El descubrimiento de la poesía de Pedro fue como un milagro. Foto La Hora

Por: José Arturo Monroy

 

Llevaba ocho días recorriendo las calles y museos de Viena cuando me llegó al WhatsApp una inesperada petición de Giovany Coxolcá: Presentar un libro, según sus palabras, de “Poesía Clásica” y palíndromos. No vacilé mucho y acepté con entusiasmo, aunque con algo de escepticismo. Esto, debido a que había leído ya numerosos libros de sonetos que no tenían más que oraciones mutiladas a machetazos. Durante esa semana asistí todas las tardes al Café Hawelka, pedía un Verlängerter y sacaba un pliego de papel prensa para plasmar mis cuitas, impresiones y meditaciones. La tarde del décimo día no fue la excepción. Justo venía saliendo del Museo Albertina, impresionado aún por las esculturas del “Salón de las Musas”, cuando, tras los primeros sorbos de café, recordé la invitación. Me picó la curiosidad y abrí el documento que acompañaba los mensajes del día anterior; se titulaba: Letras Griegas, del guatemalteco Pedro Poitevin.

El descubrimiento de la poesía de Pedro fue como un milagro. “¡Vaya –pensé, tras entonar el soneto que abre la obra–, está bien medido y rimado!”. Al adentrarme en ese pequeño-gran universo que es Letras griegas me llevé no menos sorpresas al dar con estructuras familiares: tercetos (a la manera de Dante), octavas, décimas y la desafiante Corona de Sonetos; y con estructuras que no tenía el gusto de conocer: el pántum y la gacela.

Lecturas del Fondo, ajedrez y educación

El poeta, en esta afortunada y cuidada publicación de la Editorial Praxis levantó y “desempolvó” cada una, evidenciando cuán frescas y fértiles son todavía. El reciente recorrido por el Albertina intensificó la experiencia de lectura, puesto que, en el Salón de las Musas, cada una de estas estaba alegorizada y, en la cabeza de la estancia, Apolo teñía su lira, recordándome la trascendencia y vigencia de la tradición clásica.

Pero ¿qué más hay después del laborioso trabajo del demiurgo que se entretiene con los ritmos y enhebra con propiedad un verso, un poema? Al fondo encontramos al matemático que heredó otra forma de comunicar patrones, secuencias, armonía:

“Mientras yo manoseaba zanahoria,

mi abuelo recitaba de memoria,

(…) yo oía los sonetos de Quevedo

simple y feliz, sin entender un bledo… en las sílabas viejas una pista

de un futuro ceñido y formalista”.

Poitevin como Quevedo es multifacético y puede pasar de un autorretrato lleno de ironía a adoptar, con una declaración solemne de matices whitmanianos, una postura frente a la existencia:

“Yo soy el universo en desvarío

(…) Todo conjunto concebible es mío,

incluso ese conjunto impertinente de todo aquel que niega mi existencia”.

En la poética de Poitevin predomina la anécdota sobre el hecho imaginario -hasta donde puedo notar-. Varios sonetos dan cuenta de pequeños episodios cotidianos. Pese al carácter narrativo y/o anecdotario de las piezas, se encuentran lapsos de un lirismo que nos permite ver al matemático sensible con la capacidad de reconocer la poesía allí donde se le presente:

“El cielo está soñando que sea cae.

Los pinos encanecen en silencio.

El gato se refugia del invierno

junto a tus pies rendidos. No, no sabe

(cómo lo va a saber, no habita el tiempo)

que escribes el pasado, que las hojas

que van cayendo al suelo son memoria”.

 

Dicha capacidad de percibir las trasmutaciones de la realidad lo facultan para extraer imágenes como las citadas, y como estas, que atañen al paisaje donde suele ir a navegar junto a su hijo:

“Noto que la bahía en el ocaso

es un Monet opacado en cuyas manchas

oscilan las siluetas de las lanchas,

los barcos y los yates que rebaso”.

 

También quisiera destacar la serie de las décimas dedicadas al pequeño, en las cuales presenta con ternura -y cuestiona- el paso implacable del tiempo:

 

“(…) porque sé que vas, no vienes:

aprender a caminar

frente a la orilla del mar

ese mar que tú contienes”

 

“Sueño que voy en un tren.

Voy en un tren en que sueño.

Miro hacia atrás y me empeño

en recordar el andén

y

“Y ahora en la casa vacía,

¿qué hago?, me digo”.

 

Poitevin, como un hombre que está experimentando los albores del nuevo siglo, no es ajeno a su tiempo. En varias décimas, sonetos, y en otras estructuras de largo aliento, registra sucesos tragicómicos como el asalto al Capitolio, el confinamiento debido a la pandemia y la violencia de la tierra que lo vio nacer. Facebook, Twitter y otros métodos de esclavitud del “tiempo presente” motivan sus poemas también…

Una meta para este 2023: leer más libros

Como dije al principio, descubrir la poesía de Pedro fue como un milagro, puesto que son contados los autores, con los que he cruzado caminos, que auténticamente valoran la tradición y el ejercicio de labrar un verso de forma consciente, atendiendo y entendiendo la materia que justifica su existencia más allá de las ideas que puedan llegar a contener: es decir, el sonido, la música sin la cual la poesía solo llegaría a tocar a medias la impresión del escucha/lector. “

Un noble pensamiento que suspende

no agrada al alma, si al oído ofende”, dijo Nicolas Boileau…

Y “Sin música, no hay poesía”, Octavio Paz. ¡Y vaya que tenían y tienen razón! Así como lo expuesto, la forma de exponerlo no es menos importante. Son acaso lo mismo, de acuerdo con algunos semiólogos como Yuri Lotman.

Las cadencias de Letras griegas, su carácter anecdótico, su espíritu aventurero y curioso al respecto de la tradición literaria, sus cuestionamientos de la realidad, del paso del tiempo y sus destellos de lirismo, junto a su caudal de alusiones y referencias, me mueven a asegurar que el Parnaso está de fiesta.

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