Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

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El fin de año suele ser (por lo menos en esta parte del mundo), una de las épocas en las que se exacerban los sentimientos que acentúan las lejanías y los arrepentimientos. “Siempre que regreso a pasar las Christmas a casa, con la familia, me regreso con los ojos rojos”, me dijo aquella mujer, ya mayor, cuyo nombre ignoro y que dijo viajar desde una localidad cercana a Los Ángelus. Las charlas amables, como por compromiso, nunca faltan cuando se está a la espera de concluir algún trámite migratorio. Personas que probablemente nunca volveremos a ver y que nunca antes hemos visto en nuestra vida, pero así ocurre. “Hasta los tamales saben distintos cuando se vive lejos”, habló de nuevo, como para sí misma, viendo hacia cualquier parte y sin dejar de abrazar el pequeño bolso de cuero con el nombre Louis Vuitton estampado por todas partes. Desconozco si esa característica es signo de autenticidad o de un pretencioso ejemplar de imitación.  Estuve seguro, sin embargo, de que aquel era un nuevo intento suyo por hacer de la espera un asunto menos tedioso. Lo siguiente que dijo me tomó realmente por sorpresa: “¿Cree usted que exista el olvido?”, cuestionó, volviendo hacia mí la mirada, una mirada en la que era fácil adivinar (o intuir) largos años de esfuerzo y trabajo lejos del hogar, lejos de aquello que muchos llaman el terruño. No supe qué responderle. Interpreté su pregunta más como un asunto filosófico que como una cuestión de carácter sentimental. “A los migrantes nos tienen en el olvido, sólo contamos como remesas”, dijo. No quise discutir con ella acerca de las diferencias entre las denominaciones del ser humano según su condición de migrante, inmigrante o emigrante. Y recordé los pomposos discursos en los que suele hablarse de los montos con que las remesas contribuyen al sostenimiento de la economía nacional. Me alegré de que la intencionalidad de su pregunta acerca del olvido fuera por un rumbo distinto al que yo había supuesto inicialmente. Habló de su familia; de sus dos hijas que se habían casado sin que ella pudiera asistir a sus respectivas bodas años atrás; sus nietos; su esposo mexicano que ahora la esperaba en California después de haberse separado del padre de sus hijas; y… Dijo algo acerca de que los tamales “por allá”, donde ella vivía ahora, suelen estar envueltos en papel aluminio (o algo así). “El fin de año me pone sentimental, disculpe” aseguró, “y esta vez no podré pasar las Christmas en mi país, con mi familia, debo regresar al trabajo en unos días… Pero…, tal vez el año entrante, quién sabe” …

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