Max Araujo
Escritor
Terminaba la década de los setenta del siglo pasado cuando apareció, como noticia, en uno de los diarios escritos del país, que la Universidad Rafael Landívar publicó en una edición bilingüe español–k´iche, un poemario con el título “Versos sin refugio”, de un escritor indígena, estudiante de la carrera de derecho de esa universidad. Este estudiante era Luis Enrique Sam Colop. Por aquellos años yo era el presidente, y el encargado de las publicaciones del grupo Rin 78, por lo que buscaba autores nuevos, de preferencia jóvenes, para publicar sus obras. Por medio de Amable Sánchez Torres, poeta, de nacionalidad española, residente en Guatemala, ex cura, catedrático mío en la carrera de filosofía y letras en la misma universidad, y estudiante, a la vez, de la carrera de leyes en esa casa de estudios, contacté a Luis Enrique.
Durante nuestra primera conversación le comenté del interés del grupo Rin 78 de publicar una de sus obras, por lo que fue así como en 1980 hicimos realidad ese deseo cuando en acto público se le entregó un ejemplar del poemario “La copa y la raíz” que se realizó en el recodado edificio de la cuarta avenida de la zona uno de la Alianza Francesa- una de las tres sedes “de hecho”, para eventos del grupo. -Las otras dos sedes, por años, fueron el Instituto Italiano de Cultura y el Instituto Alemán de la Asociación Alejandro Von Humboldt–. El encargado de la entrega, a su autor, fue Amable Sánchez.
Entre los comentarios del presentador de la obra, doctor Francisco Albizurez Palma, dijo que “el aparecimiento de textos escritos en lenguas nativas constituye un síntoma de la fuerza con la que se hacen presentes nuestra sociedad los grupos indígenas”. Agregó además que “la lengua secular reclama y obtiene el derecho a ser impresa y divulgada” (1). Fue durante el coctel de honor que siguió al acto que conversé con el poeta y escritor Luis de Lión, a quien conocía de nombre por sus textos en la revista “La Semana”, en la que tuvo fuertes polémicas con el bolo Flores sobre la identidad del indio (fue el término que utilizaron). Luis Alfredo Arango, Mario Roberto Morales y Luis Eduardo Rivera escribían en la misma sección. Días después de ese acto fue el desaparecimiento físico, por secuestro, de ese escritor y poeta. Cuando años después fue publicada la primera edición de su novela “El tiempo principia en Xibalbá”, a instancias de Fernando González Davison, en Serviprensa, por Tono Móbil, compré cien ejemplares para distribuirlos entre miembros de Rin 78 y otros amigos. Ese fue mi homenaje personal a ese valioso intelectual maya.
Meses después de la presentación de la obra, Sam Colop, –quien no fue miembro del Grupo Rin 78–, fue incluido con su cuento “Quiché Achí guerrero” por Lucrecia Méndez de Penedo en la antología “joven narrativa guatemalteca”, en la que incluyó además de Luis Enrique a Franz Galich, Mario Alberto Carrera, Méndez Vides (tampoco fue miembro de Rin 78), Víctor Muñoz. Max Araujo y Dante Liano.
Mi amistad con Luis Enrique, con quien nos separaban cinco años y meses de edad, -nació en 1955- no se dio por la literatura, nos unieron las leyes, pues al enterarse en nuestra primera conversación que yo era abogado y notario, que ejercía la profesión y que tenía oficina propia, me comenzó a buscar para que le asesorara en algunos asuntos legales, por lo que se inició entre nosotros dos, una amistad que terminó con su muerte el 15 de julio 2011. Su oficina profesional la tuvo con otros abogados en el Edificio El Triángulo, zona 4, vecino al Edificio el Patio en donde yo tenía la mía. Eso le permitía consultarme algunos asuntos jurídicos cuando lo creía conveniente, generalmente de notariado.
Por esa cercanía participó en distintas ocasiones de las reuniones que con otros amigos tuvimos por varios años en “El Establo”. En los primeros años de nuestra amistad compartimos en muchos eventos -conocí de sus aventuras amorosas-, pero sobre todo en la parranda, la que iniciábamos generalmente los viernes, después de clases, al inicio de la noche y la terminábamos al amanecer, muchas veces escuchando mariachis en El Trébol, que fue un punto de encuentro para muchos noctámbulos. Lamentablemente le daba “mal trago” por lo que en ocasiones iniciaba con discusiones fuertes con terceros, generalmente sobre el racismo y la discriminación, sin embargo conmigo era diferente, aún “bolos”, siempre nos respetamos, sin embargo en los últimos años cuando me llamaba por teléfono después de las once de la mañana prefería evitarlo porque sabía que era para hacerme un reclamo o un regaño, porque me decía que muchas veces se me salía “el ladino”, lo que yo negaba.
