Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

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Adolfo Mazariegos

En varias ocasiones he escrito brevemente acerca del cambio climático y sus efectos. Todos tenemos derecho a expresar opinión al respecto. Y todas las opiniones son respetables, por supuesto. No obstante, en lo particular, a mí me resulta preocupante de cara al futuro, escuchar a personas eminentes y a líderes internacionales de distintas áreas del quehacer cotidiano –particularmente política, en virtud de que son los políticos en ejercicio quienes suelen aparecer al frente de la toma de las grandes decisiones de los Estados–, negar la existencia de fenómenos y tragedias naturales asociados al calentamiento global y al cambio climático. Y más aún, cuando a pesar de las evidencias que hoy existen, se insiste en aseverar que el cambio climático y el calentamiento global no son más que una historia fantasiosa creada con la intención de boicotear cierta industria u obtener con ello beneficios económicos de grandes proporciones. Puede que en algunos casos así sea, pero en honor a la verdad, los efectos del daño que la humanidad en su conjunto le ha venido ocasionando al planeta (quizá sin darnos cuenta), es una cuestión real y preocupante. Una cuestión que, por ejemplo, en Guatemala y en el resto de América Latina, no puede ni debe pasar desapercibida, en virtud de los notables descontroles y alteraciones que el clima ha manifestado con drasticidad en distintas latitudes durante los últimos años, mismos que se han ido incrementando conforme pasa el tiempo y sin que realmente se haga algo concreto al respecto. Y muy a pesar de que, en tal sentido, cada granito de arena cuenta, quizá más de lo que tal vez imaginamos. Una cosa es que el globo terráqueo experimente cíclicamente etapas de calentamiento o enfriamiento (según sea el caso), y otra muy distinta la forma acelerada en que, como producto de nuestro propio avance y desarrollo como humanidad, estemos contribuyendo en ello. Los desastres de grandes proporciones que tan sólo hace unos días vivieron grandes comunidades de Alemania o Bélgica, por ejemplo, o las sequías sin precedentes en Estados como California en la Unión Americana, son evidencias de la alteración climática que vivimos todos. Por ello no dejan de llamar la atención y causar preocupación las declaraciones adversas que minimizan los efectos de estos fenómenos climáticos drásticos y terribles que, de alguna manera a todos nos alcanzarán. Varios países, quizá consientes ya de la transcendencia del asunto o sencillamente con una visión distinta de futuro -quién sabe-, han empezado una suerte de migración hacia lo que muchos han denominado “la economía verde”, un paso importante, quizá. La verdad es que, con todo lo que está sucediendo alrededor del mundo y con las tristes evidencias climáticas con que actualmente contamos, es difícil creer que la cuestión del cambio climático, sea tan sólo un invento, como en algunos casos se ha aseverado.

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