Nos metieron en un pickup, como troncos, uno encima de otro (eran 25). Foto La Hora.

 

En la última década la búsqueda por una mejor calidad de vida ha rebasado la barrera generacional, niños y adolescentes guatemaltecos han emprendido camino hacia el “Sueño Americano”. Este fue el caso de Eduardo Méndez, un joven de 23 años que migró irregularmente siendo un menor de edad.

16 años tenía Eduardo cuando sus tíos, quienes empezaron a migrar hacia los Estados Unidos a finales de los 90, ofrecieron pagarle un “coyote” de Q90 mil. Según su relato para La Hora, en ese entonces su contexto de vida no era el ideal, pero tampoco precario.

El joven vivía en la zona 13 de la ciudad de Guatemala con su madre, un hermano y su abuela, se encontraba cursando tercero básico en un colegio del Centro Histórico cuando le ofrecieron la oportunidad y no la desaprovechó. Por motivos de seguridad su nombre ha sido modificado.

“Mis familiares que residen allí desde hace unos 20 años me ofrecieron la oportunidad, me dejaron pensarlo y pues al final yo me fui buscando un mejor estilo de vida, no fue de que en verdad necesitara dinero, por una deuda o porque me amenazaron”, comentó.

 

EL MOMENTO DE PARTIR

Una semana fue suficiente para concretar los preparativos, llegó el día de partir y Eduardo sentía tanta ansiedad que no logró conciliar el sueño. A las 12 de la noche salió rumbo a Quiché con su abuela y tío, consigo solo llevaba una mudada de ropa extra, un teléfono para emergencias y Q1,500.00 escondidos en un hoyo del pantalón.

A las 5:00 a. m. llegó a Quiché, específicamente a la terminal de buses, donde el “coyote” y otras dos personas lo esperaban para arribar un bus camino a La Mesilla, Huehuetenango frontera entre Guatemala y Chiapas.

Eduardo se despidió de su abuela y su tío, consciente de que posiblemente sería la última vez que los vería. No contaba entonces que una travesía llena de persecución, celdas, pandillas y escondites le deparaban.

CASAS SEGURAS: SU HOGAR EN EL CAMINO

Una vez en La Mesilla, sus guías los esperaban para llevarlos a una “casa segura”. Según Eduardo, a lo largo del viaje los grupos de migrantes se hospedan en lugares conocidos como “casas seguras”, algunas pertenecen a la red de “coyotes” o a veces son inmuebles alquilados.

En estas casas reúnen a varios grupos de distintas nacionalidades como salvadoreños, nicaragüenses y hondureños. Además del hospedaje y la alimentación, los “coyotes” aprovechan para “coordinar” la división de los grupos y así despistar a las autoridades de migración.

“Si te aburrías de lo que ellos te daban podías mandar a comprar comida con ellos o incluso comprar dentro de la tienda de la casa segura”, cuenta Eduardo destacando el nivel de logística de este tipo de tráfico humano.

DISPAROS AL CRUZAR PARA MÉXICO

En la casa segura de La Mesilla el grupo esperó hasta medianoche para cruzar la frontera y poner pie en tierras mexicanas. El “coyote” ya tenía ubicado un extravió para acortar el camino y en cuestión de treinta minutos lograron cruzar.

Sin embargo, esta rapidez se dio porque el grupo de migrantes empezó a ser perseguido. “Hasta ahorita no sabría decir si eran secuestradores o narcos, no sé si fue al aire o a nosotros, pero empezaron a disparar y nos tocó correr”, aseveró.

 

“Cruzando el matorral de la frontera, a menos de un kilómetro, ya tenían otra casa segura. Allí dormimos de las 12 de la noche hasta las 3 de la mañana y emprendimos para Chiapas”, agregó.

Ya en Chiapas, el grupo se escondió en un terreno baldío por la carretera, donde tenían que esperar otro vehículo.

“Nos metieron a un pickup, metieron a unas 25 personas y las ordenaron como si fueran troncos, uno encima del otro y nos pusieron una manta para taparnos. Me sentí incómodo porque no tenías tu espacio, íbamos muy pegados o el peso de alguien más encima o se te dormía una pierna o no dormir bien te ponía de mal humor”, relató.

