Trabajar e investigar sobre enfermedades crónicas y participar en diversos estudios han permitido a María Alejandra Paniagua-Ávila determinar las deficiencias en la atención del personal médico que ha trabajado en primera línea con pacientes de COVID-19, así como el abandono estatal para tratar problemas de salud mental en la población guatemalteca.
La profesional, quien es candidata a doctorado en Salud Pública (DrPH) en el departamento de Epidemiología de la Universidad de Columbia, en Nueva York, recuerda que desde adolescente detectó el escaso acceso a los servicios de salud de las personas de las áreas rurales.
En particular, recuerda el caso de una señora en Tecpán, Chimaltenango que padecía pie diabético, sin ninguna posibilidad de acudir con un médico.
Posteriormente, al avanzar en sus estudios, se percató que muchos de los pacientes tenían un importante componente de salud mental que no se trataba. Estaban deprimidas y el diagnóstico empeoraba, comentó.
A partir de dos proyectos que lleva a cabo en Guatemala, uno sobre salud mental en los trabajadores de salud y la falta de acceso en comunidades rurales, Paniagua-Ávila plantea los principales retos de abordar esta problemática desde diferentes ámbitos. A continuación, parte de la conversación.
El estudio Héroes del COVID-19 revela el impacto que tuvo la pandemia en la salud mental de los trabajadores de salud en las Américas. Esto fue en abril 2021. ¿Qué escenario distinto ha encontrado desde entonces?
Ha cambiado, pero realmente no tenemos información para conocer la salud mental de los trabajadores de salud. Una siguiente evaluación, seis meses después de la primera, pendiente de publicarse, y un tercer estudio, al cumplirse dos años. Esperamos que la mayoría de los 1,500 trabajadores vuelva a participar para observar los cambios.
Resaltó que los porcentajes de las dos principales mediciones revelaron que la depresión y el malestar psicológico continúan básicamente igual. No puedo adelantarme, pero aunque la pandemia tenga menos atención, estas personas viven otra realidad porque la pandemia continúa, aunque se hayan reducido las restricciones.
El estrés crónico a la exposición del virus, sumado a la sobrecarga de trabajo que experimentaron durante dos años son factores de riesgo de problemas que persisten, aunque ya no se hable de esto.
El primer reporte corresponde a la medición de abril – julio 2020; está en análisis la publicación de la segunda medición, realizada a inicios de 2021. La tercera medición tiene como meta lanzarla en julio de 2022.
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¿Qué aportes tuvo el análisis cualitativo?
Ha sido interesante comprender las consecuencias emocionales, pero también hubo alcances sociales, afección en las relaciones interpersonales, laborales y de salud física.
También midió factores preliminares que apuntan en lo individual en aspectos como la sobrecarga laboral, reasignación de labores, falta de insumos, de equipo y de medicamentos. Además, el escaso trabajo colaborativo, ambientes tóxicos, conflictos, y a nivel nacional, la falta de apoyo del gobierno en donde muchos expresaron abandono, entre otros.
Conocer lo cualitativo permite ahondar en la experiencia humana y complementa los datos y detalles.
¿Qué lecciones nos deja este estudio para estar preparados ante una crisis de salud?
Aunque muchos quieren olvidar la pandemia, la realidad es que vamos a tener otras crisis de salud pública. En Guatemala somos susceptibles ante los desastres naturales, las guerras; son crisis que ponen a prueba el sistema de salud que ha demostrado ser resiliente y los trabajadores también.
Pero hay cosas que pueden mejorarse, como la salud mental de los trabajadores, lo cual redunda en la atención de los pacientes; la pandemia resaltó que hay problemas importantes, urgentes y prevalentes. Ya existían, solo que empeoraron.
Por otro lado, hay mejoras institucionales que pueden implementarse a favor de los trabajadores de salud, cuando se les considera una prioridad.
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Incluye desde mejorar los horarios de trabajo, proveerle lo que necesita para atender bien a su paciente; no dejarlo tomar decisiones como a quién pone o no un ventilador; fomentar la cultura del trabajo en equipo, tener un salario justo, hasta promover el poderse expresar.
Y por último aceptar que estas experiencias no son normales, que retan a cualquier persona y ponen al límite su capacidad mental y emocional. Por tanto, tiene que darse apoyo en un espacio seguro.
En cuanto al estudio de dos comunidades rurales y la salud mental ¿cómo se elabora un mapa nacional de este tipo, ante la falta de datos recientes?
