Raúl Fornet-Betancourt
Escuela Internacional de Filosofía Intercultural. Aachen/Barcelona.

Cuando desde la perspectiva de un pensamiento liberador se buscan indicadores que ayuden a comprender, el estado en que se encuentra el hombre y lo que con su alma sucede en una determinada situación histórica, es decir, comprender lo que Karl Jaspers llamó la situación espiritual de una época, se suele recurrir a lo que revelan las contradicciones estructurales manifiestas de ese tiempo. Así, en nuestro caso, se recurre por lo general a las notorias contradicciones propias del sistema de la civilización que nos gobierna, pautando tanto los estilos pensamiento y vida como las formas de convivencia social. Un ejemplo paradigmático de estas contradicciones y su considerable potencial orientador es la fragmentación de la humanidad en ricos y pobres, que es justamente instructiva en alto grado para saber quiénes somos y cómo tratamos lo humano en nosotros mismos y nuestros semejantes.

Evidentemente nada hay que objetar frente a esta manera de proceder. Al contrario, pues el recurso a estas contradicciones que he llamado estructurales y que saltan a la vista con descarada “naturalidad” ante una mirada honesta sobre la situación actual del mundo, es un instrumento necesario e indispensable no sólo para una cabal comprensión de la situación de nuestras sociedades, sino también para proponer caminos alternativos. Sin embargo pienso que es necesario considerar también lo siguiente:

Junto con esas contradicciones, digamos “visibles”, que, como la mencionada contradicción “riqueza – pobreza”, se ven con solo salir y mirar las calles de nuestras ciudades, van otras que son más difíciles de percibir, sobre todo cuando vivimos “distraídos” (que es quizás la forma más corriente en la que vivimos). Porque, aunque son también parte de lo que Hegel llamaría el “espíritu del tiempo”, tienen su mediación en nosotros mismos como sujetos vivientes. De modo que, para ser realmente notadas, se requiere poner especial atención y reflexionar sobre lo que ha pasado y está pasando, por ejemplo, en nuestra manera de comprendernos o de actuar. Y llamo la atención sobre este punto porque, a mi juicio, la toma de conciencia de este otro tipo de contradicciones debería importarnos tanto como el conocimiento de las contradicciones estructuralmente manifiestas, supuesto, claro está, que deseemos conocer en profundidad y con integralidad nuestro estado actual como época y lo que en él nos sucede.

Por esto quiero en este artículo invitar a reflexionar sobre una de esas contradicciones que, por vivir “distraídos” o porque son justo ya parte de lo que nos ha sucedido, normalmente no vemos ni sentimos como una situación adversa al sentido último de nuestra vida y convivencia. En base a ella intentaré, pues, iluminar al menos puntualmente la afirmación sobre la importancia de hacernos cargo también de estas otras contradicciones de cara a una más completa caracterización de la situación espiritual de nuestro tiempo. Pero ¿a qué contradicción me refiero en concreto?

Hablo de la contradicción que se oculta en los procesos y las estrategias con que se fomenta la agudización y la redefinición del individualismo en la llamada “cultura global” que difunde hoy el capitalismo como mentalidad y forma de vida. Pues se trata de procesos y estrategias que, por una parte, nos incitan a que, como hombres de este tiempo –pero como quería ya Friedrich Nietzsche, por cierto–, consideremos la independencia de nuestra particular vida individual como el “bien supremo” por el que debemos luchar; y a que actuemos en consecuencia con ello. Lo cual se traduce de hecho en la norma de que mimemos nuestras diferencias y preferencias individuales, haciendo valer en todo momento nuestro derecho a la autodeterminación. Pero son al mismo tiempo procesos y estrategias en los que, por otra parte, se trasmite la sugestión de que el camino para lograr esa realización como individualidad independiente no pasa por el examen interior que aconsejaba el antiguo “conócete a ti mismo”, sino que prescribe más bien un derrotero inverso, en cuanto que lleva al espacio público y, especialmente, al mercado como lugar donde ya están los objetos que, por decirlo así, dibujan la anticipación de los perfiles individuales deseados, además de ser el lugar que brinda el “escenario” para la ostentación de las imágenes perfiladas. Pues, tal es la astucia de la sugestiva publicidad, dichos objetos no son cualquier producto, sino que responden a los deseos particulares de lo que cada uno desea para ser como pretende.

La contradicción que se oculta en tales procesos y estrategias radica, dicho más brevemente, en que en cierta forma se apela a la interioridad del individuo humano en tanto que ser consciente de su unicidad, al tiempo en que se le sugestiona para que asuma como “libre” realización de su peculiaridad la dispersión en la exterioridad de un mundo de objetos.

