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Por Thomas Kaufner
Berlín/Washington
AGENCIA/dpa

«Compre productos estadounidenses», reza el credo económico del nuevo presidente estadounidense, Donald Trump. «Durante muchos años hemos enriquecido a las industrias extranjeras en detrimento de la industria estadounidense», dijo durante su toma de posesión. «Debemos proteger nuestras fronteras de la devastación a la que nos someten otros países que fabrican nuestros productos, roban nuestras empresas y destruyen nuestros empleos».

Trump subrayó así los objetivos que había lanzado ya durante la campaña electoral. ¿Se trata sólo de retórica, o realmente pretende aislar económicamente Estados Unidos? Y, en caso de que fuera así, ¿es realmente factible? A partir de ahora, ¿tendrán que renunciar los estadounidenses no sólo a comprarse un Mercedes, sino incluso un iPhone, pues los smartphones sólo están «diseñados por Apple en California», pero la fabricación es china? A continuación, algunas de las respuestas para las muchas preguntas que plantea la nueva Administración estadounidense:

¿Qué consecuencias podría tener en el marco de una economía mundial globalizada?

Hasta que no haya planes detallados, sólo se pueden aventurar opciones. En el escenario más extremo, se teme que Trump cierre en mayor o menor medida el mercado a productos extranjeros que no sean «made in America». Aunque hasta ahora, sólo ha concretado su intención de abandonar el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP) y renegociar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (Nafta) con Canadá y México, o renunciar a él en caso necesario. Además, declaró que combatirá «por todos los medios» las violaciones de los acuerdos comerciales cometidas por otros países. Por el momento, la Organización Mundial del Comercio (OMC), que vigila el cumplimiento de las reglas comerciales entre sus 162 miembros, no ha cuestionado a Trump.

¿Cómo justifica Trump su lucha por nuevas regulaciones comerciales?

Según argumenta, los estadounidenses han aceptado durante demasiado tiempo acuerdos comerciales que pasaban por alto los intereses de sus trabajadores. «Como resultado, las ciudades obreras tuvieron que ver cómo sus fábricas cerraban y los empleos bien remunerados emigraban a otros continentes mientras los estadounidenses se enfrentaban a un creciente déficit comercial y un emplazamiento de la producción desolador», se lee en la nueva web de la Casa Blanca.

¿Es realmente tan grave la situación económica de Estados Unidos?

No. Al fin y al cabo, estamos hablando de la primera potencia económica mundial. Con sus más de 320 millones de habitantes, Estados Unidos tiene un rendimiento económico de más de 18 billones de dólares, muy por delante del número dos, China, con una población cuatro veces mayor. Además, en el mercado mundial Estados Unidos también juega en la liga de campeones: se sitúa en el segundo puesto de los países líderes exportadores detrás de China.

¿Cuántos estadounidenses están pasándolo mal?

Tras la crisis financiera y la recesión mundial de 2009, la tasa de desempleo se situó durante años por encima del ocho por ciento. Una cifra así no se veía desde los tiempos de la Gran Depresión, hace más de ocho décadas. Sin embargo, hace tiempo que la situación ha mejorado y la creación de empleo aumenta de forma constante. A finales de 2016, la tasa de desempleo se situó en un 4,6 por ciento, el nivel más bajo desde agosto de 2007. Sin embargo, no todo el país disfruta de la floreciente recuperación. La otra cara de la moneda se encuentra, por ejemplo, en la región metropolitana de Detroit: la antigua «ciudad del automóvil» se ha convertido en el deprimido centro de una decadente industria pesada.

¿Dónde está el problema?

Desde comienzos de los 90, especialmente el déficit en el comercio de bienes de consumo -desde la ropa a los juguetes o televisiones- ha aumentado enormemente. Según explican los economistas, se debe a que la fabricación de este tipo de productos dejó de resultar competitiva. Además, con la integración de China, India, etc. en la economía mundial, muchos procesos de producción se trasladaron al extranjero. «Los problemas en el comercio de automóviles también se consideran ‘made in Detroit», señalan también quienes apuntan a una política errónea y una falta de calidad entre las causas que llevaron a los consumidores a comprar a fabricantes de países más pobres.

A esto se suma que Estados Unidos, número uno mundial en importaciones, lleva muchos años viviendo por encima de sus posibilidades en este aspecto. Las exportaciones de California, Texas, Michigan y compañía no bastan para equilibrar la balanza comercial. Además de los vecinos México y Canadá, China es uno de sus principales socios comerciales, del que importa principalmente electrodomésticos y dispositivos electrónicos de ocio. Solo China es responsable de buena parte del déficit comercial estadounidense, y esta es una de las razones por las que desde hace años Washington y Pekín están a la gresca: Estados Unidos acusa a China de devaluar artificialmente su moneda para impulsar las exportaciones.

¿Sería bueno entonces que Estados Unidos redujera sus importaciones?

Sólo a primera vista. El consejo comercial chino-estadounidense USCBC argumenta que las relaciones comerciales con China garantizan actualmente 2,6 millones de empleos en Estados Unidos, incluidos los que las empresas chinas han creado en América. Por ejemplo el fabricante de electrodomésticos Haier, que a comienzos de 2016 compró al gigante estadounidense General Electric, o el fabricante de componentes de automóviles Wanxiang. Ambos son responsables por separado de más de 10 mil puestos de trabajo.

¿Qué dicen los economistas sobre la imposición de barreras a las importaciones?

La idea de proteger la economía patria a través de barreras a las importaciones es, según los expertos de la fundación Bertelsmann, uno de los «macro-mitos» de la economía. Parecen mejorar la economía en el país en cuestión, pero «en realidad esta limitación del comercio internacional debilita el crecimiento y el empleo en todas las economías afectadas por las barreras».

¿Qué ocurriría?

Por un lado, algunas importaciones serían más caras. De este modo, los clientes estadounidenses de Toys’R’Us tendrían que desembolsar muchos más dólares por juguetes «made in China» o buscar productos caros de fabricación nacional. Además, seguramente generaría represalias para las exportaciones. A largo plazo, podría desembocar en un problema mucho mayor: si decae la presión ejercida por empresas extranjeras, también cede el interés por mejorar la competitividad frente a rivales extranjeros, señalan en Bertelsmann.

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