Arlena Cifuentes
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La muerte del exdiputado Manuel Barquín es la evidencia más real que tenemos los guatemaltecos de la inoperancia del Sistema de Justicia; del agotamiento y fracaso institucional labrado principalmente por la clase política corrupta que ha actuado siempre con total impunidad, ante nuestras narices y ante la indiferencia de toda la sociedad que hoy se sorprende y se esconde quejumbrosamente detrás de lamentaciones y gemidos.
Que contradictorio que el señor Barquín haya tenido que ser atendido en el Hospital Roosevelt. Hay que aclarar que en desigualdad de condiciones con el resto de pacientes, como lo fuera recientemente la corta visita de Otto Pérez Molina a dicho hospital, sin haber tenido la oportunidad de experimentar lo que a diario viven los pacientes comunes y corrientes, ya que aún allí gozó de privilegios habiendo sido recibido y atendido por el Director del Hospital e ingresado directamente a intensivo. Hablo de contradicciones porque sobre las espaldas de estos personajes, pesan las muertes de cientos de guatemaltecos que en su ambición y falta de escrúpulos vaciaron las arcas nacionales. Responsables directos de que el sistema de Salud, como del resto de instituciones, se encuentren hoy colapsadas.
El tema adquiere mayor relevancia porque ha tocado de cerca a un “político”, y esto despierta, en este caso específico, las fibras “sensibles de la solidaridad estamental” de los señores del Congreso. Qué sucede con las muertes anónimas que ocurren día a día originadas por las mismas causas. Por qué alza la voz el Pacto de Corruptos por la muerte del exdiputado Barquín y por qué permanece en silencio frente a la muerte de cientos de reos que fueron víctimas de la inoperancia del Sistema Judicial agotado hace mucho tiempo. ¿Por qué señores diputados vale más la vida de uno de ustedes que la vida de cualquier otro guatemalteco?
Las circunstancias alrededor de la muerte de Manuel Barquín parten en primer lugar, de las razones por las qué se encontraba privado de libertad. Acusado de asociación ilícita, tráfico de influencias, financiamiento electoral ilícito y peculado. Fue víctima de su propia actuación, de lo que debía de haber hecho y no hizo y de lo que no debía haber hecho, pero hizo.
Para los señores diputados con la escasez de materia gris que les caracteriza es muy fácil buscar a quien endilgarle su muerte, son incapaces de reconocer que muchas de las causas relacionadas con su deceso, al margen de sus padecimientos físicos, son producto de su actuar, entre el exceso de abusos, la corrupción y desvergüenza con la que siempre han actuado sobre todo los que conforman el Pacto de Corruptos. Si el señor Barquín hubiese sido un político probo me atrevo a decir que el final de su vida hubiese sido diferente. Murió siendo víctima del mismo sistema corrupto y deficiente que él contribuyó a construir; un sistema obsoleto con cárceles insuficientes en donde el hacinamiento y las condiciones insalubres prevalecen. A lo que debe sumarse su bajo presupuesto y la ausencia total del apoyo y voluntad política para generar un Sistema Penitenciario que se adapte a las necesidades y demandas actuales.
El deceso del diputado Barquín pone sobre la palestra las deficiencias del Sistema Judicial, así como también, la diferencia entre el valor de la vida de un político privado de libertad y el de miles de ciudadanos en la misma circunstancia. La justicia es selectiva y su aplicación también, hay justicia de primera, de segunda y de tercera clase. Así, también, los hospitales públicos dentro de todas las carencias que enfrentan brindan atención preferencial, dependiendo de la medida del personaje al que atiendan.