Vinicio Barrientos Carles

Guatemalteco de corazón, científico de profesión, humanista de vocación, navegante multirrumbos… viajero del espacio interior.   Apasionado por los problemas de la educación y los retos que la juventud del siglo XXI deberá confrontar.   Defensor inalienable de la paz y del desarrollo de los Pueblos. Amante de la Matemática.

 

                            Estudia el pasado si quieres pronosticar el futuro.

Confucio

La presente publicación es la introducción a una temática que debería incluirse, conveniente y pedagógicamente mediada, desde la formación más elemental de la escuela primaria, pues deriva y representa el meollo de la crucial distinción entre el conocimiento científico y otras formas del saber que no corresponden con la ciencia. Precisamente, en la más reciente publicación de este Suplemento Cultural LaHora, en el artículo «Dogmatismo y otredad», se hizo ver que una de las características de la actitud dogmática es, cabalmente, el distanciamiento del conocimiento de tipo científico, enfatizando, en el discurrir, cuán importante resulta el cultivo de la ciencia.

Sin demérito de formas complementarias del conocimiento, la ciencia representa un salto evolutivo, en un sentido epistemológico, hacia una manera mucho más crítica de concebir el mundo.   Lo innegable es que, en cualquier área del saber, o del desempeño humano, una actitud abierta y crítica, que parte de la duda sistemática, de un paradigma no cerrado ni completo del saber, es la que hace posible un acercamiento paulatino, conceptualizado desde un inicio como imperfecto, hacia aquello que consideramos verdadero, bajo criterios mucho más amplios sobre lo que la «verdad» pudiera significar.

En contraposición, la actitud dogmática supone, por un lado, que el conocimiento cierto es siempre alcanzable, para una mente como la humana.   Por el otro, una premisa de mayor riesgo aún, es que presupone que este saber, siempre alcanzable, es único y absoluto, de una o varias maneras, pues la certeza del saber refiere a una correspondencia biunívoca de este con la «realidad».   La presuposición de una verdad única e infalible ha llevado, históricamente, a conflictos y lamentables consecuencias para la humanidad.   Como un nefasto complemento, aunque la ciencia de la Modernidad lleva siglos de existencia, debemos aceptar que el pensamiento científico no ha llegado con la suficiente efectividad al gran público.

Por lo general, se sigue concibiendo a la ciencia más como un cúmulo de resultados que como un método.  Es decir, se observa a la ciencia como un producto dogmático a asumir, no como un proceso que debe ser concebido de una manera crítica, en continua evolución.   Con esta falta de comprensión metodológica, los riesgos obscurantistas de radicalización siguen vigentes.    Dicho en otras palabras, la metodología es la que debe ser rescatada y ponderada, no los productos, pues es el proceso epistemológico, el método científico, el que, muy a pesar de sus falencias y precariedades, ha demostrado, con vehemencia, ser la mejor manera de aproximarnos a eso que llamamos «la realidad».

No obstante, la falta de formación científica nos ha llevado a una serie de falencias en el manejo de este mundo que tratamos de comprender, falencias que son evidenciadas por la tecnología, producto de la ciencia misma.   Así, la contemporaneidad muestra varios signos preocupantes que van por esta dirección.   Uno de estos signos es el hecho de que, por mucho que la sociedad se alimenta de una cantidad de datos, de información de variados tipos, el procesamiento que las personas suelen hacer con los mismos es a priori, es decir, de tipo dogmático.   Aceptan o rechazan lo que se les dice, así, de tajo.

Para las grandes mayorías, los datos reflejan la realidad del mundo, es decir, se asumen tal cual se reciben, sin filtros ni procesamientos de ninguna clase.   Sin este deseado procesamiento crítico, se dejan de lado los análisis y el uso de herramientas que pongan a prueba las supuestas evidencias que se supone los datos manifiestan.   Finalmente, se cae en los extremos del escepticismo o el dogmatismo absolutos.   Algo de ello hemos planteado y compartido en el artículo «Absolutismo, relativismo y actualidad».

