R. U. EMERSON

La creación de la belleza constituye el arte. La producción de una obra de arte arroja luz sobre el misterio de la humanidad. Una obra de arte no es sino un extracto o compendio del mundo. Es la resultante o la expresión de la naturaleza en miniatura; pues, aunque las obras de la naturaleza son innumerables y todas diferentes entre sí, la resultante o la expresión de todas ellas es parecida y única. La naturaleza es un mar de formas radicalmente iguales y únicas. Una hoja, un rayo de sol, un paisaje, el océano, hacen impresión análoga en el alma. Lo que hay de común en todas las obras naturales es la belleza integrada por la perfección y la armonía.

El tipo de belleza es el íntegro circuito de las formas naturales: la totalidad de la naturaleza, lo que expresan los italianos al definir lo bello como «il più nell’uno». Nada aislado es completamente hermoso; nada es hermoso sino en conjunto. Un objeto singular es hermoso en cuanto que sugiere esa gracia universal. El poeta, el pintor, el escultor, el músico, el arquitecto, cada cual en su variada obra, busca satisfacer el amor de la belleza que le estimula a producir. Así es el arte, una naturaleza destilada a través del alambique del hombre; y en el arte, la naturaleza obra por medio de la voluntad del hombre, lleno con la hermosura de sus primeras obras.

De este modo existe el mundo para que el alma satisfaga el deseo de la belleza.
Yo llamo a este elemento el fin último. No se puede pedir o dar razón de por qué el alma busca la belleza. La belleza, en su más amplio y profundo sentido, no es sino la expresión del universo. Dios es toda belleza. La verdad, la bondad y la belleza son diferentes aspectos del mismo todo. La belleza en la naturaleza no es lo último, es el heraldo de una interior y eterna belleza; no es por sí sola un bien sólido y completo; debe tomarse como una parte y no como la última y más alta expresión de la causa final de la naturaleza (Ensayos y discursos).

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