.

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Las crisis políticas se resuelven de diferentes maneras, las contradicciones que las mismas expresan pueden tener un desenlace de transformación o de regresión.  La que ocurrió en el 2015, provocada por la CICIG y el apoyo estadounidense que ella tenía para combatir la corrupción y la impunidad, se expresó en masivas movilizaciones de las clases medias urbanas. El gobierno del partido gobernante, el Patriota, fue defenestrado. Sin embargo, la crisis no se resolvió con una conclusión transformadora. Fue al revés, el slogan de “ni corrupto, ni ladrón” del comediante Jimmy Morales, apoyado por las cúpulas empresariales, pegó en las ansias ciudadanas de desplazar a los políticos tradicionales mediante la elección de un “outsider”. Así que, pese a las ingenuas ilusiones de quienes Mario Roberto Morales denominó la “izquierda pink”, la crisis política se resolvió por el rumbo de la regresión, no de la transformación.  Pero hubo un saldo político positivo, aparentemente marginal, que fue el inicio de la constitución de un nuevo partido político, Semilla, de orientación progresista, clasemediera urbana. 

Cuatro años después, en el 2019, la desilusión ciudadana ante el payaso Morales la capitalizó Alejandro Giammattei y su aspiración pregonada con vulgar apariencia de espontaneidad, de no querer ser recordado como “un hijo de puta más” (cita literal). Su gobierno construyó una exitosa convergencia perversa entre las redes político criminales y las élites empresariales, con la bendición del gobierno estadounidense, ya con Trump gobernando, la cual consiguió cooptar la institucionalidad estatal para garantizar la continuidad de la corrupción y la impunidad. Pero en esas elecciones generales, también hubo un nuevo saldo positivo, ya que el partido surgido de la crisis política del 2015, Semilla, obtuvo un bloque parlamentario de siete diputados, cuantitativamente poco significativo, pero con gran relevancia cualitativa.

El gobierno de Alejandro Giammattei exitoso en sus perversas intenciones de garantizar la continuidad de la corrupción y la impunidad, fue tan groseramente evidente en tales propósitos, que produjo una indignación ciudadana que no encontraba formas de expresión. La movilización social no se produjo. Todo parecía perfecto para la continuidad de la alianza perversa, mediante el triunfo electoral de la opción oficialista. El escenario que se construyó parecía óptimo. Una candidatura reaccionaria extrema, Zury Ríos, otra de “ ex izquierda cooptada y subordinada”, Sandra Torres; y la verdadera apuesta para la continuidad, encabezada por César Conde. Utilizando el control institucional que poseían, eliminaron de la contienda al díscolo e impredecible candidato Carlos Pineda y toleraron una opción de centro derecha encabezada por Edmund Mullet. Esta candidatura tuvo el mérito de haber posibilitado el inicio de la ruptura de la convergencia perversa, ya que era la más coherente para las élites empresariales, quienes de aliados habían pasado a ser, en gran medida, rehenes de las redes político criminales.

Pero la indignación ciudadana no se expresó en movilizaciones, no hubo participación de los liderazgos onegenistas, usualmente cajas de resonancia de los demócratas estadounidenses. Discretamente, el pasado 25 de junio, dicha indignación filtró al balotaje a Bernardo Arévalo. Nadie esperaba que un candidato que no tenía un liderazgo nacional significativo tuviera ese desempeño. El voto por Arévalo no fue realmente por él.  Fue en contra del establecimiento mafioso. Él lo capitalizó.

Sin embargo, ese resultado electoral y toda la parafernalia provocada por la desesperación de las redes político criminales encabezadas por Giammattei, tratando de evitar la participación de Bernardo Arévalo en el balotaje, produjo un resultado sorprendente y significativamente positivo, ¡su construcción como un líder nacional! 

Por segunda vez en la contemporánea era democrática, una crisis política podría resolverse por un rumbo transformador. La anterior fue con Vinicio Cerezo, en 1986, que posibilitó el inicio del proceso de paz en Guatemala. Por eso, el próximo domingo la oportunidad no sólo es iniciar el proceso de reversión de la cooptación mafiosa del Estado, ¡que ya es mucho! Es la ocasión de tener un liderazgo nacional moderado, pero con vocación transformadora, en la Presidencia: Bernardo Arévalo.

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