Para ejemplificar el asunto de la actitud, y con la intención de aligerar el contenido con el que desearíamos continuar, quisiera compartir una anécdota con uno de mis hijos.   Aunque mis hijas e hijos, todas y todos, son singulares a su manera, la citación viene al caso pues una gran cantidad de personas imagina del citado una conducta muy distinta a lo que se considera «normal».   Esta expectativa responde al hecho de que mi hijo, gemelar, por cierto, posee una especial conformación genética: tiene una copia extra en uno de sus cromosomas, condición conocida como trisomía.   Como se trata del cromosoma 21, se dice posee Trisomía 21 o síndrome de Down.   Al respecto del síndrome, se lee:

es una afección genética causada por un error en el proceso que replica y luego divide los pares de cromosomas durante la división celular, error que lleva a heredar una copia extra, total o parcial, del cromosoma 21 de uno de los progenitores.   Esta copia extra cambia la manera en que se desarrollan el cuerpo y el cerebro del bebé, causando algunas discapacidades intelectuales y las características físicas propias del síndrome de Down, que varían en forma e intensidad de una persona a otra

Aunque en lo previo se habla de discapacidades intelectuales, a decir verdad, y según lo he podido ir comprendiendo, el calificativo no es del todo acertado, al menos en el particular de mi hijo.   En lo cognitivo, diría que se trata de una manera, levemente diferente, de procesar el mundo.   Aunque siempre le consideramos un tanto genial, cabe resaltar que, a raíz del aislamiento generado por la pandemia, empezó a mostrar algunas conductas que antes no le habíamos observado.

Específicamente, inició la práctica de ciertos procesos algorítmicos, sistemáticos, a la manera de ritos o rituales, por decirles de alguna forma.   Aunque las acciones o procesos expresivos no poseían por sí mismos un aparente sentido o utilidad, por el otro, se presentaban como necesarios para mantener el orden en sus pensamientos.   Por otro lado, después de realizados, se evidenciaba algún tipo de tranquilidad y placer intelectual.   A su vez, también se volvió tartamudo, llegando a severas dificultades para expresarse de manera fluida.

Quizá por haber estudiado en varias escuelas «estándar», el contacto permanente con personas «normales» contribuyó significativamente a que anteriores rutinas suplieran las necesidades que después, en tiempos pandémicos, afloraron con más fuerza.   Cierro el preámbulo y paso a la anécdota de mi interés.

Ahora que trabaja, lo cual nos hace muy dichosos a todos, incluyéndole a él, pues ha recuperado, bastante rápido, su antigua «normalidad», es frecuente que regresemos juntos a casa, a la altura del mediodía.   Seguimos la misma ruta, día con día, pasando, en particular, por la fuente de la rotonda en donde se ubica la réplica del monumento a la paz, en la 7ª avenida, frente a la Municipalidad, en el denominado Centro Cívico de nuestra Ciudad de Guatemala.

Imagen editada por Vinicio Barrientos Carles. Foto La Hora

Pues bien, el tiro es que, a veces, la brisa del agua de la fuente va en la dirección a la calle más próxima de la rotonda, por donde pasamos, y a veces va en otra.   Es decir, al transitar, la brisa puede llegar al rostro de quien por ahí transita, pero únicamente en algunas oportunidades.   El asunto es que mi hijo pareciera llevar un registro de cuando la brisa llega por donde pasamos, y cuando no.   Si es lunes, o es martes, lo que en el fondo procura realizar es una predicción perfecta de cuándo estará la brisa llegando por donde pasamos.

Este tipo de cuestionamiento que se autoinduce es lo usual en él, mostrando una particular actitud ante los sucesos, como este que comparto, lo que me ha llamado poderosamente la atención.   Me explico.   Lo usual, lo esperado, es que no se trabaje en domingo.   Hay días para una cosa, y hay días para otra.   Las programaciones en la televisión responden a ciclos semanales, así como a un horario.   A tal hora, tal día, hay un programa determinado en cierto canal, y así con un sinfín de eventos más.   De esta forma, el joven ha desarrollado la idea de que las cosas acontecen de acuerdo a «cierto orden», universal, por cierto.

Es decir, dicho en otras palabras, nada es casual, sino lo contrario… todo tiene una razón para acontecer de cierta forma, según sea el día, la hora o la circunstancia particular.   Esta concepción me sorprende, pues no se encuentra alejada de lo que acontece, sea de tipo natural, sea de tipo humano social.   Después de la noche, sigue el día, de forma periódica e inmutable.   La lluvia aparece ante ciertos signos, y, en su trabajo, realiza tales tareas en ciertos días, porque así se ha dispuesto.   Tiene una frase que me deja en profundas meditaciones: «es normal».   También suele decir: «así es», «así son las cosas», «así es la vida», como en respuesta a este sobreentendido orden que rige el cosmos.

