Jorge Manuel Beteta

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Jorge Manuel Beteta
Jóvenes por la Transparencia

Actualmente en Guatemala vivimos en un sistema que quiere llamarse democrático. Un sistema, donde nuestra soberanía la delegamos a nuestros funcionarios, en un voto de confianza, a veces traicionado. Esto no lo hacemos por iniciativa propia, al igual que tampoco pretendemos exigir algo que no está escrito. En nuestra constitución política, el artículo 141 establece que “La soberanía radica en el pueblo quien la delega, para su ejercicio en los Organismos Legislativo, Ejecutivo y Judicial.” (Constituyente, 1985) Esto, contrastado con el artículo 2 de la constitución, el cual dice. “Es deber del Estado garantizarle a los habitantes de la república la vida, libertad, la justicia, la seguridad, la paz y el desarrollo integral de la persona”, del mismo autor citado previamente, establecen la obligación del estado, en función de las acciones delegadas a él por parte del pueblo, de defender a la persona, asegurando el desarrollo integral, la vida y la seguridad de los ciudadanos. Pero cuando desviamos la vista de la ley, y contemplamos el mundo real, cabe cuestionarse, ¿Es esto así? ¿El estado cumple con su obligación?

La respuesta a esto es un secreto a voces. El estado se caracteriza por servir de piñata al que desee aprovechar la oportunidad. Nuestra democracia ha sido cooptada por los intereses más traidores y sucios de las personas que se supone que nos representan. Pero esto no lo han logrado solos. Un sistema, que fue diseñado para aprovecharse de él, desde la última Asamblea Nacional Constituyente y su obra cleptocrática, que fue establecida en el año 1985, permite a estos ladrones seguir disfrutando de su orgía de robo.

Hay momentos históricos que nos sirven para contemplar la punta del iceberg. Eventos como los que sucedieron en el 2015 le demostraron a la población que no todo está perdido. Que sí se puede hacer algo. Eventos como los que sucedieron en el 2015 sacudieron a la población y nos demostraron que el poder, aunque cueste, sí lo tenemos nosotros.

¿Qué vamos a hacer con ese poder? ¿Vamos a volver a sentarnos y ver cómo esos “representantes” de la nación siguen manchando el nombre de Guatemala y ultrajando las arcas de nuestro país? En lo personal, creo que, si decidiéramos tomar esa postura, no seríamos más que esos asquerosos traidores a la patria. Creo fervientemente que debemos levantarnos, no con armas, ni violentamente, sino con la razón y con determinación. Creo que, si pudimos derribar a un presidente de su pedestal y descontrolar a una cúpula entera, podemos pedir, podemos exigir, que se haga un cambio. Ha habido propuestas, pero el pueblo no ha escuchado. Ha habido intentos, pero la mezquindad del pueblo no ha permitido el cambio. ¿No es, acaso, culpa del pueblo también, que ultrajen a nuestra nación? Porque, alegar y alzar la voz no es suficiente. Nuestras acciones tienen que reflejar nuestros ideales. Si solo alzamos nuestra voz, pero decidimos quedarnos inmersos en nuestra pasividad, nuestras acciones demuestran realmente la médula de nuestros ideales. Como dijo Benito Juárez “Malditos aquellos que con sus palabras defienden al pueblo y con sus hechos lo traicionan”.

Preocupémonos por reformar nuestra patria. Hay que levantarse, seguir adelante. No podemos quedarnos inmersos en la pasividad por creer que todo está perdido. Ésta es una opinión, un llamado. No acallemos el problema. Afrontémoslo. No más corrupción.

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