Por Ignacio Encabo
Londres
AGENCIA/dpa

Sigue teniendo rostro juvenil y sonrisa inocente, pero la Garbiñe Muguruza que se coronó hoy en Wimbledon poco tiene que ver con aquella tenista que hace dos años derramó lágrimas de tristeza sobre el césped del All England Club.

_DEPO30_1BPasaron 734 días de espera entre aquel 11 de julio de 2015, cuando perdió la final ante Serena Williams, y hoy, el día en el que estampó su nombre en el muro de campeonas de Wimbledon.

Serena vaticinó entonces que Muguruza algún día se consagraría en el césped sagrado, pero mucho debió cambiar en estos últimos 24 meses la española de origen venezolano para conseguirlo más allá del hito que significó la conquista de Roland Garros en 2016.

Ya hay orden en esa cabeza que bullía sin parar y del equipo que la acompañó en la aventura de 2015 sólo quedan dos personas. Además, aprendió a vigilar las comidas. «Parece una tontería, pero todo influye», aseguró recientemente Muguruza.

«He aprendido mucho como jugadora desde entonces: a enfrentar partidos importantes, a estar bien mentalmente, a llevar los días de descanso…», dijo antes de la final frente a Venus Williams.

Hoy demostró ante la norteamericana que sí, que sabe enfrentar partidos importantes y que sabe aguantar los momentos de máxima presión. Sólo así consiguió salvar dos set points en la primera manga antes de poner el turbo y vencer 7-5 y 6-0 a Venus Williams, que a pesar de sus 37 años sabe lo que es ganar siete grandes, cinco de ellos en Wimbledon.

Muguruza, de 23 años, celebró su segundo Grand Slam y el futuro parece sonreirle. La jugadora nacida en Caracas posee un talento y un tenis para grandes hazañas. Y también capacidad de aprendizaje, como demuestra la metamorfosis que vivió en los dos últimos años.

«Antes tenía más cosas en la cabeza. Lo quería todo a la vez. Ahora intento hacerlo más simple todo, con más calidad en lo que hago», dice la exnúmero dos del mundo. «Cuando eres más joven todo es más dramático. Ahora intento quitar muchas cosas que antes me llenaban la cabeza y que me hacían ver todo menos claro».

Si hace dos años entrenaba a la vista de todos en el All England Club, este año lo hizo escondida de las cámaras, en la lejana cancha 11 de la zona de entrenamiento de Wimbledon. Sin público, sin periodistas, sin ojos que la distrajeran.

Acompañada únicamente de Conchita Martínez, su entrenadora en Wimbledon ante la ausencia de Sam Sumyk, la fisioterapeuta Alicia Cebrián, el preparador físico Laurent Lafitte, el sparring con el que intercambiaba golpes, Cecilia Casla -su jefa de prensa- y Olivier van Lindonk, su agente de la empresa IMG.

De esas personas únicamente Casla y Van Lindonk estaban en el equipo de Muguruza en 2015. La española entonces escuchaba a Alejo Mancisidor y confiaba los cuidados de su cuerpo a Ignasi de la Rosa.

La jugadora rompió con Mancisidor en agosto de 2015 y después se puso a las órdenes del excéntrico pero intenso Sumyk. Y justo antes de Roland Garros 2016 agregó a su banquillo a Cebrián y Lafitte.

«Hay gente diferente en mi equipo, pero eso va con la evolución como tenista. Cuando jugué esa final tenía un equipo que me aportaba ciertas cosas, pero Necesitaba un cambio, algo más para seguir avanzando», explica Muguruza.

«La gente que tengo ahora me ha ayudado a alcanzar esas metas, como bien se ve».

El menú de 2015 también es diferente al de ahora. «Antes comía como una chica más normal, quizás más lo que me apetecía», recuerda Muguruza, en cuya dieta figura ahora en primer plano la quinoa y el atún. También hay hueco para la carne, pero menos que antes.

«Que haya cambiado no quiere decir que comiese mal, sino que ahora intento ser más profesional a la hora de elegir qué me va a dar más energía, cuándo comer algo que no toca. Simplemente es organizarse mejor. Parece una tontería, pero influye mucho porque te ayuda a recuperar más rápido de cara a los músculos, lesiones…»

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