Nietzsche y la psicología de la metafísica

 

Para Nietzsche, el «ser» y la metafísica en general no son más que errores o fábulas lingüísticas, cuyo último origen hay que buscarlo en el rechazo de muchos filósofos hacia el mundo real y en el deseo de inventar mundos seguros, estables, permanentes para «desertar de la tierra». (*)

* González Antonio. Introducción a la práctica de la filosofía. Texto de iniciación. UCA Editores. San Salvador, 2005.

 

Cualquiera que emite sobre el conjunto de las cosas el juicio de Parménides, deja de querer estudiar la naturaleza en todos sus detalles, los fenómenos dejan de interesarle y forma una

especie de odio contra ese espejismo de los sentidos del cual por otra parte no puede escapar. Desde ese momento, la verdad sólo puede residir en las generalizaciones más pálidas, más desleídas, en los envoltorios vacíos de las palabras más indeterminadas, como en un castillo de telerafia; y al lado de esa «verdad» se sitúa el filósofo, exangüe como abstracción y totalmente envuelto en fórmulas. (…).

Las palabras son sólo símbolos para las relaciones de las cosas entre sí y con nosotros, nunca alcanzan la verdad absoluta, y la palabra «Ser,» entre nosotros, no designa más que la relación general que mantiene unidas todas las cosas entre sí —del mismo modo que la palabra «no ser». Pero si resulta imposible demostrar incluso la existencia de las cosas, la relación de las mismas entre sí, lo que se llama el Ser y el no-ser, no nos hará avanzar un solo paso hacia la verdad. Las palabras y los conceptos nunca nos permitirán franquear el muro de las relaciones, ni penetrar hasta algún fabuloso fondo original de las cosas, y tampoco las formas abstractas (…) no nos proporcionan nada que se parezca a una verdad eterna.

(Tomado de La filosofía en la época trágica de los griegos, 1873)

El desprecio, el odio a todo lo que pasa, que cambia y que varía. ¿Por qué atribuir ese valor a lo que permanece? Visiblemente, la voluntad de lo verdadero no es más que la aspiración a un mundo en que todo fuera permanente.

Los sentidos nos engañan, la razón corrige sus errores; por lo tanto, así se concluye, la razón es el camino hacia lo duradero; las ideas menos concretas deben ser las más próximas al «mundo verdadero». La mayor parte de nuestras desgracias provienen de los sentidos: estos son engañadores, impostores, destructores.

La felicidad no puede ser garantizada más que por el Ser; el cambio y la felicidad se excluyen mutuamente. Por consiguiente, la ambición, suprema es conseguir la identificación con el Ser. Este es el camino hacia la felicidad suprema.

En resumen: el mundo tal como debería ser, existe; el mundo en que vivimos es un error; este mundo, nuestro mundo, no debería existir.

Por lo tanto, la creencia en el Ser no es más que una consecuencia; el verdadero primer motivo es la falta de fe en el devenir, la desconfianza respecto al devenir, el desprecio de todo el devenir.

¿Qué hombres reflexionan así? Una especie improductiva, doliente, cansada de vivir.

(Tomado de La voluntad de poder, 1887 – 1888)

 

Artículo anteriorMini cuentos
Artículo siguienteEducación, sociedad y la humanización del ser humano