En la casa segura de Chiapas, Eduardo y el grupo se mantuvieron escondidos alrededor de una semana, pues “la migra estaba muy caliente” en los alrededores.

LA RUTA MÁS CORTA: LA MÁS PELIGROSA

Según Eduardo, existen tres rutas distintas que toman los “coyotes”, a veces escogen recorrer todo el centro de México para llegar a la frontera de Estados Unidos con Chihuahua, o bien, por las orillas para llegar a la frontera de Coahuila, Sonora o Tamaulipas.

 

“La más larga es la del medio, para llegar a Chihuahua, esa es la más segura. Ahora en las orillas es la más corta, pero es la más peligrosa. Nosotros nos fuimos por la orilla para llegar a Tamaulipas», explicó.

LA COORDINACIÓN DE LA RED

Luego de Chiapas el grupo llegó a Tabasco, el joven relata que recorrían pueblos y no directamente la ciudad, además, el “coyote” tendía a transportarlos durante la noche para pasar desapercibidos.

Tras pasar unos días en la casa segura de Tabasco, el grupo fue trasladado en una camioneta tipo Suburban modificada. Esta solo contaba con el asiento del piloto y el copiloto, en la parte de atrás iban unas 23 personas, incluyendo niños, unos apilados sobre otros.

“Cómo es eso de la coordinación de ellos porque no tienen un teléfono, sino que utilizan radios de alta frecuencia para comunicarse tipo policía, toman su emisión y hablan. Están muy coordinados tanto con su estructura de ‘coyotes’ como con la mafia”, recordó.

Durante su trayecto, Eduardo solía escuchar cuando el “coyote” avisaba que iba a entrar a una ciudad, dando información como la placa y una descripción del vehículo. “Como pidiendo permiso, me imagino que deben de pagar más de una cuota, era como que iban avisando minutos antes de entrar al territorio”, agregó.

LA PRIMERA HUIDA

Posteriormente, el grupo fue trasladado en un microbús para salir de Tabasco, sin embargo, un retén de la policía municipal los detuvo. Las autoridades empezaron a interrogar a uno de los miembros, al notar su nerviosismo, fue bajado del bus y los demás “entraron en pánico”.

Por el miedo de ser atrapados, el grupo de migrantes empezó a correr. “Nos bajamos de la combi, corrimos y nos metimos al monte, la migra no entra a cinco metros más allá del monte porque llevan las de perder, no tiene campo visual y son pocos”, agregó.

En ese momento la percepción que Eduardo tenía sobre los mexicanos cambió, pues una señora de unos 65 años de edad y ajena a la organización de tráfico humano los acogió en la parte de atrás de su terreno, en una champita, a pesar del riesgo de ser detenida.

“Esa persona nos dio hospedaje por dos días, mientras que la migra seguía caliente, tanto así que ya tenía ubicada su casa y pasaba la patrulla enfrente. Esperamos a la noche y llegó una combi, nos recogió y entramos a Veracruz”, puntualizó.

 

EL ÚLTIMO PASO

En Veracruz el grupo también tuvo que esconderse por un par de días porque las autoridades de migración mantenían una constante vigilancia. Dos días más de viaje faltaban para que Eduardo llegara a Reynosa y fuera entregado a un cártel para poder pasar al desierto.

“Íbamos en la carretera, en un bus como Pullman, la policía nos paró y empezaron a pedir el DNI y a interrogarnos. Tuvieron sospecha de un miembro del grupo, cuando lo bajaron entraron en pánico la mayoría y se bajaron del bus. Mientras la policía corría a los primeros, a los que íbamos atrás nos dio tiempo de salir con ventaja y nos fuimos a esconder al matorral”, relató.

Una vez escondidos les tocó esperar un par de horas, finalmente un pickup llegó por ellos y los llevó a una terminal. Casi era la recta final, el “coyote” los separó en grupos de cuatro y los subió a un taxi.

“Informaron a la migra, porque usualmente no hacían retenes en esa carretera y mucho menos parar a taxis. Ese día de casualidad pararon un taxi. Sí se podía sobornar a la migra, pero ellos ya te piden dólares y no pesos, estamos hablando de unos US$1,500 por cabeza”, aseguró.

