Raúl Fornet-Betancourt
Escuela Internacional de Filosofía Intercultural. Aachen/Barcelona.

  1. Aclaración de los conceptos

La in­ten­­ción de este texto[1] es la de invitar a reflexionar sobre los con­cep­tos: educación, sociedad y humanidad. Tres conceptos que se pueden considerar como rectores; y, como tales, difíciles de definir de antemano, ya que de hecho van perfilando su significado en el curso de los debates sobre aquello a lo que apuntan. Sus definiciones, pues, dependen de las op­cio­nes que se presentan y de las decisiones que se tomen en dichos de­bates.

Por esta complejidad de los conceptos aquí en cuestión se empieza este texto con este primer punto como intento de una aclaración mí­ni­ma que per­mita ver, aunque sea de una manera puntual, la complejidad antes alu­dida, para decir entonces sobre ese trasfondo en qué sentido se emplearán dichos conceptos.

Educación

Por “educación” –término que, por cierto, en muchas lenguas del mundo está vinculada por su etimología a la acción humana de tomar alimento, por ejemplo, en español connota tam­bién “criar”– se entiende en un sentido general, procesos de socialización, de capaci­tación cognitiva, afectiva; procesos de aprendizajes de conductas, de comportamientos, de adqui­si­ción de habilidades y de costumbres, etc. Esos procesos crean hábitos e influyen en las formas de vida y con­vivencia.

De cara a la intención de este texto cabe destacar que “educación” tiene que ver con procesos que intentan crear y transmitir conoci­mien­tos y valores de cara a la conformación de la vida y la con­vivencia. Por eso la “educación” es un campo en disputa, sobre todo cuando por “educación” no se entiende solo la “educación formal”, escolar o universitaria, sino que se la comprende también en el sentido más integral y complejo de formación humana, de formación de la persona. En consecuencia aclare­mos que, cuando hablamos aquí de “educa­ción”, la comprendemos como formación, para distinguirla de la “educación” como instrucción o capaci­tación profesional. Se pone, pues, el acento en la formación de hombres y mujeres.

Pero independientemente del acento que se ponga, lo anterior deja claro que “educación” tiene un correlato en ese otro concepto con el que se ocu­pa este texto: el concepto de sociedad. Así:

– Sociedad

También el concepto de sociedad es complejo y se usa por eso de modos muy diversos que dependen de la teoría social desde la cual se le pretende definir, como se ve desde los inicios de la sociología mo­derna en los que se acude a rasgos diferentes para describir lo central de una sociedad. Por ejemplo, autores clásicos de esta disciplina como Ferdinand Tönnies, Georg Simmel, Max Weber o Talcott Parsons remiten, respec­ti­vamente, al inter­cambio, al contrato, a la racionalidad o a la sistematicidad en los procesos sociales. Y si se quiere añadir a ellos a Carlos Marx, habría que apuntar todavía el fenómeno de la lucha de clases como rasgo defi­nitorio en la dinámica de una sociedad.

De manera formal se puede decir, siguiendo en ello a Tönnies, que la sociedad es, a diferencia de la comunidad, un espacio social y tem­poral de coexistencia en el que hombres y mujeres se ven vinculados por los más diversos lazos estructurales, como son por ejemplo los lazos laborales, de organización política, etc., pero permaneciendo de hecho separados como seres humanos. Es decir, se unen por los lazos de organización del cuerpo social y como personas permanecen separados. Lo contrario pasa en una comunidad (como la familia por ejemplo), donde aunque discusiones o pleitos pueden separar a sus miembros, éstos sin embargo siguen siendo parte de la familia, o sea que no se rompe la comunidad. De ahí que la sociedad aparezca como un campo de tensiones estructurales que se agra­van por las luchas de poder y de control en los sectores claves para sus cam­pos de coexis­ten­cia, como puede ser la economía, la política, o jus­tamente la educación.

En síntesis se puede afirmar que hablar de “sociedad” es referirse a múltiples lazos de coexistencia en los que se reflejan contradicciones y conflictos en todas las esferas de la vida social. Esta multiforme conflic­ti­vidad se puede condensar acaso en una contradicción de fondo, que sería la que se refleja en la confrontación entre las fuerzas sociales que quiere mantener el status quo y aquellas otras que luchan por la transformación, o dicho en otros términos, la contradicción entre el conservadurismo y los innovadores, o la contradicción en­tre la reacción y la revolución etc. Una sociedad se mueve en la tensión y contradicción en­tre la opresión y liberación. Con lo cual se ve que, como la “educación”, también la “sociedad” es un espacio en disputa. Y en el cual, como se observará luego, la “educación”, entendida precisamente como formación humana, debe tomar posición. Pero continuemos con el tercer concepto.

