Luis Fernandez Molina

luisfer@ufm.edu

Estudios Arquitectura, Universidad de San Carlos. 1971 a 1973. Egresado Universidad Francisco Marroquín, como Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales (1979). Estudios de Maestría de Derecho Constitucional, Universidad Francisco Marroquín. Bufete Profesional Particular 1980 a la fecha. Magistrado Corte Suprema de Justicia 2004 a 2009, presidente de la Cámara de Amparos. Autor de Manual del Pequeño Contribuyente (1994), y Guía Legal del Empresario (2012) y, entre otros. Columnista del Diario La Hora, de 2001 a la fecha.

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Luis Fernández Molina

En un sentido figurado el día 13 de marzo de 1697 cerró un círculo histórico que había dado inicio con el arribo de Colón, 200 años antes. El llamado “descubrimiento” tiene dimensiones y resonancia universales pero los acontecimientos de marzo de 1697 se han quedado rezagados en los amarillentos registros históricos. Sin embargo es una fecha que contiene un simbolismo muy especial porque marca el fin del proceso de la conquista. Veamos. Si a su Cesárea Majestad, don Carlos V, le hubieran mostrado en 1550 un mapa geográfico-político de “sus dominios” en Mesoamérica, aparecerían en rojo, como territorio español, la costa de Veracruz, el área central de México y alrededor de lo que son las ciudades principales. Pero en ese mapa quedarían muchas secciones en azul, áreas sin conquistar, y otras zonas totalmente deshabitadas. Ese mismo mapa imaginario, desplegado pero un siglo después, en 1650 (cuando vino el Hermano Pedro a Guatemala) mostraría un avance ostensible del color rojo, pero siempre habría algunos sectores todavía en color azul. En ese mosaico aparecían algunos señoríos indígenas, la mayoría pequeños, que fueron cayendo paulatinamente. Pero hasta final permaneció una “nación indígena”: el reino conocido como Itzá, conformado por un grupo maya que a mediados de 1400´s abandonaron Chichén Itzá y se encaminaron al sur hasta encontrar la región del hermoso lago de Petén Itzá. Era pues una nación autóctona, con soberanía y territorio propio donde mantenían las últimas expresiones de la soberanía maya que prevaleció en la zona por más de tres mil años. (Es claro que en otras provincias había muchos focos de resistencia indígena pero el hecho de ser rebeldes implica que el control estaba ya en manos de los españoles).

La capital de este reino postrero era “Nohpeten”, que algunos identificaban como “Tayasal”; una isla casi de forma casi circular ubicada en el extremo poniente del lago que sus ocupantes consideraban “el ombligo del mundo.” Los primeros reportes indican que el mismísimo Hernán Cortés pasó por ese lugar camino de Honduras en 1521; iba solo de paso porque quería castigar a los insubordinados de Cristóbal de Olid, en su prisa tuvo que dejar un caballo que estaba lesionado y las crónicas indican que los pobladores le rindieron culto y le erigieron una gran imagen. A pesar de esa fugaz visita la región se consideró remota e inaccesible (como lo ha sido hasta pocos años). Habiendo además tanto territorio cercano no hubo interés en organizar expediciones militares. Sin embargo los religiosos se propusieron la conversión pacífica de la región (algo parecido a la Vera Paz).

Casi 100 años después de la fugaz visita Cortés, en septiembre de 1618, llegó con esfuerzo y riesgo, una delegación franciscanos encabezados por fray Bartolomé de Fuensalida y fray Juan de Orbita. Kanek, el rey Itzá los recibió bien y tras escucharlos les dijo: “Todavía no es el momento de abandonar a nuestros dioses (…) Ahora es el tiempo de Tres Ahaw”. De alguna forma los misioneros sintieron que los mayas habían previsto su llegada, como que los estaban esperando. Fueron muy amables pero al final el rey Kanek cortésmente les explicó: “Las profecías nos indican que ya vendrá el tiempo en que habremos de abandonar a nuestros dioses, dentro de algunos años, en la era de 8 Ajaw. No hablemos más de esto por ahora. Mejor se van y regresan en otro tiempo”. Los frailes consideraron las profecías como supercherías propias de la superstición que tanto endilgaron a los naturales y no entendieron nada de Ajaws o Baktuns y menos habrían de saber cuándo terminaba el 12 Baktun, 3 Ahaw. Se fueron frustados y cometieron el desatino de destruir la imagen del caballo Tziminchaak, que veneraban los pobladores.

Sesenta años después llegó otra comitiva encabezada por Fray Andrés de Avendaño quien, conocedor de las profecías las hizo coincidir con sus propósitos misioneros. Para entonces ya casi toda Mesoamérica estaba bajo dominio del Rey de España; sin embargo permanecía una “república maya” (realmente era un reino), en lo que es hoy el centro de El Petén que se mantenía intacto, con gobierno propio. Se encontraba en medio de los dominios españoles de Guatemala en el sur y de Yucatán en el norte. Es claro que el aislamiento y lo dificultoso del acceso colaboró a mantener esa independencia.

Fray Andrés de Avendaño se informó del frustrado viaje sus colegas y de otro funesto acercamiento, en 1623, en que otros religiosos fueron retenidos y sacrificados, en parte fue como venganza por la destrucción del caballo, Tziminchaak. Considerada por tanto zona peligrosa no se había organizado desde entonces ninguna visita al remoto reino Itzá. Avendaño residía en Yucatán y todo indica que era un hombre muy versado en el idioma y costumbres de los mayas. Y tomó provecho de las declaraciones de los propios indígenas. Según el dicho del rey maya, las profecías indicaba para el K´atum 8 Ahaw iban a suceder muchos cambios entre el pueblo Itzá, entre ellos, que cambiarían de dioses. Haciendo cálculos Fray Andrés llegó a la conclusión que la fecha indicada coincidía con 1697. Por eso organizó una comitiva para que llegara poco antes del anunciado 8 K´atum. Cuando llegó encontró una población muy dispuesta y condicionada por sus antiguas predicciones. El hijo de Kanek se convirtió al cristianismo y con él muchos principales. Es importante resaltar la importancia que tenían las predicciones y el manejo de las fechas.

Pero no todos estuvieron de acuerdo, hubo algunas revueltas; varios nobles se levantaron en contra del gobernante y de los españoles. Inquieto el gobernador de Yucatán Martín de Ursúa y muy a pesar de las intenciones pacíficas de Fray Andrés, ordenó el asalto final y violento de la última de las ciudades mayas: Nohpeten. Así, en marzo de 1618 se cerraba formalmente el proceso de conquista que inició el 12 de octubre de 1492 y se apagaba el último aliento de soberanía maya.

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