Según Eduardo, una vez en Reynosa él debía llamar a su familiar en los Estados Unidos para que realizaran otro pago. “Pero ese pago era ya para las mafias porque el pollero te entrega a un cártel y el cártel ya se encarga de llevarte al desierto”, indicó.

TRASLADADO A UN ORFANATO

Por ser menor de edad, Eduardo fue traslado a lo que él describe como un orfanato donde llegan niños abusados por sus padres o que sufren de un trastorno.

Tras permanecer en esa institución de 15 a 20 días, él y otros menores también detenidos por migrar irregularmente fueron trasladados en un bus a una especie de “prisión” ubicada en Chiapas.

En sus adentros, Eduardo pensaba que se trataba del fin de su viaje, sin embargo, estaba a punto de enfrentarse a la parte “más pesada”.

“Dependiendo tu edad te iban sentando en el bus, al fondo iban los mayores, para mi suerte me tocó irme en un bus donde iban pandilleros salvadoreños, ellos mismos nos lo advirtieron: ‘el que se duerme pierde'», destacó.

A Eduardo, lo único que hicieron los pandilleros fue amarrarlo al asiento con su suéter, pero a otros pasajeros los golpearon y les robaron sus pertenencias. No había ningún tipo de seguridad.

 

UN MES DETRÁS DE UNA CELDA

“Era como una especie de prisión y ya estamos mezclados hombres menores con mayores. En una celda de máximo 20 llegamos a estar 60 guatemaltecos, pegados como paquete de salchicha, nos tocaba dormir en el suelo, en la banca, en los baños”, relató.

Eduardo cuenta que durante el mes que estuvo en esa especie de prisión se presentaban peleas diariamente. Al llegar tuvo que entregar las cintas de sus zapatos, su cinturón y le dieron un cepillo de dientes quebrado, únicamente con las cerdas para evitar agresiones más fuertes.

“El tiempo que estuve allí sí había gente muy violenta, así como había mayores también habían niños en malos pasos. Eran niños de 12 o 13 años ya con tatuajes de la mara a la que pertenecían o de cuántas personas habían matado”, contó.

La primera experiencia de pelea de Eduardo fue por la comida. “Yo compre un ricito y la otra persona lo quería a pura fuerza, me lo quería quitar, pero no es que llegue y te lo arrebate, sino que primero te quieren golpear como si fuera ley”, agregó.

 

EL CÓNSUL DE GUATEMALA NO RESPONDÍA

Eduardo cuenta que, tras lograr defenderse en algunas peleas, logró ganarse el “agrado” de los presos cubanos, mismo que, según él, recibían un trato privilegiado sobre los demás porque al llegar a México podrían solicitar asilo político. Fue gracias a esto que podía y tomar café, comer huevos y tortillas calientes, a diferencia del resto de connacionales.

“Estábamos como a siete horas de la frontera con Guatemala y el cónsul nunca movió un dedo. Lo movió hasta que los 60 guatemaltecos que estábamos metidos en esa celda amenazamos con hacer un motín”, comentó.

La desesperación llevó al grupo de chapines a empujar la puerta de la celda hasta aflojarla, al percatarse de ello las autoridades a cargo presionaron al consulado, y al día siguiente fueron trasladados a Xela.

PAZ AL REENCONTRARSE CON SU FAMILIA

La abuela y el tío de Eduardo lo recogieron en Xela, en una especie de casa hogar, donde les hicieron firmar una hoja como advertencia. Si el joven volvía a incidir en la migración irregular su custodia quedaría a cargo del Estado y sería llevado a un orfanato.

“Sentí mucha paz cuando los vi, fue como de ‘estoy en casa’. Puedo asegurar que esa fue la noche más cómoda para dormir cuando vi mi cama otra vez, en mi vida no había dormido tan maravillosamente después de probar sol, madera vieja, después de estar debajo de láminas cociéndome o de estar sufriendo frío en las noches en el monte”, cuenta con alegría.

