Alfonso Mata

alfmata@hotmail.com

Médico y cirujano, con estudios de maestría en salud publica en Harvard University y de Nutrición y metabolismo en Instituto Nacional de la Nutrición “Salvador Zubirán” México. Docente en universidad: Mesoamericana, Rafael Landívar y profesor invitado en México y Costa Rica. Asesoría en Salud y Nutrición en: Guatemala, México, El Salvador, Nicaragua, Honduras, Costa Rica. Investigador asociado en INCAP, Instituto Nacional de la Nutrición Salvador Zubiran y CONRED. Autor de varios artículos y publicaciones relacionadas con el tema de salud y nutrición.

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Alfonso Mata

Los derechos humanos son principios o normas morales que describen estándares de comportamiento humano. Son aplicables en todas partes y en todo momento en el sentido de ser universales. Y dicen claramente que todos somos iguales sin distinción de género y sexo.

Pero la cosa en la realidad es diferente: muchas veces y en muchos aspectos de la cultura, la mujer no se mide como igual, ni en voz, ni en voto, ni en derechos. Y Guatemala firmante de muchos de sus tratados, debería defender y abogar por que “La mujer nace libre y debe vivir en igualdad de derechos con el hombre”. Cuando vemos clasificar los países, en función de cumplimientos que hacen de ello, lo que significa poner por parte del estado recursos para ello, notamos con tristeza que nos califican entre los que incumplimos. En su diario vivir, una de cada tres mujeres en nuestro medio, sufre de violencia doméstica. De cada diez muertes por violencia domiciliar, más de ocho son mujeres, y así podríamos seguir numerando estadísticas malas al respecto de educación, salud y trabajo y nos toparíamos con lo mismo “la mujer, ciudadano de segunda” y oculto y aislado: Pocas oportunidades políticas, sociales y económicas de bienestar, les brinda nuestro Estado y sociedad desenvolviéndose en medio de una su situación jurídica prejuiciosa e injusta. De tal manera que, por muchos factores, su situación política y social es afectada.

En nuestra nación, las mujeres todavía tienen batallas que ganar y aunque muchas han logrado desafiar y quitarse de encima prejuicios y estereotipos profundamente arraigados, es mucho lo que les resta para estar a la par con los hombres. A pesar de varios esfuerzos ganados como salvaguardas constitucionales y leyes que les confieren igualdad, estas aún no cuentan con realización clara y equitativa y los movimientos feministas por la igualdad de género y una sociedad neutral en términos de género, todavía son vistos como caprichos y poco concientizados por todos. A pesar de los éxitos y conquista de puestos en lo público y privado, antes propiedad masculina, todavía queda trabajo por hacer no solo para atraer más mujeres al lugar de trabajo y puestos laborales, sino también para asesorarlas y desarrollarlas para que se conviertan en futuras líderes y propicien el compartir de la responsabilidad del hogar y de la educación y crianza de los hijos.

En nuestro medio, las mujeres son violadas, abusadas, acosadas, explotadas cada minuto. Pero el machista no se inmuta siquiera pues no la reconoce como falta, gracias a la protección “inmoral” la llamaría yo, que les conceden las madres y abuelas que los tienen como diocesitos, al colmó que, de muchas de ellas, con inocencia y sinceridad ante hijas, nueras y nietas brota un: “Hay mija, siempre serán niños y los niños cometen errores” falta mucho aun para exterminar esa tolerancia.

¡Sí! los tiempos han cambiado, las mujeres son más expresivas, menos permisibles no son acosadas y explotadas diariamente con tanta facilidad, y han demostrado excelencia. Pero, eso a nivel nacional, no se ha realizado con equidad, no podemos calificar aun los logros, como un éxito total de igualdad.

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