Washington
DPA

Uno quiere construir un muro y expulsar a los más de 11 millones de inmigrantes sin papeles que hay en el país. La otra quiere realizar la reforma migratoria que no fue capaz de sacar adelante Barack Obama y abrir el camino para que los indocumentados se conviertan en ciudadanos estadounidenses.

La política migratoria de la demócrata Hillary Clinton y la del republicano Donald Trump no podían ser más opuestas. Son modelos irreconciliables que durante la campaña electoral para los comicios presidenciales del martes han estado entre los temas más importantes en un país que, a la postre, está hecho de inmigrantes.

Trump debe parte de su popularidad entre los votantes más conservadores que lo apoyan a su fuerte retórica antiinmigrante.

Su carrera hacia la Casa Blanca la lanzó vinculando a los mexicanos con el crimen y los problemas de la economía estadounidense, y ha convertido en su propuesta estrella la construcción de un muro en la frontera con México que evite la entrada de «sin papeles», algo que técnicamente es muy difícil de realizar.

«México pagará el muro», insistió horas después de reunirse en septiembre con el presidente Enrique Peña Nieto en Ciudad de México.

«Se trata de una retórica peligrosa que nunca antes había ocupado un lugar tan central entre las propuestas de uno de los dos grandes partidos estadounidenses», dice a dpa Michael Shifter, presidente del centro de análisis Inter-American Dialogue.

«Trump ha sabido interpretar las frustraciones de las clases medias y bajas, en especial entre los blancos de menores ingresos, y ha explotado esos temores culpando a la inmigración», añade.

Los estudios hablan de 11,1 millones de inmigrantes indocumentados en el país. Es un 3,5 por ciento de la población total. La mayor parte de ellos son mexicanos.

Trump defiende una deportación masiva en la que habla de implicar a una fuerza especial que quiere crear para ello. A sus mítines de campaña ha llevado y subido el escenario a familiares de personas muertas a manos de inmigrantes sin papeles.

El republicano quiere también reducir el número de cuotas migratorias legales, seleccionando a los inmigrantes a los que se permite acceder al país. Especialmente controvertida en este punto fue su propuesta de impedir la entrada de musulmanes. También quiere restringir el número de refugiados que acepta Estados Unidos.

Enfrente se sitúa Clinton, que en parte como reacción a la retórica de Trump, en parte por el viraje a posiciones más progresistas entre los votantes del Partido Demócrata, promete presentar una reforma migratoria en los primeros 100 días de mandato que incluya una vía para que los sin papeles puedan acceder a la ciudadanía y abandonar la situación de ilegalidad. Trump califica esto de «amnistía».

«Diversas investigaciones indican que una reforma migratoria como la que apoya Clinton tendría un impacto beneficioso sobre la economía, mientras que las propuestas restrictivas de Trump más bien impactarían negativamente», apunta a dpa Juan Carlos Hidalgo, experto del Instituto CATO.

La ex secretaria de Estado se ha pronunciado también a favor de incrementar la seguridad en la frontera, quizá el único punto en el que puede estar cerca de Trump.

El mayor problema para la reforma migratoria de la demócrata, si gana, es el Congreso. Sin él no puede sacarla adelante. Obama intentó avanzar en el sentido que plantea Clinton pero lo pararon allí los republicanos y después se vio frenado en los tribunales, donde numerosos jueces suspendieron las órdenes ejecutivas con las que intentó proteger de la deportación a unos cinco millones de indocumentados sin antecedentes criminales.

Aunque pocas, las encuestas dan a los demócratas posibilidades de recuperar la mayoría en el Senado. En la Cámara de Representantes, sin embargo, no parece que puedan hacer demasiado. Y la reforma necesita de acuerdo en las dos cámaras del Congreso.

En caso de no poder sacar la reforma adelante, Clinton pretende utilizar su poder presidencial para frenar la deportación de personas con «méritos» para quedarse. Es lo que hizo Obama con sus programas para jóvenes estudiantes indocumentados que llevan toda la vida en Estados Unidos.

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