Al llegar a casa Eduardo se percató que tal travesía fue de casi dos meses y medio, al día siguiente sus tíos lo llamaron preguntando si se animaría a emprender el viaje de nuevo. De las tres oportunidades que el “coyote” ofreció por los Q90 mil, el joven prefirió ceder las otras dos que le quedaban a un primo y retomó sus estudios.

“Me tocó mentir porque dejé los estudios y para regresar inventé una excusa que fuera creíble, dije que me había ido a vivir a otro municipio por cuestiones de amenazas, así se calmaron las aguas y regresé”, detalló.

En la segunda oportunidad el primo de Eduardo logró pasar. El joven conoce testimonios de personas que han pagado hasta Q150 mil y en una semana ya están allá ubicados en los Estados Unidos.

EN RETROSPECTIVA

“Cuando volteo a ver eso es una experiencia fuerte, ya analizándolo a profundidad qué tantos peligros corriste, qué tanto te pudo haber pasado, qué tanta suerte tuve de haber regresado a mi casa, cuántas personas mueren en el intento, cuántas otras se quedan perdidas. Yo tuve la suerte de regresar a mi casa y poder estar contando esto porque si es muy peligroso”, aseveró.

En la actualidad, Eduardo descarta la idea de volver a migrar y está apostando por progresar en Guatemala. Sin embargo, si en algún momento se enfrentan a una fuerte crisis económica y le vuelven a ofrecer el pago del viaje, sí lo volvería a intentar.

 

Las remesas que sus tíos han mandado a lo largo de estos años han ayudado a la economía de su hogar, especialmente a su abuela, mientras que él y su hermano se han hecho de ropa y otros objetos que sus familiares les envían.

“Tengo conocidos que sus familiares se van y hacen casas, casi mansiones, u optan por poner un negocio bien surtido como una bodega proveedora”, comentó.

Después de más de dos décadas en el país norteamericano, los tíos de Eduardo dejaron de laborar como cocineros y albañiles. En el 2017 unieron sus ahorros y abrieron un restaurante de comida guatemalteca en Nueva Jersey. Desde acá Eduardo les ayuda a gestionar el envío de café guatemalteco, este año tienen previsto vender la primera sede para colocar otro restaurante más grande.

Por su parte, Eduardo logró finalizar sus estudios y se graduó como contador, ahora estudia economía en la universidad y labora para una empresa de almacenaje. Su esperanza por construir su propio camino en las tierras chapinas se mantiene resiliente, a pesar de las dificultades que enfrentan los guatemaltecos para su desarrollo.

“Guatemala tiene muchas cosas para explotar, pero el mal uso de recursos, la corrupción, el poco empeño y tantas cosas que nos aturden como país son las que no nos dejan prosperar”, enfatizó.

 

MIGRACIÓN INFANTIL Y ADOLESCENTE

Según el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), la falta de oportunidades, la violencia, el escaso acceso a servicios, una baja calidad educativa y la reunificación familiar afecta la vida de niños y adolescentes de Guatemala. Esto los obliga a tomar la difícil decisión de dejar sus países de origen en busca de un futuro mejor.

La organización recalca que al migrar irregularmente los menores de edad son vulnerables a situaciones que pueden violentar sus derechos como ser detenidos y exponerse al crimen organizado o al tráfico de personas, tal y como fue el caso de Eduardo.

El Portal de Datos Sobre Migración de la OIM indica que la Patrulla Fronteriza de los Estados Unidos detuvo a cerca de 69,000 niños no acompañados en 2014; 40,000 en 2015 y 60,000 en 2016, año en el que Eduardo emprendió el viaje.

El 61% de los menores no acompañados detenidos en 2016 procedían de El Salvador y Guatemala.

REMESAS Y SU PESO EN EL PIB

Los datos del Banco de Guatemala (Banguat) muestran que el dinero que los compatriotas envían al país no ha dejado de crecer de forma consecutiva cada año.

Del 2013 al 2022 el ingreso de remesas se triplicó, pasando de US$5,105.2 millones a US$18,040.3 millones, es decir un crecimiento de 253.4% en los últimos diez años.

De acuerdo con Álvaro González Ricci, presidente del Banguat, las remesas incentivan el consumo privado dentro del Producto Interno Bruto (PIB), representando un peso del 19%.

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