 

– Humanidad / Lo humano

Como se sabe “humanidad” y/o “humano” se emplean según dos significados generales. Un sentido descriptivo, formal, que sirve para de­sig­nar la pertenencia al “género humano” Por ejemplo, cuando afirmamos que “la humanidad vive hoy un tiempo de pandemia”, aquí se está em­pleando el vocablo humanidad en dicho sentido genérico. Pero hay igualmente otro uso del término en un sentido que se llama normativo por­que tiene que ver con valores, disposiciones y virtudes que hacen de un hombre o una mujer un verdadero ser humano. Estas cualidades que hacen humano se vinculan por ejemplo a la miseri­cordia, compasión, manse­dumbre, benevolencia. Así, decimos de una persona que es caritativa, ser­vicial o com­pa­siva, que es una persona humana. Aquí se emplea el término humano en este segundo signi­fi­cado normativo y por eso, esto es, para distinguirlo del uso descriptivo, se escribe en cursivas = humanidad / humano.

De donde se deduce que la promoción y el cultivo de la humanidad en el hombre debe ser el verdadero fin de la educación y de la sociedad. La normatividad de lo humano debe ser, por tanto, el criterio que hace posible la crítica de las pedagogías y de las dinámi­cas socia­les.

Las observaciones hechas hasta ahora sobre los conceptos “educación”, “sociedad” y “humanidad / humano” son, evidentemente, puntuales. Con todo espero que sean suficientes para la acla­ración del sentido en que dichos términos son empleados aquí.

 

  1. Diálogos en torno de lo humano en tiempos de pandemia

Parece consecuente suponer que si en este Foro se invita a dialogar en torno a lo hu­ma­no en tiempos de pandemia es porque hay una preo­cu­pación por lo humano, porque preocupa que lo humano se deteriore o se dañe en estos duros tiempos de pandemia ― lo que significa por cierto que todavía seguimos siendo humanos. Esta preocupación no es solo legítima en nuestro contexto actual. Es también, y fundamental­mente una preocupación muy humana.

¿Por qué? Porque, como es necesario precisar ahora, el hecho de que lo humano, en el sentido normativo en que aquí se emplea, se re­fiera a dimensiones o valores tales como la misericordia, la solida­ridad, la ayuda mutua, la benignidad o la compasión, esto implica la conciencia de que la contingencia, la precariedad y la vulnerabilidad son constitutivas de la humanidad del hombre. O sea, conciencia de que nada le asegura al hombre que se logre como humano y de que, justo por eso mismo, es un ser necesitado del apoyo y del cuidado de los otros en su camino hacia su humanidad. Que vinculemos huma­ni­dad con benevolencia o solidaridad implica ser consciente de que lo humano, que la realización de lo humano en cada uno de nosotros y nosotras, nece­si­ta respaldo. Y el sentido de esta afirmación se ve más claro todavía si se tiene en cuenta ade­más que la contingencia de lo humano antes aludida lleva muchas veces por caminos som­bríos de perversidad, violencia o maldad que con su peligro de muerte hace todavía más imperiosa la necesidad del respaldo mutuo entre los seres humanos. Y si esto es cierto, su consecuencia para la práctica de la “educación” es manifiesta: la educación debería ser en primera línea un proceso de aprendizaje y de ejercitación en el respaldo, y no una instruc­ción para la competencia.

Teniendo en cuenta estas implicaciones de carácter antropológico, un diálogo sobre lo humano, justo en estos tiempos de pandemia, debería significar iniciar un debate sobre lo humano al filo de pre­guntas como éstas:

– ¿Qué sucede con lo humano en nosotros, qué nos está suce­diendo como humanos, en estos tiempos de pandemia? Cuestión que se puede concretar preguntando a su vez por el cómo nos afecta el con­finamiento en nuestra corporalidad, por ejemplo, el no abrazar, el no ver a amigos, etc. y tratando de discernir si lo que nos sucede nos ayuda a mejorar o si sentimos que, por el contrario, deteriora lo humano en nosotros).

– ¿Qué puede hacer la educación para contribuir al mejoramiento de lo humano o al menos para impedir el deterioro de lo humano en nuestras sociedades actuales y en nuestras vidas?

En relación con la primera pregunta por lo que nos sucede en nuestra humanidad cabe hacer notar que es manifiesto que la pandemia ha agudizado la precariedad de las condiciones de vida de mucha gente y que, si bien es cierto que ello ha motivado todo un despertar de iniciativas de solidaridad, no por ello deja de ser notorio el deterioro de lo humano o que cuesta más humanizarse y humanizar la convivencia, como se ve por el aumento de la violencia familiar, de la depresión y de la soledad en los confinamientos, por nombrar ahora sólo estos tres casos.

