Max Araujo
Escritor

Conocí al poeta Ernesto Cardenal mucho antes de conocerlo personalmente. Fue un texto de Manuel José Arce publicado en una de sus columnas del diario El Gráfico quien me lo presentó -una manera hermosa, llena de contenidos y elegante-. Esta lectura me motivo a leer sus poemas. Se me hizo más conocido por su participación en la revolución sandinista y por el cargo que ocupó durante el primer gobierno de Daniel Ortega. Pude ver en la televisión cuando Juan Pablo Segundo lo amonestó públicamente, para la visita que su santidad hizo a Nicaragua.

Mi primera conversación con Cardenal sucedió cuando presidimos una lectura de poesía que se realizó para un CILCA en Managua, a finales de los noventa. Fue poco lo que conversamos, pero me di cuenta de su ingenio y de sus comentarios mordaces. En ese congreso compartí mucho tiempo con Jorge Román Lagunas y con Mario Monteforte Toledo -otro de los invitados- que, con poetas y escritores locales, ya que tuvimos las mismas atenciones, incluso una seguridad obsesiva dada por un excombatiente sandinista -cortesía de los organizadores locales-.

Fue Román Lagunas quien me presentó al poeta y quien hizo que yo presidiera la mesa en la que leyó Cardenal. Ellos dos tuvieron una intensa amistad, que se inició cuando Jorge llevó a un grupo de sus alumnos de la universidad de Florida a un encuentro de literatura que se celebró en Masaya. Esto fue a principios de la última década del siglo veinte. Surgió entonces entre el, Cardenal y Juan Chong, la idea de crear un congreso itinerante internacional de literatura centroamericana, que se conoció como CILCA, que se inició en 1993 en Nicaragua y que duró hasta hace dos años.

Varias fueron las veces que Román Lagunas fue anfitrión de don Ernesto, en Estados Unidos, y varias las veces que Jorge lo visitó en Nicaragua. Cuando lo hacía lo realizaba como un periplo centroamericano que incluía una estadía en mi casa -Guatemala- y otra con Jorge Alfaro, en Costa Rica. Para este chileno visitar Centroamérica le era vital como el oxígeno que respiraba. Santiago de Chile le quedaba muy lejos, aunque hacía el viaje cuando la ocasión lo ameritaba -la boda de su hija chilena, por ejemplo-.

De retorno de una de sus visitas a Nicaragua Jorge trajo un original de las memorias de Cardenal que aún no se conocían. Tuve el privilegio de leerlas. Me enteré por su lectura de aspectos tan importantes de la vida del poeta: su niñez, su adolescencia, sus novias, sus amigos, su familia, del momento que decide hacerse sacerdote, su estancia en la Trapa en Estados Unidos y su relación con el poeta Thomas Merton -definitivo para su vocación y para su poesía-. Esas vivencias en hojas de papel bond las leí en el transcurso de una noche. Jorge las llevaba a Estados Unidos para su traducción al inglés. Esas memorias hicieron que leyera libros sobre la vida de Merton: su filosofía de vida, su alejamiento de la fama, de cuando dejó el convento y su lamentable muerte en un país del Asia. Se afirma que sus libros tuvieron una enorme influencia en el Papa Juan Veintitrés para la realización del Segundo Concilio Vaticano, que inició transformaciones profundas en la iglesia, y que fue semilla para la teología de la liberación.

La segunda ocasión que me permitió compartir personalmente con Cardenal fue en el año 2017, cuando Brenda Monzón le dedicó el primer congreso de literatura infantil que ella organizó con la asociación La Danta -lo sigue haciendo, en unos días se inaugurará el que corresponde a este año-. En principio fui escéptico de su llegada. Se había dicho por años que no le interesaba llegar a Guatemala. Cuando Brenda me confirmó que venía, y me solicitó el apoyo del Viceministerio de Cultura -a mi cargo- no dudé en hacerlo.

Tuve entonces el privilegio de compartir con el poeta cuando se inauguró el evento, ocasión en la que a los niños presentes les conté que ese personaje había viajado a Guatemala -por los aires- en su silla de ruedas. Eso le causó risa. Posteriormente compartí con él en una recepción que se le ofreció en la residencia de un embajador -no recuerdo de quien- y finalmente en un almuerzo en un restaurante peruano del Centro Comercial Fontabella, al que yo invité, en el que estuvieron presentes Haroldo Requena, Francisco Morales Santos, y la asistente personal de Cardenal. Conversamos largo y tendido en esa ocasión, hicimos bromas, soñamos con proyectos comunes- relacionados con la difusión de su obra en Guatemala, principalmente en un proyecto para enseñar a niños enfermos, que se encuentran en hospitales, a hacer poesía. Un proyecto que inició con éxito en Nicaragua. Y como el momento lo ameritaba nos tomamos una botella de Wiski -le encantaba esta bebida- Fue una jornada de mutuo conocimiento.

Esa vivencia me hizo entender a un ser humano sencillo, agradable, comprometido con su literatura y con sus principios. Su poseía respondió a esa manera de ser -un sacerdote católico atípico-. Fue una velada en la que dejé atrás prejuicios infundados. De vez en cuando, por comunicaciones con Salvadora -su editora en Nicaragua- recibí sus saludos. La amistad común con Román Lagunas fue un lazo que nos unió

Cardenal dejó a su muerte un gran legado, en la literatura y como ser humano. Fue un privilegio conocerlo como persona. Su obra literaria seguirá creciendo.

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