Imagen La Hora: Cortesía Suplemento Cultural
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Jairo Alarcón Rodas

Una misma cosa puede ser al mismo tiempo buena, mala e indiferente. Por ejemplo, la música es buena para la melancolía, mala para los que están de luto y ni buena ni mala para las personas sordas.

Baruch Spinoza

 

Existe la realidad objetiva o todo es producto de la construcción mental que realiza cada ser humano sobre los hechos, objetos y cosas que se le presentan, lo que determina la diversidad de opiniones, criterios y, desde luego, da lugar al relativismo gnoseológico. Cotidianamente existe distintos criterios, juicios sobre las cosas, por lo que algunos afirman que la verdad es relativa. Es muy conocida la expresión del físico Werner Heisenberg, padre del principio de incertidumbre, cuando dijo, La realidad objetiva acaba de evaporarse. ¿Pero, estaría en lo cierto?

Por qué, para unos, el socialismo está equivocado y, por consiguiente, defienden el liberalismo capitalista como el sistema más adecuado a las necesidades humanas, unos consideran que el ser humano es bueno por naturaleza, otros, en cambio, todo lo contrario. Por otra parte, confían firmemente en la existencia de Dios, mientras que otros no lo admiten. Las personas creen lo que quieren creer y defienden sus creencias vehementemente sin cuestionarse si están en lo correcto, aunque estén equivocados y no tengan sólidos argumentos para defender lo que piensan.

Si la realidad no fuera objetiva, ¿cómo podrían orientarse los seres humanos en el mundo? La realidad es, e independiente de una conciencia que la conozca, ha existido antes de la especie humana y existirá después de su extinción, ese es un supuesto ontológico que permite el conocimiento y con este el criterio de verdad. Desde tal perspectiva, surge el realismo científico que, en palabras de Mario Bunge, no es una fantasía inventada por filósofos desconectados de la realidad. Por el contrario, es la gnoseología inherente a la investigación científica y técnica. En efecto, ésta consiste en estudiar y modificar el mundo real, no crear mundos imaginarios. En tal sentido, es la realidad la que le permite al ser humano construir un modelo de esta pudiendo ser acertado o equivocado, sin olvidar que lo real está en constante cambio.

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Más allá de los datos de conciencia, existe lo real y son los seres humanos quienes interpretan las cosas atendiendo a sus herramientas gnoseológicas. De tal modo que existen los objetos allende de la conciencia humana, pues de no serlo, estos serían el resultado de elucubraciones, del pensamiento de cada persona, lo que constituye una concepción gnoseológicamente idealista, al margen de un sustento ontológico. Si la realidad no tuviera un sustrato real que determinara que un objeto fuera uno, a la vista de un sujeto, y al cerrar este los ojos y volver a estar ante la presencia de este, posiblemente sería otro y no el mismo, multiplicidad de objetos aparecerían y desaparecerían a razón del criterio subjetivo de las personas.

La realidad es objetiva, pero son los individuos, los sujetos que la juzgan, los que la relativizan al momento de emitir un juicio sobre esta. Lo que determina que, no hay una forma única de ver las cosas. Sin embargo, para que el accionar humano tenga sentido, debe existir un orden en las elucidaciones que estos efectúan, a modo que exista una mediana comprensión en los juicios que realizan y que comparten, en su visión de las cosas, del referente, aunque sea superficial, que les permita no solo la comunicación, sino la identificación de lo que ha visto para su accionar.

Si no existiera una naturaleza humana que identifique a la especie, que la haga ser lo que es, no existirían rasgos comunes que permitieran los nexos sociales y comunicativos para su desarrollo y pervivencia. De ahí que es lo común lo que los caracteriza, lo que permite el entendimiento, no obstante, haya diversidades accidentales.

La naturaleza humana es lo que distingue a esta especie de homínidos de las demás, su esencia, que en el homo sapiens es sumamente compleja. No obstante, se puede señalar que el ser humano ha desarrollado su intelecto más que cualquier otra especie, lo que lo ha dotado de un pensamiento abstracto, complejos y eficientes mecanismos de comunicación: la palabra, a través de un lenguaje articulado y una visión que se proyecta al futuro que no la tiene otro animal del planeta. Pero, quizás, lo que caracteriza, además de su potencial intelectivo, sea que es un ser que se construye a sí mismo.

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El ser humano construye su pensamiento, pero no lo hace a partir de la nada, este se nutre de experiencias que surgen de su entorno por medio del contacto con las cosas. Así, objetos y cosas llenan su intelecto originando los conceptos, las ideas, el pensamiento abstracto, con el que procede a sacar conjeturas, las interpreta de acuerdo con lo que sabe, lo que ha aprendido o lo que considere ser lo correcto; es aquí en donde las apreciaciones pasan a ser subjetivas y la realidad adquiere las características de relativa.

A veces se señala que la realidad es relativa pues lo que para algunos parece bueno a otros les resulta malo, lo que causa alegría en unos a otros puede causar desgracia y así ocurre, en cuanto a la diversidad de criterios humanos, sin que la realidad en sí misma cambie. Así, un hecho puede significar para unos una cosa y para otros otra, sin que éste se desnaturalice, ya que simplemente es. Por ejemplo, la despedida de un ser querido para los que le ven partir les provoca tristeza mientras que su probable llegada, a otros les cause alegría, todo depende de la perspectiva y circunstancia en la que se encuentre el sujeto ya que este es el que cambia el significado del hecho.