Con lo anterior he querido dibujar, a grandes rasgos, la actitud científica, fundamentalmente empírica, ante el mundo, una actitud perfectamente ilustrada en las cosas que hace el joven.   Pareciera que lo impulsa una honda interrogante sobre cuánto le rodea.    De lo que se trata es de predecir, que, si tal cosa es así o asá, otra será necesariamente de tal o cual manera, porque «las cosas son así», porque «es lo normal».   El enfoque empírico, estadístico, es que no se formulan causales teoréticas, nomotéticas, sino que se sigue, con observación rigurosa, un estudio de correlaciones.   A mi hijo le va bien con algunas cosas, aunque en otras la cosa no le funciona tan bien, como él espera.

Por ejemplo, yo estoy convencido de que nunca se llegará a predecir con éxito el asunto de la fuente, al menos en el sentido de distinguir que el martes sopla el viento hacia la calle, pero el miércoles no.   Sin embargo, la otra vez, antes de pasar por el lugar, el joven me dijo «hoy no habrá agua, porque es domingo».  He colocado el caso de la fuente, pero otros aciertos son interesantísimos.

Saber cómo se encuentra una persona, sea con base a las microexpresiones en su rostro, o en sus acciones previas, es un área en donde a mi hijo le va muy bien, mostrando un elevado grado de inteligencia emocional.   Por otro lado, detesta las cadenas televisivas del Gobierno, o las fallas de energía eléctrica, porque rompen y desbaratan sus planes de vida.   Son una simple desgracia, no porque sean malas en sí, sino porque resultan en lo absoluto impredecibles.   La otra vez, en protesta, no cenó porque no dieron el programa esperado.

En suma, el surgimiento y cimentación de esta ciencia moderna que hemos bien ponderado tiene mucho que ver con esta actitud de contrastar una cierta teoría, con los datos que obtenemos del mundo, tanto natural como social.   De hecho, los dos pilares de la ciencia tienen que ver con esta contrastabilidad empírica, sin la cual, no hay conocimiento científico posible.   Uno de estos criterios fundamentales es el de la falsabilidad.   Una teoría científica sobre los ángeles y los demonios, por ejemplo, no es posible, puesto que tales hechos no son falsables, es decir, no son refutables.

El otro pilar es el de la reproducibilidad.   Si no se puede refutar o reproducir, los hechos en cuestión no entran en la esfera de lo científico.   Es aquí donde intervienen los elementos del titular.   Los datos por sí mismos no tienen valor generador de conocimiento, a menos que estos datos puedan ser sometidos a un método, que evalúe si refieren a la «realidad» que suponemos describen.   En este proceso, hay un rompimiento con la actitud dogmática, la cual, como hemos expresado, presupone que las cosas se nos muestran tal y como son.   No, el avance científico radica en suponer exactamente lo contrario: que las cosas no se nos muestran como realmente son.

Esta es una verdad filosófica que viene de la Antigüedad, que distinguió, de raíz, entre lo que se muestra, la apariencia, y lo que, en el fondo, es.   A lo primero se le llamó el fenómeno, que viene a ser el objeto captado por los sentidos, en contraposición al ser (real, verdadero), que solo puede ser captado por la inteligencia, por la razón, mediante la cual es posible llegar a la verdad de las cosas.   Immanuel Kant realizó una diversidad de aportes al otro término, noúmeno, que vendría a constituirse en esa cosa en sí, captada por la inteligencia, tal y como la planteara inicialmente Platón.

Recientemente, en «Deep machine learning: conceptos y reflexiones», hemos abordado el asunto de la perspectiva estadística bayesiana, muy utilizada por los sistemas computacionales expertos de la creciente inteligencia artificial débil –IAD–.   Mencionamos un ejemplo sobre cómo es posible proceder, mediante ordenadores electrónicos, a la elaboración de un diagnóstico médico, por ejemplo.   La esencia del esquema de decisión radica en la existencia de variables observables, a las que denominamos indicadores o estimadores, a partir de los cuales tomamos decisiones, o asumimos ciertas creencias, al respecto de la verdad de los hechos, que vienen a estar constituidos por las variables estimadas.   Así, partiendo de las evidencias de un fenómeno, pasamos a formarnos conceptos y relaciones sobre aquello que no es observable.

