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En la foto: Miguel Martínez, ex titular del extinto Centro de Gobierno y la magistrada Blanca Alfaro. Foto: La Hora / Redes Sociales 

El fin de la campaña política significa mucho para los diferentes actores en su esfuerzo por lograr el objetivo de alcanzar el poder, en algunos casos, o de mantener el que mediante diferentes alianzas y pactos vienen disfrutando desde hace ya buen tiempo en un proceso que permitió el control de todas las instituciones públicas. Los meses de esfuerzo por pintarse atractivos para la ciudadanía llegan a su fin y muchos empiezan a comerse las uñas pensando en lo que les depara el destino al finalizar la propaganda dentro del menos confiable proceso electoral desde la llamada apertura democrática de 1986.

Justamente en el cierre de campaña de la metropolitana del oficialismo, Miguel Martínez mostró lo que significan estas horas intensas y aprovechó el momento para referirse a una investigación que, según él, viene realizando el New York Times. La misma tendría relación con un soborno a magistrados del Tribunal Supremo Electoral y la supuesta denuncia que la magistrada Blanca Alfaro habría hecho ante la Embajada de Estados Unidos, entregando un paquete con su parte del dinero que habrían recibido.

Hace muchos años, tantos que la frase original se escribió en latín, se decía “explicandum non postulavit manifesta accusatio”. Y en una explicación no pedida, sin duda para salir al paso de lo que supone que puede ser una noticia bomba, Miguel Martínez se adelanta a rechazarla mediante una declaración pública en la que aborda temas relacionados con el Tribunal Supremo Electoral, poniendo con ello la guinda a un pastel variopinto como ha sido esta peculiar campaña que está llegando a sus horas finales.

Recientemente, Martínez dijo que no tiene el audio de Alfaro, pero que ayer se comunicó con ella. ¿Qué corona tiene Martínez para tener tan fácil acceso a los magistrados del TSE?

Se vive, además, una guerra de encuestas para ubicarse en primer lugar o por lo menos con algún chance y así realizar un último esfuerzo por captar más votos y atraer a los indecisos y a quienes prefieren votar por quien parece ser el puntero. Todo ello se suma al contenido, si es que así se le puede llamar, que ha tenido el proselitismo durante este agitado proceso, marcado más por bailes y charadas que por propuestas serias de cara a una cruda realidad nacional que demandaría a mucha mayor seriedad.

El final de la campaña implica un breve período sin propaganda para que el ciudadano reflexione y decida finalmente su voto sin la influencia de las canciones o bailes que marcaron a cada uno de los aspirantes. En mucho se puede decir que a estas alturas la suerte está echada y que salvo alguna conmoción impredecible, los electores ya tienen decidido su voto para el domingo, preparando el terreno para ir a segunda vuelta.

 

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