Al salir del bar

No vi de dónde salió, pero vi que venía directo hacia mí. En la mano traía algo que no pude distinguir en la oscuridad, supuse que era un arma. «Un asalto» pensé, nervioso, y me preparé para lo peor. Repasé mentalmente las pocas cosas de valor que llevaba conmigo: reloj, teléfono móvil, billetera… ¿Billetera? Un escalofrío recorrió mi espalda. Él me alcanzó. Me di la vuelta para enfrentarlo y pude ver, aunque no había mucha luz, que me sonreía.
«Disculpe» dijo, «no quise gritarle para no llamar la atención. Ha dejado su billetera en el bar, sólo vine a devolvérsela».

¿De qué estábamos hablando?

Nunca le dije aquello que quería decirle. Y ella nunca se atrevió a hablarme de aquello que quería decirme. Nunca nos dijimos nada de aquello que queríamos decirnos. Nada de nada.

Hoy, muy lejos ya de aquellos años, por fin se lo he dicho. Me miró, se sonrió, y sus ojos se llenaron de lágrimas, y recuerdos, y momentos, y dolores lejanos: «yo también quise decirle eso mismo hace mucho», dijo, y me abrazó, ¡con tanta intensidad que hasta olvidé mis ochenta y tantos años ya vividos!, ¿o son más?

Observé su sonrisa de niña hermosa, y le pregunté:

«Perdón, ¿de qué estábamos hablando?»

El boleto de lotería

Cuando llegué no pude evitar fijarme en aquella hermosura que atendía la barra. Tenía un cuerpo espectacular y un rostro que la hacía lucir como una verdadera obra de arte. Atrevidamente le pregunté, bromeando, si se fugaba conmigo. «Sólo si tienes un millón de dólares en el bolsillo», respondió, guiñándome un ojo y sonriendo con picardía. Le devolví la sonrisa, y me levanté para comprar dos boletos de lotería en la máquina expendedora que había al fondo del local. Le obsequié uno a ella y guardé el otro en mi bolsillo. «Será mañana, entonces», le dije, «vendré con ese millón» y golpeé levemente mi bolsillo.

A la mañana siguiente la vi en el noticiero: ella había ganado el premio mayor… Y ese mismo día desapareció, para siempre.

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