Santos Barrientos

Estudiante de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales, Usac. Su trabajo ha llamado el interés de varias revistas, entre las que se cuentan La Sirena Varada (México) y la del Instituto de Estudios de la Literatura Nacional. Es ganador del Premio Nacional de Poesía «Luz Méndez de la Vega» 2018, organizado por el Departamento de Letras, Facultad de Humanidades, Usac. Ha sido reconocido por su participación en Ensayo Internacional (Tokio, Japón, 2018-2020). Tiene una mención honorífica en el Premio Editorial Universitaria de Poesía «Manuel José Arce» 2019 y es finalista en el Concurso de Ensayos Jurídicos Sobre Derechos de las Mujeres Indígenas, organizado por Abogados sin Fronteras (Canadá, 2020).

La noche

Silencio, noche y sombra de la eternidad. Escribo porque la destrucción me escribe, surjo desde las sombras, desde los escombros de una lengua que lame las heridas del tiempo y nombra las cosas. Quiero escapar de la lluvia, del sol. Silencio, exilio de infancias que no volvieron a ver la luz del día. La soledad es fértil en las tierras del insomnio, mi nombre también es fértil de sombras y de ausencias. Un día todo vuelve al polvo, sin dejar huella en el tiempo. Alguien nos imagina entre escombros y entre ruinas, la lengua es un arroyo reconociendo a quienes hemos sido destruidos. Somos líneas en las manos de un tiempo irrevocable. Escribimos desde la destrucción porque la destrucción nos escribe.

Las palabras

Palabras,
nos buscamos sin encontrarnos,
brisa en las manos,
volar
entre versos y epitafios
para no terminar en el insomnio.

Palabra,
danza en la conciencia,
verdad que se agazapa en lo pronunciado.

A veces somos el silencio.

Palabras,
a veces somos el olvido.

Penumbra

Los días son fugaces,
el cielo se ha quedado solo,
calles
sin nombre.

Hoy hacemos
un recuento de la memoria.
Qué telenovelas,
qué panfletos,
qué noches.
Los días pasan
tristes, como las canciones
que destartalan la vida.

Los silencios, altas olas sobre ciudades devastadas,
calles enterradas,
bajo el tiempo,
todos mueren sin que el tiempo se detenga.

El silencio hace una pausa,
las miradas se pierden
en la hondura de la noche.

Alguien escribe
mientras la existencia de miles llega a su fin.

La dimensión del polvo

Todo es quietud
al caminar por este sendero,
una nota en el periódico,
—hay un rostro entre sombras—.
Alguien se queda bajo
una lámpara que no volverán a encender.

Ojos apagados,
un cuerpo inmóvil
como hoja bajo el invierno,
como todo lo que no vuelve a levantarse.

No es fácil nombrar la muerte
aunque ya se esté en ella,
y todo sea angustia
y no importa la luz de la luna
o la lejanía de los astros.

La luna ilumina
las cenizas del destino.
Un recuerdo,
solitarios huesos entre gusanos.
Acá termina la vanidad,
la miseria y la gloria.

Somos un puñado de polvo para el viento.

Caminando entre muertos

Camino,
un rosario de voces
me persigue.

El desconsuelo
aúlla entre los olvidados.

Un perro
atraviesa las calles
y salta por las avenidas
donde, de tiempo en tiempo,
un niño corre.

El niño se arrulla
junto al perro,
duerme.

Sueño

Frente al horizonte
que se agranda
nada queda en mí,
sombra entre sombras.

Sé que he visto una montaña,
mis huellas en arenosos caminos,
el cielo de un color nunca visto:
he visto lo innombrable.

Frente a este horizonte
no hay lenguaje que perdure
más allá de un instante.
Todo es nombrado por vez primera.

1954

Decimos patria
para sacudirnos el polvo de las tumbas,
el recuerdo de la befa,
para olvidar el camino que nos lleva a donde nuestros padres
conocieron la traición.

Acá llevamos tus pedazos,
las bombas sobre la ciudad,
la desesperación de quienes, de pronto, se quedaron solos,
solos frente a la ira de Dios,
solos frente a la noche.
Nos arrancaron los sueños
antes del nacimiento de nuestros padres,
de ti nos dejaron un par de pantalones rotos
y las puertas abiertas para entrar y morir en el desierto.

Patria, tus rotas entrañas,
te he buscado desde el vientre de mis antepasados.

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