Pero decía que esta contradicción “se oculta”. Y ahora es indicado volver sobre esta afirmación pues da pie para ampliar lo que se ha apuntado antes acerca de las razones que se pueden aducir para explicar porqué tantas veces nos resulta difícil ver y sentir este tipo de contradicciones o, dicho en lenguaje coloquial, porqué nos “deja fríos” y seguimos la vida como si no nos estuviese sucediendo nada digno de tener en cuenta. En sentido complementario, pues, añado a lo anotado arriba lo siguiente:

Hay que considerar también que otro momento que dificulta la percepción de esta contradicción en el cotidiano está en que para la “normalidad” en la que –¡a pesar de la actual pandemia de la Covid 19– se desarrolla la vida en general esa contradicción se disipa como tal, debido a que las redes del capitalismo cultural global que prefiguran con sorprendente eficiencia las condiciones de generación de sentido en nuestros estilos actuales de vida, la presentan como un movimiento de innovación que comprende dos momentos que pueden causar la impresión de que apuntan en direcciones inversas (individuo, sociedad), pero que se respaldan mutuamente y que representan, por tanto, secuencias inseparables de un único proceso.

Y como agravante de la dificultad de este otro momento hay que añadir todavía que la presentación que ofrece del proceso en cuestión no se puede descalificar sin más, alegando por ejemplo que es una simple invención arbitraria. Pues, a mi modo de ver, se debe reconocer que su argumentación recoge, como acabo de insinuar, un fenómeno que es también parte de nuestro mundo real, a saber, los nuevos estilos de vida que con sus prácticas dan cuenta de que asistimos al acontecimiento de un cambio en las condiciones de experiencia de la dimensión individual en el hombre actual, en la medida en que son formas individuales de vida que muestran que el tradicionalmente venerable momento de la comunicación con el otro individuo, sea en diálogo o en confrontación, que se entendía precisamente como condición para la constitución y el desarrollo de la individualidad como dimensión humana, queda ahora sustituido por el trato unilateral y mudo con la diversificada oferta de medios que prometen satisfacer los deseos de realización individual.

¿Y cómo se podría resumir la consecuencia de esta transformación en la calidad de la experiencia de lo individual en el ser humano? A mi juicio se podría responder a esta pregunta diciendo que se resume en la aparición de una nueva forma de individualismo. La llamaría el individualismo de individualidades sin respaldo vivencial de la singularidad de lo humano porque entiende lo individual como un punto y no como un camino, y de este modo en sus proyectos de realización no cuentan con nada más que con una particularidad centrada y concentrada en la elección de los objetos pertinentes. Esto, dicho sea de paso, podría ser la explicación de lo que, a mi modo de ver, representa uno de los rasgos característicos más notorios de este nuevo tipo de individualismo, a saber, la tendencia a la suplantación de la comunicación por la exhibición, o sea, por el deseo de cada uno de ostentar poder y éxito en la construcción de la escenificación de su imagen. Y me permito notar también de paso que ante tal exhibicionismo cabría la pregunta de si no estamos ante un mecanismo para disfrazar la falta de un verdadero asiento individual de lo singular en sus protagonistas. Pero vuelvo al punto.

En el contexto de este nuevo tipo de individualismo tendríamos que tener en cuenta igualmente el impacto de los movimientos transhumanistas y/o posthumanistas. Pues son corrientes culturales que difunden en nuestros días ideologías y visiones que alientan la radicalización de este cambio de calidad en la experiencia de la individualidad humana del que aquí hablo, al dibujar un futuro con individuos que, “mejorados” mediante procesos tecnológicos de hibridación, ya no conocerían esas experiencias que hasta ahora hemos considerado tan básicas para la constitución de la individualidad humana como son, por ejemplo, las experiencias de vulnerabilidad biológica o psíquica, de la muerte o incluso la de la identificación con un cuerpo y género.

Pero la pregunta que se plantea ahora, después de todo lo que he resaltado sobre algunos de los momentos que obstaculizan el notar la contradicción en las dinámicas de agudización y redefinición del individualismo en la cultura global actual, es, evidentemente, la pregunta de cómo hacer para despertar nuestra sensibilidad humana –escribo “sensibilidad humana” porque doy por supuesto que no basta para ello con un solo despertar cognitivo, al menos en el sentido reducido en que frecuentemente se entiende el proceso cognoscitivo–, de manera que hagamos posible en propia carne la experiencia de que la situación espiritual de la época conlleva una contradicción que irrita nuestro sentimiento de humanidad y que reclama, por tanto, una reacción. Dicho con otras palabras: Se trata de la cuestión de cómo recapacitar y responder ante un horizonte cultural turbio en el que el hombre está en peligro de convertirse en el gestor principal del oscurecimiento de su propia individualidad.