De su vida personal participé en muchos acontecimientos, entre estos, reuniones en su apartamento en Nimajuyú, zona 21, cuando vivió ahí, en donde inicié mi amistad con Demetrio Cojtí, otro amigo de él, estudioso de origen maya; también de su viaje y estudios para antropología en la Universidad de Búfalo, en Estados Unidos, de donde tuvimos una correspondencia por cartas -aún no se daban los correos electrónicos-. Cuando se recibió de abogado y notario, juntamente con Manuel Salazar Tetzaqüic, otro valioso intelectual y artista maya, tuve el honor de ser padrino de graduación. Antes de la imposición de la toga, para el debate público, usó un traje de cofrade de Chichicastenango; vestimenta que no le era ajena pues lo usó de niño cuando estudió en el Instituto Santiago, como integrante de su banda musical.
Lamentablemente no pude asistir a su boda con la odontóloga y antropóloga Irma Otzoy, la que se realizó en Cantel, de donde fue originario. Me reclamó muchas veces esa inasistencia. -Tasso me contó de lo alegre y hermosa que fue-. Cuando con su esposa construyeron su primera casa en” Las Hojarascas”, en Mixco, fui a conocerla, al igual que uno de sus antiguos profesores “el hermano Santiago”, a quien él siempre le tuvo agradecimiento y cariño muy especial, por cómo fue con él durante sus estudios secundarios. Con orgullo me mostró la integración de elementos mayas en esa construcción, de tipo mediterráneo y elegante.
Cuando se separó de su esposa compartí con él muchas veces en la casa que compró en San Lucas Sacatepéquez, a la que se trasladó a vivir como soltero, aunque mantuvo una relación sentimental con una joven de origen Kekchi, quien murió por una enfermedad, lo que le afectó profundamente. Generalmente nos encontrábamos a medio día de un sábado cada dos meses, en el restaurante “El Ganadero” de ese lugar, del que era cliente frecuente, a donde yo llegaba desde San Raimundo por el camino que une a San Lucas con San Pedro Sacatepéquez. Fui testigo de su afición al licor, en los últimos años de su vida, lo que a mi juicio lo destruyó literalmente. Un ataque cardíaco fue el detonante. Minutos después que un amigo me anunció de su muerte, creo que uno de los organizadores de la FILGUA de ese año, en la que el participaría en la presentación de una nueva edición de su obra sobre el Popol Vuh, recibí una llamada de su teléfono personal, un frío recorrió mi cuerpo, fue su hermano Freddy, quién desde ese teléfono me anunciaba su muerte.
Un aspecto que me interesa destacar de Luis Enrique fue su defensa de los derechos culturales, políticos y sociales del pueblo maya, por lo que en este texto menciono cuatro de sus valiosos trabajos. El primero lo importante que fue su tesis de graduación como licenciado en ciencias jurídicas y sociales, ya que fue material de consulta para la Asamblea Constituyente de 1985, en la que se incorporaron aspectos muy importantes como el derecho a la identidad del pueblo maya, el uso legal de sus idiomas, espiritualidad y otros derechos. Fue Guillermina Herrera, destacada lingüista y estudiosa, quien proveyó de ese material a algunos de los constituyentes.
El segundo fue su columna semanal en Prensa Libre que inició en 1996. Fue nuestro amigo común Tasso Hadjidodou, que también inició una columna en el mismo diario en la misma época, quien llevó al periodista Gonzalo Marroquín a la casa de Luis Enrique en “Las Hojarascas”, en donde al calor de una plática surgió la idea de la columna. Esto me fue contado por Tasso. Esta columna, de Sam Colop, fue una verdadera cátedra sobre la reivindicación de los derechos del pueblo maya.
La tercera, el hecho que por muchos años tuvo un proyecto de apoyo económico, juntamente con su ex esposa, para estudiantes de origen maya, hombres y mujeres, que hizo que muchos se les hiciera más fácil sacar una carrera universitaria. Este hecho lo mantuvo con mucha discreción. Yo me enteré de ese proyecto, por boca de algunos de estos profesionales, después de su muerte. Un cuarto, fue la formación que juntamente con Humberto Ak´bal, con quien hicieron una sólida amistad, -yo los presenté-, para que niños quichés aprendieran a hacer poesía.
