Imagen La Hora: Cortesía Suplemento Cultural
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Adolfo Mazariegos

En su libro El emperrado corazón amora, el recordado poeta Juan Gelman incluye un poema titulado Vinos, en el cual, sin duda, Gerardo Guinea Diez, Premio Nacional de Literatura, encuentra un pretexto perfecto para dar paso a un periplo que transcurre por mucho más que doce horas de vuelo: Un cisne salvado del diluvio, una de las más recientes de sus novelas publicadas (aunque no lo de más reciente escritura del autor, ciertamente) libro en el que es fácil advertir una suerte de homenaje a la obra de los pintores Edward Hopper y Joaquín Sorolla, particularmente el primero, según se intuye.

Guinea Diez, a través de sus años como novelista, poeta y editor, nos ha acostumbrado a una narrativa enigmática, profunda y culta. Sin embargo, en esta novela, sin separarse de esas cualidades que le son propias y distintivas, el autor pareciera asomarse a una ventana en la que las imágenes pueden verse de distintas maneras a la vez, una ventana con cristales que permiten apreciar simultáneamente la existencia de un mundo adentro y un mundo afuera, como en dos cuadros de Vermeer y Hopper al mismo tiempo, como en las vidas recreadas por ese realismo minimalista de Carver a quien el mismo Guinea Diez menciona en su libro a manera de pincelada recordatoria de que las imperfecciones humanas también forman parte del paisaje. Realidades que no siempre son de todos, realidades que el propio Lezama Bustos de la novela puede ver y percibir mientras experimenta, él mismo, una vida momentánea, fugaz, que no llega a ser la catarsis de sus males y de sus dolencias amorosas y existenciales, mientras asiste a un festival de cine en una paradisiaca playa mexicana.

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La novela, aunque breve, realiza un magnífico recorrido por pasajes imprescindibles en la vida de diversos personajes como Nina; García Vallejo; Elsa, Marta Reyes o Anita McKee, personajes de los que la obra no precisa hablar más allá de esporádicas menciones que resultan suficientes para entender e imaginar su relación causal en las vidas de sus verdaderos protagonistas: el propio narrador, Eloy Lezama Bustos, y su compañero de viaje, el Gordo Paredes.

La obra, además, se encuentra llena de referencias interesantes a múltiples voces de la literatura, la pintura y el cine, así como pasajes de una exquisitez tan poética como cruda al mismo tiempo: “donde el tiempo se anega de soledades encontrándose”, escribe el autor, en una clara referencia a los excesos de la vida humana que muchas veces conducen a crisis existenciales y que obligan a replantear incluso la propia vida; “al acumularse las respuestas sin nunca”, una sentencia hermosamente metafórica y lapidaria en el sentido de que no a todos nos es dado comprender de la misma manera las incidencias con que suelen sorprender los giros y vericuetos de la vida en momentos cruciales y determinantes.

En esta novela el autor pareciera alejarse un poco de su habitual forma de escritura ya conocida por algunas de sus obras anteriores, como Un león lejos de Nueva York o El árbol de Adán, obras que en ocasiones llevan al lector por pasajes hasta cierto punto crípticos, con mensajes subyacentes que no siempre se distinguen a simple vista o en una primera lectura. En Un cisne salvado del diluvio la narrativa lleva un ritmo distinto, quizá más constante con respecto a los padecimientos del narrador y de los excesos de su acompañante. Sin embargo, el mensaje que engloba la obra trasciende lo que puede leerse en cada capítulo. La novela es una fantástica alegoría del cansancio y del hastío, quizá del deseo de haber vivido de otra manera, quizá del arrepentimiento.

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Guinea Diez, sin proponérselo (tal vez), invita con esta breve novela a ver más allá de las superficialidades, más allá de los excesos y de los deseos que no perduran. “Nada es para siempre”, dice una popular canción. Y en esta novela pareciéramos encontrar esa suerte de reflexión a la que solemos huir porque nos descubre una realidad ineludible y palpable en el paso del tiempo: “Con la Belleza habita / Belleza que es mortal. / También con la alegría / cuya mano en sus labios siempre esboza un adiós…” escribió alguna vez John Keats, en su Oda a la melancolía. Y a pesar de todo, siempre quedan flotando en el aire algunas preguntas: ¿Qué sucede cuando el emperrado corazón deja de amorar? ¿Sigue existiendo acaso esa ventana por la que es posible ver un mundo adentro, y un mundo afuera?

Un cisne salvado del diluvio, de Gerardo Guinea Diez, es una novela memorable y reflexiva, breve, que no deja indiferente al lector.

 

Un cisne salvado del diluvio

Gerardo Guinea Diez

Magna Terra editores, 2022

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