Vinicio Barrientos Carles

Guatemalteco de corazón, científico de profesión, humanista de vocación, navegante multirrumbos… viajero del espacio interior.   Apasionado por los problemas de la educación y los retos que la juventud del siglo XXI deberá confrontar.   Defensor inalienable de la paz y del desarrollo de los Pueblos. Amante de la Matemática.

El hombre es la medida de todas las cosas.

Protágoras

Cabalmente, me encontraba esta semana en clase, abordando las concepciones que los seres humanos solemos tener, en los tiempos actuales, al respecto de ciertos aspectos fundamentales de la vida, y en general, de las cosmovisiones ante una aparente crisis de valores.   Esta crisis se hace visible a través de una perceptible falta, o ausencia total, de orientación, sobre cómo conducir nuestra vida, sobre qué directrices deben verdaderamente impulsarnos en un mundo basto en complejidad.   En estas conversaciones, en un curso dirigido al descubrimiento personal del sentido de la vida, saltó inevitablemente el termino «absolutismo».   Entonces recordé que ese era, justamente, el tema con el que quería abrir mis publicaciones de este año.

Sin embargo, se fue enero, volando, porque saltaron las mediáticas emergencias, primero con el pendiente de «La jerarquía aritmética y la posverdad», y luego con la explosión al respecto de las expectativas y realidades del ChatGPT, que nos llevó a la medular interrogante: «¿Desplazará la IA al ser humano?».   Si se reflexiona, existe un lugar común en todo lo tratado, que gira en torno del relativismo, porque, en el primero, se quiere hacer ver que, aún las ciencias formales, consideradas «exactas», son relativas y dependientes del contexto, mientras que, en los otros, también la posverdad adquiere un tinte central: los medios y las opiniones como punto de referencia.

Todo este fenómeno al respecto de una crisis de la verdad, como el filósofo surcoreano Byung-Chul Han la identifica, puede vincularse con una forma contemporánea de nihilismo, el cual es, de manera lacónica, una corriente filosófica que afirma que el ser se reduce a la nada, negando cualquier finalidad o teleología de las cosas.   Epistemológicamente, el nihilismo da paso a la imposibilidad de una verdad absoluta, puesto que toda realidad será inherentemente aparente, de manera que el conocimiento es intrinsecamente vacío.

Sobre los orígenes del pensamiento nihilista, suele citarse a la escuela cínica, pero amerita comentar que esta reducción, que redunda en la pérdida del sentido de las cosas y del conocer de las mismas, ha tenido una evolución interesante en sí misma, que no podríamos ahora resumir pertinentemente.   En la Wikipedia se lee: «El nihilismo tiene antecedentes muy antiguos y se encuentra ya en algunos textos filosóficos hebreos, como el Eclesiastés.   Entre otros filósofos que han escrito sobre esta materia se incluye a Friedrich Nietzsche, Jean Paul Sartre y a Martin Heidegger».   Lo importante en este momento es comprender que la actualidad se reviste de una nueva modalidad de nihilismo, derivada del creciente régimen de la información.

Esta crisis de la verdad, que hemos esbozado comentando sobre la posverdad y el impacto que han tenido las redes sociales, aparentemente incrementando la conectividad humana, pero realmente provocando mayor aislamiento, por una comunicación trastocada y carente de significados, está estrechamente vinculada con uno de los problemas más antiguos en la historia del pensamiento: el referido al relativismo.   En efecto, se llega al nihilismo existencial a través de un relativismo, casi universal, respecto a los valores y a la posibilidad del conocimiento, cayendo en variantes filosóficas que aniquilarán cualquier orientación teleológica, esto es, que sostendrán que la vida carece de un significado o propósito intrínseco objetivo.

Con este preámbulo nos ubicamos en el tercer elemento del titular: la actualidad.   En efecto, el mundo de hoy resulta tan complejo que no es nada fácil, en casi cualquier interrogante profunda que se plantee, llegar a una respuesta unívoca que escape de un torbellino de aparentes paradojas, de contrasentidos que terminan anulando cualquier atisbo de solución.   Los modelos descriptivos y explicativos parecieran no estar atados a ninguna inmovilidad y la consecuencia fundamental de todo ello es un relativismo que, como hemos mencionado, pareciera ser universal, esto es, absoluto.   Esto conlleva una creciente baja del pensamiento crítico, del cuestionamiento sano de la verdad o falsedad de lo que tomamos como respuesta.