En la realidad física, el relativismo no es tan evidente ya que un objeto que ha sido identificado de una forma es el mismo en todo lugar que haya aceptado ese criterio, como lo es una determinada cultura, cosa muy distinta ocurre cuando para otros, ajenos a esos convencionalismos, lo identifican de otra forma, no obstante, el nombre puede ser diferente pero lo que es no cambia, el nombre no modifica al objeto, solo lo designa.

Pero ¿cómo se les adjudican los nombres a las cosas?, ¿cómo se les conceptualiza a sabiendas que ese proceso lógico sintetiza sus características esenciales? Regularmente los nombres de las cosas están íntimamente ligas a su esencialidad, a la interpretación que se realice sobre lo que muestren y los aspectos que las caracterice. De ahí que, a canis lupus o perro, en inglés se le llame Dog, en alemán Hund y en indonesio Tapi, no obstante, tales palabras se refieren al mismo animal y no a otro, es decir, a un mamífero carnívoro, doméstico, de la familia de los cánidos, que se caracteriza por tener los sentidos del olfato y el oído muy finos, por su inteligencia y por su fidelidad al ser humano.

Pero cuando se trata de interpretar la realidad, de tener una lectura sobre determinados fenómenos sociales, la cosa cambia, aspectos ideológicos entorpecen su adecuada interpretación, lo que hace que cada uno vea las cosas según su criterio personal, “pánton chrimáton métron éstín …” o que cada persona ve la realidad como le parece. Pero cómo puede haber tanta diversidad de criterio, si existe objetividad en el origen de las cosas, las diferencias las marca el criterio de cada individuo, es ahí en donde radica el problema y, en consecuencia, la ignorancia y la obcecación puede hacer la diferencia.

Si no existiera un punto de vista universal sobre los aspectos relevantes de la realidad, que atañen a los seres humanos, no podría juzgarse con criterio de certeza y duda cualquier aspecto de esta, por lo que todo juicio y accionar estaría justificado, lo bueno y lo malo, lo perverso y lo honesto, lo corrupto y lo genuino. Pero, si se acepta tal postura, la existencia humana sería un caos y su existencia social, imposible. Todos y ninguno tendrían la razón, no podría hablarse de verdad y mentira, justo o injusto, bueno o malo, correcto o incorrecto. La realidad sería como lo expresó Ramón de Campoamor: …, nada es verdad ni mentira, todo es según el color del cristal con que se mira. Y consecuentemente, nuevamente se suspendería el juicio sobre la existencia en sí de la realidad.

El relativismo cultural es algo evidente entre la especie humana, pero las interpretaciones que cada grupo social hace sobre la realidad, que obedecen a aspectos particulares y circunstanciales, esencialmente no pueden ser diferentes, son los criterios valorativos los que hacen la distinción, así que más allá del revestimiento interpretativo que se le dé a un hecho, cosa o circunstancia, existe una estructura común que permite el entendimiento entre las distintas culturas, de lo contrario la comunicación sería imposible.

De ahí que, a pesar de la diversidad de criterios, es lo común que comparten, lo que esencialmente caracteriza a los seres humanos y, entre eso, el pensar para interpretar la realidad sigue siendo el mecanismo para que las personas entiendan el mundo y actúen correctamente en él. Un ser humano que, por ejemplo, no admita la posibilidad de correspondencia entre los objetos de la realidad y los datos de conciencia, haría imposible su accionar, ya que el contacto con las cosas sería totalmente incierto, como lo consideraban los escépticos radicales, para los que el conocimiento de la realidad no es posible.

Cómo entonces dilucidar quién tiene la razón cuando las conjeturas que se vierten sobre la realidad son distintas, cuando los juicios son disímiles, ¿podrá acaso decirse que ambos criterios tienen la razón? Desde luego que planteamientos contrarios no son admisibles, no se puede ser y no ser al mismo tiempo, en tal sentido, es la confrontación con la realidad lo que determinará el grado de certeza de tales discernimientos.

Regularmente, en sociedades en donde impera la ignorancia, el criterio que se impone está en función de los que ostentan el poder. No obstante, el punto de vista que debería prevalecer es aquel que presente mayores evidencias a lo que se afirme, fundamentado con los hechos, con las evidencias, contrastado con la realidad misma. De ahí que suponer no es lo mismo que conocer y al discutir con suposiciones se abre la puerta al relativismo y con este a la incertidumbre.

Los sesgos son comunes entre las personas y, con ellos, hay que resaltar los de confirmación, en donde solo se admiten los criterios que están de acuerdo con un particular punto de vista sobre las cosas, el propio. Tal actitud no acepta los argumentos por más claros y evidentes que sean, con ello cierran las puertas a un diálogo constructivo y a la posibilidad de crecer juntos.

Existe el relativismo y, como lo dijo Sócrates, es causado por la ignorancia que impera y no permite ver y juzgar con claridad el mundo que, no obstante, es sumamente complejo, es objetivo y merece que se comparta desde esa objetividad entre los habitantes de este planeta.

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