La Encuesta sobre Salud Mental en Guatemala es de 2009, es la única en la historia del país, no hay más. Quisiera que hubiera más encuestas de este tipo, como la Materno Infantil, pero la limitación siempre es el financiamiento y la falta de interés.
Con base en esta data quisiéramos establecer un sistema de vigilancia en salud mental que nos permita captar datos como registro de suicidios, consultas por problemas severos, discapacidad; los problemas más comunes en jóvenes (depresión y ansiedad).
Un mapa de este tipo permitiría identificar y observar los cambios de comportamiento.
¿A qué atribuye que sea un asunto poco atendido como política pública?
Observo tres cosas: La primera es la forma como medimos los problemas de salud. Históricamente, salud y epidemiología se han enfocado en mortalidad; al medir solo esto, queda escondida la salud mental, que tiene un alto subregistro.
En el estudio de las comunidades La Blanca, San Marcos y Tecpán, Chimaltenango, el suicidio es una causa de muerte que no queda consignada en las actas de defunción. Tampoco se miden otros indicadores, por ejemplo, la depresión es la segunda causa de discapacidad en el mundo y la ansiedad está en séptimo lugar.
El segundo problema es la división artificial entre salud física y mental; hemos puesto más atención en la salud física, la que se ve y se logra medir. Lo mental es interno y personal.
Y tercero, el estigma: esto se da en todos los niveles; en lo familiar, se esconde, se ve como un defecto, incluso dentro de los proveedores de salud. Definitivamente esto alcanza hasta las autoridades y lo que provoca es negación. Es lo que está detrás de no invertir y no priorizar en programas.
¿Qué hacer con la mayoría de la población que no recibe atención de este tipo y la necesita?
Es un reto en países como Guatemala, con recursos limitados, se busca presionar para poder proveer este tipo de servicios en un modelo de atención primaria; es decir, puestos y centros de salud para abordar los problemas más comunes: depresión y ansiedad.
Se puede hacer tamizaje a este nivel y entrenar a los trabajadores de salud para dar ciertos cuidados. Aprender a diagnosticar y recetar con un entrenamiento. Los psiquiatras que puedan atender y supervisar los casos más severos; es posible, pero se necesita capacitación y desarrollar un modelo que funcione para el país.
A lo anterior, añado que debemos proveer con servicios de salud mental, pero lo más importante es promover y prevenir, lo cual requiere abordajes multidisciplinarios e integrales. No es algo que incumbe solo a las autoridades de salud, también a los centros educativos, instituciones, iglesias, municipalidades. Todos tienen un rol para integrar en diferentes espacios y promoverlo en todos los ámbitos sociales.
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El medicamento por lo general es caro, ¿qué hay de la medicina alternativa o qué tipo de consejos prácticos pueden atenderse para prevenir?
No soy experta en medicina alternativa, pero puedo decir que se ha comprobado que factores como un estilo de vida saludable, basado en una dieta alta en vegetales, frutas y granos con menos alimentos ultra procesados está relacionado con un mejor estado de salud mental.
En casos de ansiedad evitar la cafeína, reducir las bebidas alcohólicas y energizantes. También el autocuidado: dormir de 7 a 8 horas diarias, la relajación y descanso, respiraciones; la meditación y la actividad física son prácticas al alcance de la mayoría.
Además, estudios han verificado que la práctica de gratitud es sanadora; agradecer de tres a cinco cosas específicas al día es algo muy simple que cualquiera puede hacerlo, resulta difícil en momentos de crisis, pero siempre es posible encontrar razones. La práctica de pensar y luego escribir (importante) está asociado con mejores estados emocionales.
Perfil de la profesional:
• Candidata a doctorado en Salud Pública (DrPH) en el departamento de Epidemiología de la Universidad de Columbia, Nueva York.
• Maestría en Salud Pública de la Universidad de Pensilvania, Filadelfia, EE. UU. en 2016 como aprendiz del Centro Internacional Fogarty.
• Médico de la Universidad Francisco Marroquín, Guatemala en 2015.
• Ha liderado múltiples iniciativas enfocadas en la investigación comunitaria y salud pública, con el fortalecimiento, la capacidad de investigación en áreas rurales de Guatemala, adaptar e implementar programas multicomponentes para el manejo de enfermedades crónicas en el país, con diseño y ejecución de programas de salud mental en poblaciones de bajos ingresos.
• Los investigadores del estudio servicios de salud en dos comunidades de Guatemala: Gabriela Asturias, Christina Khan, Pedro Flores y Karla Paniagua.