La síntesis de los artículos previos es, cabalmente, el relativismo.   No obstante todos y todas tenemos una noción de lo que este término significa, conviene apuntar que existe una diversidad de aspectos que pueden considerarse, que cambian, de forma significativa, a lo que nos estamos refiriendo.   Para ejemplificar esta polisemia, alguien podría considerar que el antonimo de relativismo, el concepto opuesto, es el de objetividad, u objetivismo, puesto que interpreta el relativismo como subjetivismo, aquella concepción que parte de la premisa de que la forma en que se conocen las cosas depende de cada persona o sujeto en particular.   Sobre esta diversidad de posibles aspectos a contemplar, leemos:

El relativismo se relaciona con la actitud antimetafísica desarrollada en campos como: la filosofía, la antropología, la sociología, entre otros.   En general, las discusiones sobre el relativismo se centran en cuestiones concretas; por ejemplo, el relativismo gnoseológico (epistemológico), que considera que no hay verdad objetiva y que siempre la validez de un juicio depende de las condiciones en que este se enuncia; o el relativismo moral, que sostiene que no hay bien o mal absolutos, sino dependientes de las circunstancias concretas.   Similares postulados se defienden, tanto en el relativismo lingüístico, como en el relativismo cultural.

También, además del relativismo moral o conductual, personal o social, está el relativismo en ciencia, tanto en ciencias formales, como en ciencias naturales y sociales.   Al margen de las diferentes acepciones que asume el término, es importante enfatizar que, en propiedad, lo contrario a lo relativo es lo absoluto, es decir, aquello que no tiene relación con otras cosas, que existe por sí mismo, independientemente de cualquier comparación o vínculo.   Aunque desde este concepto se pudiera pensar que siempre existen relaciones posibles, en esta ocasión deseamos concentrarnos en el relativismo filosófico, y su opuesto, el absolutismo, como concepciones epistemológicas contrapuestas, o lo que es equivalente, aquellas que hacen referencia al conocimiento y su efectiva posibilidad.

Conviene también señalar que cuando se menciona «absolutismo», es frecuente vincularlo con el absolutismo sociopolítico, que es una modalidad o forma de régimen político, en el que una autoridad domina todas las manifestaciones del poder del Estado, que puede ejercer sin límites.   Acá, insistimos, estamos escribiendo sobre el absolutismo en su sentido filosófico.

Pues bien, en nuestro análisis, con los y las estudiantes, en torno de la actualidad y el sentido de la vida que la contemporaneidad ha ido imprimiendo, salió a relucir la forma absolutista de proceder, cuando, ante crisis no resueltas, que devienen en un relativismo extremo, se opta por un dogmatismo, acrítico y simplificante.   A decir verdad, la historia humana y el devenir de las ideas ha mostrado un comportamiento cíclico, o quizá, de manera más precisa, un movimiento oscilatorio o pendular.   Este péndulo bate ciclos de duración variable, entre polos o posiciones extremas.   El vaivén proviene de las fuerzas restitutivas, que estando en un extremo, propenden a retornar al otro, en donde antes se ha estado.

Quizá convenga un ejemplo.   Es bien conocido que en los años sesenta se dio inicio a un movimiento, generalizado y extendido en todo el mundo occidental, calificado de revolución sexual.   En este período se desafiaron los códigos tradicionales relacionados con la moral y la conducta sexual humana.   Aunque estos procesos siguen evolucionando, se ha observado el surgimiento de fuerzas restitutivas, con relación al retorno al amor romántico y un replanteamiento de las normativas fundamentales que deberían regir las relaciones sexuales humanas.   O dicho en palabras de la voz popular, nadie extraña sino lo que ha perdido, que pondera la valoración de lo que ya no se tiene.

Este ir y venir, desde una posición a otra, no es realmente nueva.   Sucede, tanto a nivel de la escala temporal personal, como en la corta escala social, referida a la vida en las comunidades.   Sin embargo, adquiere una singular connotación cuando estamos en una escala de tiempo mucho más amplia, en donde son los valores que la cultura prioriza los que se ven sometidos a esta dinámica pendular que estamos trayendo a colación.   De esta ciclicidad de la historia humana, en un sentido micro, entiéndase, de los hechos de los que tenemos registro, sea por la escritura o por otros medios, hemos escrito anteriormente, en el artículo «El hombre… ¿amo del mundo?»   Acá estamos haciendo alusión al Holoceno, esto es, a los últimos cien siglos de nuestro devenir.