] Imagen tomada de gAZeta, editada por Vinicio Barrientos Carles. Foto La Hora

Únicamente en el pensamiento ingenuo, en la actitud dogmática, podríamos aceptar que las cosas son como las percibimos, es decir, como se nos muestran (fenoménicamente hablando).   Sin embargo, en ciencia, en filosofía y en cualquier ejercicio racional riguroso, debemos aceptar y comprender plenamente que la manifestación de las cosas, o de los hechos, no siempre coincide con esas cosas, o esos hechos, de manera tal que no estamos plenamente en la verdad cuando afirmamos algo al respecto de una realidad, que podría ser inalcanzable, o cuando creemos que poseemos la certeza de ese algo que aseveramos.   Nuevamente la clave está en la actitud frente a nuestro hipotético «conocer».

Acercándonos al cierre de esta introducción al problema, de lo aparente versus lo real, deseo citar un par de casos que coloqué en el artículo «Indicadores, estimadores y evidencias»:

Un primer ejemplo versa sobre la salud de un potencial individuo enfermo. Por un lado, identificamos que la enfermedad posee aspectos visibles, observables, a los que se denomina signos de la enfermedad; por el otro, también posee aspectos que no son del todo perceptibles desde el exterior. De hecho, podemos hablar de enfermedades silenciosas, en las que el deterioro en el organismo puede no presentar síntomas, o por lo menos no hasta que se ha alcanzado un estado muy avanzado de la enfermedad. Por esta realidad es que hacemos pruebas diagnósticas, que nos dicen qué tan probable es que el individuo esté o no esté realmente enfermo.

Es decir, porque una persona aparente estar enfermo, está realmente enfermo.   O dicho de otra manera, si alguien sale positivo de Covid, la pregunta que casi nadie se hace es: ¿tiene realmente Covid?  O si se quiere, a la inversa.   El problema no es un juego de palabras.  El segundo caso refiere a un juicio, de tipo jurídico legal, judicial, aunque pudiera referirse a un juicio, opinión, en general.   Se lee:

Un segundo ejemplo icónico respecto de las creencias o decisiones que tomamos, es el de un determinado proceso judicial apegado al Derecho. Cuando alguien es sospechoso de un determinado delito, tiene derecho a defenderse, asumiendo su inocencia. El juicio implicará los procedimientos legales bien establecidos mediante los cuales se determinará la culpabilidad o no culpabilidad del individuo en cuestión. En ambas situaciones, médicas o jurídicas, lo importante será discriminar una contraposición entre lo que es versus lo que aparenta ser. De esta manera, alguien puede ser diagnosticado como enfermo o como sano, estándolo o no, o bien declarado culpable o inocente, en relativa independencia de si verdaderamente lo es o no. En cualquiera de los casos es primordial reconocer que las decisiones y las creencias son asumidas con base en las evidencias disponibles.

A pesar de que se nos ha terminado el espacio para esta apertura temática, que introduce las primeras reflexiones, podemos cerrar con un resumen de lo más relevante, con la intención de darle continuidad al asunto.   Esto esperamos hacerlo en próxima publicación, que llevará por título «Datos, apariencias y realidad».

Hasta entonces, invitamos al lector, lectora, que nos sigue, a una atenta revisión de nuestra última imagen, que sintetiza el problema de la decisión, que contrasta el objeto que se observa, la apariencia o evidencia, con lo que realmente es.   En particular, la imagen hace referencia al caso de un posible enfermo.   Se debe decidir si está realmente enfermo de tal o cual enfermedad.   Nótese que, nuevamente, asumir que siempre lo que vemos es lo que es, corresponde a una actitud ingenua, esto es, dogmática.   Mucho que agregar al respecto.

 

Imagen tomada de gAZeta, elaborada por Vinicio Barrientos Carles. Foto La Hora

Fuente de imágenes    ::

[ 1 ] Imagen editada por Vinicio Barrientos Carles    ::    https://aprende.guatemala.com/cultura-guatemalteca/patrimonios/monumento-a-la-paz-guatemala/

[ 2 ] Imagen tomada de gAZeta, editada por Vinicio Barrientos Carles    ::    https://www.gazeta.gt/indicadores-estimadores-y-evidencias-ii/

[ 3 ] Imagen tomada de gAZeta, elaborada por Vinicio Barrientos Carles    ::    https://www.gazeta.gt/sensibilidad-y-especificidad-en-una-prueba-de-diagnostico-ii/

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