Vicente Antonio Vásquez Bonilla
Escritor

Dolores por aquí, por allá y por todos lados, así no dan ganas de vivir, es terrible, sufrido, insoportable y dan ganas de morir.

Despierto o dormido sueño con que todo termine, pero suicidarme ¡no!

El suicidio es algo detestable, mal visto y uno corre el riesgo de quedar ante los ojos de los demás como un cobarde.

Otra salida más elegante es por medio de la benigna e indolora eutanasia. En otras latitudes, este método ya está permitido por la Ley, como una salida elegante. Muerte asistida, le llaman algunos.

Hubo un fulanito, en uno de esos países de vanguardia que, un día antes de su “partida”, tuvo el educado gesto de invitar a todos sus amigos a un convivio de despedida y en franca camaradería brindaron con champagne.

Fue como un festivo velorio, en donde el protagonista tuvo la satisfacción de darse cuenta de los sentimientos de los asistentes y, además, tuvo la oportunidad de departir con ellos y no como en la otra insípida ceremonia, en donde el protagonista, acostadote en la caja mortuoria, es ajeno a todo.

Estoy considerando esa salida como una opción, pero, como aquí en nuestra legislación no está autorizada, no creo que haya alguien que se anime a aplicármela, por temor a las consecuencias jurídicas a las que se expondría; entonces, tendrá que ser una autoeutanasia o sea una muerte autoasistida, pero en ningún caso deberá ser considerado como un vulgar suicidio. ¡No! Eso queda para los simples.

Aunque viéndolo más despacio, no tengo por qué limitarme a esto o a aquello, cuando hay más caminos a seguir. Ya lo dijo Sidarta Gautama, hace varios siglos, en un momento de iluminación, que las mujeres son como los aguacates, que, de un ciento, una sale buena y a mí me tocó una de las restantes noventa y nueve, así que mejor me divorcio, que Dolores se vaya mil veces a la China y vivo feliz y tranquilo.

Artículo anteriorJosé Emilio Pacheco
Artículo siguienteEl museo del telégrafo en Guatemala