Nuestro particular análisis, sobre una concepción de los tiempos más recientes del caminar de nuestra especie sobre el planeta, propone un refinamiento de esta concepción cíclica de la sociedad humana, planteando una secuencia de «renacimientos», en los que una crisis generalizada lleva a la adopción de una nueva «supercultura», basada en un renovado «macroparadigma» que viene a botar el anterior.   Lo hemos dibujado de diferentes formas al abordar el tema de «Educación y transdisciplina», y más recientemente al hablar de las nuevas utopías tecnológicas, en «Transhumanismos y futurismos siglo XXI».

Sabemos que la crisis de la pandemia vino a repreguntarnos al respecto de problemáticas fundamentales sobre nuestra participación en el mundo.   Aunque no todas, no todos, estamos tan claros al respecto, lo cierto es que la ciencia de la Modernidad no se ha consolidado como el esperado faro que ilumina nuestro camino.   A pesar de este centenar de siglos de experiencias, desde los inicios del prescrito Holoceno, a las puertas del propuesto Antropoceno, cabe repensar si el circunspecto calificativo de «científico» corresponde al prestigio que goza tal actividad.

Y es que la ciencia, como macroparadigma del mundo, es algo mucho más reciente, básicamente enmarcado y circunscrito al contexto filosófico y epistemológico de la Ilustración, este período posterior al Renacimiento, acaecido en Europa Occidental, hace apenas cinco siglos.   En este sentido, si se revisa objetiva y detenidamente, podremos percatarnos de que la civilización, asociada con la escritura y el cultivo de todo aquello que incluimos en «la cultura», no ha sido conducida por la racionalidad y el pensamiento crítico, sino, por el contrario, por el apego a determinadas creencias, dogmáticas, cuyos orígenes se remontan a un pasado remoto, con la generación de la consciencia y la espiritualidad, propias de la humanidad.

La Antropología nos enseña que la mayoría de los credos, pretéritos y vigentes, poseen como eje transversal este aspecto espiritual, que hemos asimilado como una característica exclusivamente humana, que nos distingue de los otros organismos vivos que nos rodean. Nos hemos acostumbrado a una autoimagen de seres esencialmente distintos, implicando la ya comentada contraposición de lo artificial versus lo natural, como si nosotros no fuéramos también seres producto de la naturaleza. ¿Cuándo y cómo se nos coló esta premisa cuasiuniversal?   Empero, la ciencia contemporánea nos ayuda a recordar y comprender lo efímeros que somos respecto de nuestro entorno natural.

Si contáramos con una lupa temporal, podríamos percatarnos de que la historia humana arroja luces sobre ciertos momentos cruciales en los que se han llevado a cabo revolucionarios cambios, holísticos, en los que la humanidad ha puesto en duda aquellos sistemas de creencias que le han resultado funcionales por algún tiempo, pero que, en el largo plazo le han conducido a crisis globales, desórdenes totalmente fuera de su control.   Estos períodos de singular quiebre, usualmente caracterizados por formas violentas de expresión, le han conducido al desarrollo de nuevas formas de concebir la realidad, transformando las cosmovisiones guía que le han regido previamente, modificándolas en pro de resultados que superan significativamente aquellos proporcionados por el macroparadigma ya caduco.

A estos períodos de tiempo, cercanos al siglo de duración, en los que se muta globalmente y se reconstruye el macroparadigma dominante que determinará el nuevo modo de existencia, les estamos denominando renacimientos, porque implican un «volver a nacer», en lo que respecta a los grandes valores asumidos adentro de lo que podríamos denominar la supercultura, constructo macrosocial ubicado por encima de todas las culturas existentes.   En la imagen que sigue, se muestra un esquema con estos momentos de agitación, quiebre y redefinición, incluyendo el siglo en curso como uno de estos momentos: R0.