Y frente a la segunda pregunta por lo que puede o debe hacer la “educación” por contribuir al perfeccionamiento de lo humano en contextos de sociedades que respon­den a construc­ciones hegemónicas adversas al desarrollo de lo humano, se podría hacer valer que en rea­lidad la respuesta está clara, por cuanto que tenemos una reserva importante de tradiciones humanistas, tanto religiosas como seculares, y que, en consecuencia, bastaría con recurrir a ellas y trasmitir sus valores. Esta observación es cierta, sin duda alguna. Pero igualmente cierto es el fenómeno de que en las últimas décadas el proceso civili­zatorio hegemónico ha puesto en marcha una mutación antropológica que no permite dar por supuesto sin más lo que, por ejemplo, el Gadamer daba por seguro cuando escribía su famosa obra Verdad y método a mediados del pasado siglo XX, y que le llevaba a afirmar que incluso en tiempos de cambios impetuosos y revolucionarios se conserva y trasmite más de lo antiguo que de lo que a primera vista se piensa.

Hoy no se puede estar tan seguro de que el cambio cultural de lo viejo a lo nuevo se de ese modo en que se garantiza una cierta continuidad entre pasado y presente. Y, como se deja entrever antes, la razón funda­men­tal que motiva la puesta en duda de tal continuidad y que mueve a trabajar con la hipótesis de la ruptura cultural en nuestra memoria de humanidad, es precisamente lo que se resumía antes con el concepto de “mutación antropológica”, para indicar con él un pro­ceso que viene desde hace siglos y que hoy cristaliza en el sur­gimiento de un tipo humano que, reflejando la imagen de una civili­zación que “educa” sobre todo para la producción, la gestión y el con­sumo de objetos, ha terminado mirándose a sí mismo como un objeto más.

Ante esta situación convendría re­flexio­nar, primero, sobre el cómo trasmitir la memoria de humanidad en espacios sociales y en sujetos en los que esa memoria apenas sí resuena.

O sea que la pregunta por lo que debe hacer hoy la “educación” para contribuir a la verdadera humanización de los seres humanos nos confrontaría con una tarea que exigiría un paso previo en el sentido de intentar conocer primero el grado real de empobrecimiento de formas de humanidad en nuestras sociedades actuales, para buscar entonces caminos que induzcan valores humanos en los espacios sociales y en el alma del hombre actual. En una frase: se trataría de empezar por lo que en el lenguaje de Paulo Freire se podría llamar una nueva concientización en humanidad; pero que podríamos llamar también la tarea de encorazonar la memoria de humanidad.

Sobre esta base sería cuestión de fomentar formas dialógicas de “educación” que, sub­rayando la importancia de las relaciones interper­sonales, apunten a la crea­ción de espacios de encuentro entre personas de distintas generaciones en nuestra convivencia social. Serían formas de “educación” que buscan el apoyo mutuo en la búsqueda del perfeccionamiento de lo humano en cada persona.

Preguntemos, pues, de nuevo:

¿Qué podría o debería hacer la “educación” hoy para mejorar lo humano en las sociedades del mundo contemporáneo?

Respondiendo de manera sintética: podría y debería abogar por el despertar la conciencia de que hemos errado el camino que conduce a la humanización y que para reencontrar la senda por la que lo humano alcanza su sentido al realizarse como bondad y en bondadosa con­vivencia, hay justamente que “educarse” en humanidad. Esto es, no sólo esforzarse por obtener saberes y capacitaciones, sino, y prime­ramente, aprender a “alimentarse” saboreando sentido.

Esto, por cierto, ya lo percibió Kant, al sentenciar que “el hombre es el único animal que necesita ser educado, pues sin educación no lle­ga a ser realmente humano”.

De donde se seguiría que las sociedades actuales no deben hacer de la educación una mercancía más, sino reconocerla como una necesidad antropológica y que su meta no es discrecional ni al gusto de las modas. Su meta es normativamente vinculante: fomentar el perfeccionamiento de lo humano en el hombre para que hombres y mujeres de hoy puedan ser en su persona representantes de la huma­ni­dad que debe caracterizar a todo hombre.

[1]    Este texto ofrece la versión resumida de la conferencia dada en un Foro sobre el tema “Educación y sociedad. Emergencias y re­tos hoy. Diá­logos en torno a lo humano en tiempo de pandemia”.

Artículo anteriorNietzsche
Artículo siguienteRecapturan a reo que escapó de la cárcel; disparó a autoridades de la PNC y MP