Hugo Gordillo
Escritor

Aunque El Juramento de los Horacios es encargado a David por el rey para simbolizar la lealtad al Estado y al gobernante, el cuadro se convierte en uno de los símbolos de cumplimiento del deber, como parte de la propaganda en la lucha revolucionaria. Para entonces, David ya ha viajado a Pompeya, último grito de la moda en Francia, generado por las excavaciones en la ciudad destruida durante el mismo siglo de la muerte del colocho más famoso del mundo. Artistas y escritores van a Italia para estudiar y a perfeccionarse. Los turistas que no regresan con “estampas” de los grabados de Piranesi para documentar su viaje, no están a la moda. Clasicismo arqueológico que le llaman.

Surgen los coleccionistas de antigüedades y las gliptotecas hasta aterrizar en el Louvre, que de fortaleza medieval pasa a vivienda durante los últimos reinados y, a museo, en el período revolucionario. En el Louvre, los estudiantes copian o estudian a los grandes maestros. La pintura neoclásica está llena de escenografías romanas y actores griegos, teatralidad y sobreactuación, estilo lineal y luz teatral, belleza idealizada y, para variar, desnudos. El gran formato es dedicado a la propaganda.

Aunque no muy grande, el cuadro La Muerte de Marat refleja el asesinato de Jean Paul Marat, por una girondina. Desde sus periódicos, este mártir de la Revolución es el azote de la oligarquía, ministros, diputados y alcaldes. Por sus ataques a los poderosos le llaman “la ira del pueblo”. Los artistas están influenciados por el alemán Winckelmann, padre de la arqueología y de la historia del arte, quien propaga la idea de que la grandeza solo se logra volviendo al mundo antiguo (Grecia y Roma).

La estética del germano es la idealización de la realidad sostenida sobre las bases de libertad y democracia. Teoría y práctica caen como anillo al dedo en una Francia que lucha por la Revolución de burgueses en ascenso, proletarios en descenso y campesinos al tope de la decadencia. Entonces se acentúa el arte con fines propagandísticos de Libertad, Igualdad y Fraternidad. No más arte como decoración, sino de interés social, no más arte como privilegio de ricos huevones exonerados de impuestos, sino al alcance de la nación tributaria y motivador del accionar político.

Las obras se rigen al principio de economía, bajo el que los artistas se limitan a expresar lo necesario con la mayor cantidad de energía. Una expresión digna de la burguesía revolucionaria, que se apropia de las virtudes cívicas republicanas. El arte es un medio para un gran fin. Pinturas con motivos griegos como La Muerte de Sócrates, empujan el ideal revolucionario de morir por la verdad. Aunque mueren muchos pobres, del lado de la nobleza ruedan las cabezas de Luis XVI y de María Antonieta al pie de la guillotina. Después de la Revolución, los artistas se quedan sin sus mejores compradores, pero felices porque ya no existe el antiguo régimen en el que trabajaban como criados de los señores.

En el nuevo gobierno, David es el portavoz en materia de arte. Se elimina la Academia favorecedora del monopolio del mercado artístico en manos de la Corte y la aristocracia. Se funda la Sociedad Popular y Republicana de las Artes, sin menosprecio de la posición o el oficio. El arte se decanta por lo racional, la discreción, las formas rectas y el estilo lineal. Aborda temas históricos y la vida pública. Asoma una escultura sin sentimientos, pero con la sensación de eternidad.

Con milenio y medio de cristianismo de por medio entre clasicismo y neoclasicismo, el nuevo arte no genera el mismo sentimiento que en los mejores tiempos de Grecia y Roma. Aunque sus temas son la mitología y la historia clásica, hay escenas de violencia reservadas para la divulgación. Los monumentos neoclásicos son conmemorativos como el Arco del Triunfo y las puertas de Alcalá y Brandeburgo. La arquitectura se dispersa en parlamentos, iglesias y palacios.

En América, se generan los movimientos independentistas. La arquitectura de Estado del nuevo continente se manifiesta en museos, bibliotecas, teatros y capitolios, cuyas cúpulas dejan de ser símbolos de las mansiones de Dios para representar el poder político. En Guatemala, el dictador Rufino Barrios construye el Cementerio Nacional, porque, si algo le gusta son los muertos. El demencial Manuel Estrada Cabrera erige templos a Minerva para que los estudiantes lo alaben. La burguesía francesa se pasa de lista, traicionando la Revolución que, como la guatemalteca, solo dura diez años. Adiós igualdad para proletarios, locatarios y campesinos.

Por gracia del Golpe de Estado, bienvenido sea el cónsul Napoleón, que no tarda en convertirse en emperador. David va a la cárcel por revolucionario, pero de las mazmorras salta a la libertad y de ahí a la fraternidad con el conquistador, convirtiéndose en pintor imperial. Aquel genio que ve cómo su cuadro de Los Horacios genera peregrinaciones en Italia y es declarado el más bello del siglo en Francia, muere en el exilio tras una vida como beneficiario de una monarquía, emprendedor de una revolución y servidumbre de un emperador. La repatriación de su cadáver es prohibida, aunque en vida le hayan llamado “el Napoleón de la pintura”.

Artículo anteriorGuatemala suma 1 mil 066 casos de COVID-19 y 24 fallecidos
Artículo siguienteRepaso por un fuego interno – Pablo Sigüenza Ramírez