Ante esta pregunta, que implica en realidad una doble tarea de trabajo personal y de crítica sociocultural, comparto a continuación una breve consideración. La propongo sin pretensión alguna de ofrecer recetas para respuestas posibles. Su intención es más modesta: invitar a sentir la responsabilidad que implica ser contemporáneos en un tiempo adverso a la humanidad de todos y motivarnos a la búsqueda compartida de posibilidades de reacción en cada uno de nosotros y en nuestros respectivos medios sociales y entornos culturales.

Entendiendo que, en lo decisivo, se trata de sentir, discernir y reaccionar ante lo que nos sucede como personas y humanidad en un tiempo con potentes recursos para disimular su hostilidad a la vida y distraernos, invitaría a probar con el prestar atención; atender a qué atendemos, a lo que nos llama la atención o a aquello para lo que es requerida nuestra atención. Esto, es verdad, nada tiene de espectacular, pero me parece que es un buen punto de partida para intentar salir del aturdimiento y capacitarnos para ver ese otro tipo de contradicciones del que he afirmado que no “salta a la vista” en los engranajes de nuestro mundo. Lo explico brevemente en base al caso de la contradicción que he tomado aquí como ejemplo representativo.


Si nos fijamos, pues, debería llamarnos la atención el hecho de que por múltiples medios y estrategias el “espíritu” de la cultura global requiera constantemente la atención del hombre actual con el mensaje de que el cuidado de la individualidad debe ser el eje de la articulación de su vivir y convivir. Y digo que este hecho nos debería llamar la atención porque el mensaje que trasmite –seguramente sin quererlo– paga tributo a la memoria de valores centrales del mejor individualismo liberal clásico (Kant, por ejemplo), como son los valores de la dignidad y la libertad personal del individuo humano. De manera que, poniendo atención, podríamos escuchar en el mismo llamado a la autodeterminación y a la realización singular que lanza el nuevo individualismo, resonancias de valores que pondrían en evidencia el falaz carácter de su construcción, y ello incluso desde la memoria de tradiciones libres de toda sospecha de ser subversivas, pero que dejan claro que, si es verdad que no hay autorealización sin libertad individual, igual de verdadero es que no hay libertad sin razón; y que acompañan por ello el imperativo de la autodeterminación con el imperativo del uso racional y responsable de la libertad individual.

Aunque, por otra parte, reconozco que me queda la duda de si la recuperación de la atención a la que invito aquí como punto de partida para salir del ofuscamiento, no supondrá todavía en nosotros esa penosa experiencia de “vaciar” la individualidad que sólo el silencio y la soledad proporcionan. Una duda que va en la dirección de un tema que mencioné ya en mi último artículo en este Suplemento Cultural y que, contando con la generosidad de su director, me gustaría poder abordar en una próxima contribución para este mismo órgano.

 

 

PRESENTACIÓN

Una crítica a la sociedad contemporánea es la que nos ofrece en la edición de hoy el filósofo Raúl Fornet-Betancourt, análisis también puntual que sintetiza la cultura contradictoria que obstaculiza el desarrollo humano en todas sus dimensiones.  Su examen al individualismo, que asume el horizonte planteado ya desde Nietzsche, ofrece consideraciones valiosas al proyecto de ser mejores si se superan las trampas de su radicalización. Es una reflexión que no tiene desperdicio.

Por su parte, José Manuel Fajardo, también profesor de filosofía, se refiere a las “puertas e imaginarios” sociales.  Su texto nos recuerda el valor de lo simbólico y la fuerza que tienen las representaciones en la conducta humana.  Desde esa convicción, de la mano también de Gilbert Durand, alude a la emergencia de los tiempos nuevos (a propósito del estreno del año) y la apertura de acontecimientos (en este caso la memoria del bicentenario de la independencia de Centro América), realizadoras de “una forma nueva de existencia”.

Los aportes anteriores se complementan con la colaboración de Hugo Gordillo.  El escritor continúa con la tarea de hacer la radiografía de los movimientos estéticos que caracteriza arrojando luz en el interés de sus protagonistas.  Su lectura ayuda a comprender, en este caso explicando el Art Nouveau, el universo conceptual y el tránsito evolutivo de las artes según una cronología.

Deseamos que nuestra edición sea de su gusto y, como es habitual, comparta su recepción a través de comentarios en la página digital de La Hora.  Su opinión es importante para nosotros, retroalimenta a los autores, los motiva, y nos permite aproximarnos a su paladar estético y crítico.  Saber que está vivo, si nos lo cuenta, nos congratula.  Desde aquí le enviamos muchas bendiciones. Hasta la próxima.

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