A Luis Enrique no le gustaba regalar su trabajo intelectual, por eso decidió después que regresó de Estados Unidos no participar en eventos en donde no se le reconocieran honorarios. Eso le generó antipatías. Sin embargo, de revistas del extranjero y en conferencias en los Estados Unidos fue muy cotizado, eso y lo que le pagaba Prensa Libre por sus columnas, le permitió vivir sin ejercer la profesión de abogado y notario, salvo cuando por alguna razón hicimos algunas escrituras conjuntamente, -dos veces faccionó gratuitamente las actas notariales del Premio Guatemalteco de Novela. Comparto la afirmación de muchos estudiosos de lo brillante del trabajo que hizo sobre el Popol Vuh.
Años antes de realizar esa investigación y publicación coincidieron con Ak´abal en una de las conversaciones en el restaurante “El Establo” que el idioma quiché es poético. Es probable que esa plática haya sido determinante para su trabajo. Recuerdo que Mario Monteforte Toledo fue uno de los presentadores del mismo, en el acto respectivo, en el 2009, en el Hotel Royal Palace, en el Centro Histórico de la ciudad de Guatemala. Afirmó en esa ocasión, Mario, que comentaba el trabajo sin conocer el idioma quiché, lo que generó un aplauso de los presentes. Recuerdo también que en una ocasión Sam Colop me mencionó que había hecho un análisis del “Rabinal Achí” para una publicación en el extranjero, en la que había desmitificado algunas interpretaciones. Me impresionó cuando me explicó que la famosa frase “que nadie se quede atrás”, del Popol Vuh, se interpretó fuera de su contexto, pues su sentido, me indicó, es “que nadie quede vivo atrás”.
Para terminar este recorrido por mis recuerdos con un valioso estudioso maya, del que tuve el privilegio de ser su amigo, del que podría contar cuando compartió en casa con mis padres y mis hermanos, de los viajes que hicimos muchas veces a nuestra granja en San Raimundo, de los actos de casamientos que como notarios hicimos juntos, quiero destacar una broma que le hice cuando recién iniciábamos nuestra amistad. Un día lo invité al restaurante Altuna, de la zona 1, al que después fuimos asiduos durante una época, por su cercanía con la Alianza Francesa. En esa ocasión yo pedí un ceviche de criadillas, y le expliqué, a su pregunta, de su composición. Me dijo entonces que no le atraía, por lo que le aconsejé uno de abulón, y cuando ya lo estaba degustando le indiqué que el abulón era “el miembro del toro”, por lo que veía como, con una cara de yo no quiero, se lo fue comiendo, acompañando con cada bocado un trago de cerveza. Cuando ya se lo había terminado le indiqué que el abulón era una especie marina, por lo que con risas me dijo “me hiciste mierda mi ceviche”.
A Luis Enrique Sam Colop y a Humberto Ak´abal les debo una formación, que se consolidó posteriormente en el Ministerio de Cultura y Deportes, sobre aspectos de racismo y discriminación, y sobre derechos culturales, políticos y sociales de los pueblos indígenas. Ya que fueron mis severos críticos. Es un legado de nuestra amistad.
(1). Frases tomadas de una publicación de uno de los medios de comunicación escrito
PRESENTACIÓN
Pocas veces es suficiente referirnos a la contribución de nuestros intelectuales y su incidencia en la sociedad del conocimiento de nuestro país. El artículo de Max Araujo nos ayuda a llenar esos vacíos en busca del reconocimiento y la memoria del significado de la obra, en este caso de un investigar excepcional como Luis Enrique Sam Colop. Lo hace a su manera, en un relato mezclado de anécdotas que dibujan la personalidad del intelectual, pero también enfocado en la valía de la figura que evoca.
Sam Colop fue un escritor, según nuestro columnista, con una moralidad generosa y don para la amistad. Cultivó su interés por la cultura guatemalteca y ánimo por la investigación. Su estudió crítico sobre el Popol Vuh aún hoy es un legado reconocido por el dominio del lingüista en el tema y la interpretación audaz de sus contenidos.
Sobre el recuerdo de Colop, en uno de los pasajes interesantes de Araujo, dice lo siguiente:
“Recuerdo también que en una ocasión Sam Colop me mencionó que había hecho un análisis del “Rabinal Achí” para una publicación en el extranjero, en la que había desmitificado algunas interpretaciones. Me impresionó cuando me explicó que la famosa frase “que nadie se quede atrás”, del Popol Vuh, se interpretó fuera de su contexto, pues su sentido, me indicó, es “que nadie quede vivo atrás”.
Como es habitual, el Suplemento Cultural recoge otros textos de no menor interés que el anterior, ofrecido para atender su gusto literario. Coméntenos su recepción con una reseña en el espacio virtual de cada artículo que nos ayude a orientar nuestros contenidos y sirva de estímulo a los colaboradores. Reciba un saludo y nuestros mejores deseos de bienestar para usted. Hasta la próxima.