En suma, el vaiven pendular del que estamos hablando, va desde períodos de excesiva credibilidad, o absolutismo epistemológico, a otros en los que una crisis de la verdad se apodera de todas las estructuras humanas, de manera que se hace necesario un replanteamiento crítico del macroparadigma vigente.   Bajo esta concepción, no cabe la menor duda de que en la actualidad nos encontramos atravesando por uno de estos períodos renacentistas, en los que, aparte del torbellino relativista, nihilista como lo hemos indicado, existe el riesgo de retrocesos a fundamentalismos dogmáticos, que atentan contra el espíritu crítico y libre, inherentes e intrínsecos a nuestra humanidad.

En el absolutismo, ante la pérdida del valor del pensamiento crítico, que cuestiona de manera sistemática, se asoman varios riesgos no despreciables, así como sucede en el relativismo extremo.   Platón, hablando de la política, decía: «No hay hombre que, revestido de un poder absoluto para disponer de todos los asuntos humanos, no sea víctima de la soberbia y la injusticia».   Pues igual sucede con los sistemas de pensamiento que construye el ser humano, sobre los cuales erige las diferentes formas de existencia e interacción.   Por otro lado, cuando pensamos en los valores fundamentales, tendremos en primera plana los cuestionamientos básicos en torno de conceptos esenciales como lo son la verdad, la justicia, el bien y tantos otros.

Evóquese la deleznable guerra en Ucrania, o momentos álgidos en el concluido período gubernamental del estadounidense Donald Trump, para comprender que las menciones a un resurgimiento del nazismo, o neofascismo, en sus varias vertientes, no son producto de una imaginación fuera de control.   Vemos aquí cómo el absolutismo filosófico se traslada a todas las esferas de la convivencia humana, y la polarización que se genera es consecuencia inmediata de la tendencia dogmática para confrontar la diversidad que conforma la realidad.   Ante el inminente peligro de la manipulación de las masas, conviene comprender cómo del relativismo actual puede pasarse, de golpe y de manera violenta, a un absolutismo que ahoga toda posibilidad de desarrollo.

Por ello lo crucial del retorno al pensamiento, a la reflexión profunda sobre estas bases filosóficas, sobre las que, en definitiva, convendrá regresar, a un ritmo conveniente, pero sin mayores pausas.   Han, el filósofo que hemos citado, suele expresar que ve en el dataísmo una forma pornográfica de conocimiento, una que anula el pensamiento.

Para tomar consciencia de lo relevante de la temática, conviene citar al psicologo social español Tomás Ibañez Gracia, quien, a lo largo de su obra, apunta por la liberación de cualquier tipo de autoridad e imposición, en contra de cualquier forma de Estado, en lo sociopolítico, pero, en general, en oposición acérrima a los dogmatismos de cualquier índole, lo que incluye también la negación de un relativismo absolutista, que parte del adagio de que «todo es relativo».   En su crítica, ubica al escepticismo relativista y al dogmatismo absolutista como dos caras de la misma enfermedad.   En particular, en su «Actualidad del anarquismo», se lee:

La única vía que me parece llena de promesas y cargada de frutos consiste en luchar incesantemente, en todos los lugares, contra la autoridad; y, si el estado de nuestras fuerzas nos lo permite, realizar una revolución, violenta o no, que tenga por objetivo, no el de propagar el comunismo libertario, sino el de hacer estallar, en mil pedazos, la tangible realidad de la autoridad que nos aplasta, a fin de que cada uno pueda elegir su vía sin imposiciones, entiéndase, ser marxista, ser libertario, y un largo etcétera, y proceder a vivir, con sus compañeros de ideas, su vida, a su manera.

 

Fuente de imágenes    ::

1 ] Imagen editada por Vinicio Barrientos Carles   ::     http://acracia.org/contra-el-pensamiento-absolutista/     +     https://www.elcato.org/las-contradicciones-del-relativismo     +     https://www.ecured.cu/Relativismo   

2 ] Imagen tomada de gAZeta, elaborada por Vinicio Barrientos Carles   ::    https://www.gazeta.gt/el-hombre-amo-del-mundo/     +     https://www.gazeta.gt/educacion-y-transdisciplina-i/

3 ] Imagen tomada de gAZeta, elaborada por Vinicio Barrientos Carles   ::    https://www.gazeta.gt/transhumanismos-y-futurismos-siglo-xxi/

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