Gustavo Arriola Quan
Director del Informe de Desarrollo Humano del INDH/PNUD

No me acerqué a Edelberto por la sociología, ni por la historia del desarrollo centroamericano. Tampoco por su amplio conocimiento del proceso revolucionario de los países latinoamericanos. Fue por los griegos. Más específicamente, por su mitología. Una discusión sobre uno de los trabajos de Heracles, que él quería utilizar como metáfora, fue el inicio de una serie de conversaciones que me llevaron a encontrar una amistad profundamente significativa. Aunque creo haber aprendido mucho de su reconocida visión crítica de la sociedad, algunas veces controversial, es su humanismo el que ha marcado una parte de mi recorrido.

Más allá de los debates sobre la epistemología del racismo, la dependencia del camino en la teoría del desarrollo, o la veleidad del concepto del valor en Marx, fueron las charlas sobre literatura, sobre música, sobre nuestra opinión compartida de la ópera, la poesía y sobre las insondables profundidades del lenguaje enológico, las que me permitieron encontrar a ese amigo que, con un poco más de recorrido en el mundo que yo, compartió generosamente el cromatismo de su experiencia.

Tuve el honor de trabajar con Edelberto en los Informes sobre Desarrollo Humano de Guatemala. Al igual que otras iniciativas en varios países de la región, este proyecto fue inicialmente su idea, cuya implementación propició la formación de un equipo de intelectuales que aportaron para llenar el vacío de conocimiento, en los años del posconflicto. El proyecto fue muy innovador y contribuyó al incipiente debate, aún marcado por los temores de la represión, en una sociedad ávida de nuevas rutas para su democratización.

La visión de Edel fue siempre crítica con los mainstreams, y con el proyecto del desarrollo humano no hubo excepción. El enfoque normativo de Sen siempre le pareció ahistórico y liberal, en el sentido menos progresista del término. Pero esa perspectiva crítica siempre fue un contrapeso en la elaboración de los informes, ampliando significativamente los alcances de la interpretación. La mayoría de informes y publicaciones producidas por el proyecto llevan su impronta, plasmada con una pluma siempre desafiante y cuestionadora de la injusticia y de las vergonzosas desigualdades que marcan este país.

Con profundas convicciones progresistas, se negó a hacer acopio de la corrección política posmoderna en el lenguaje, lo que le hizo blanco de más de una admonición sectaria, por parte de sus detractores, y a una que otra respetuosa llamada de atención de quienes conocieron su agudo sentido del humor. Tenaz e inteligente, defendía con fuerza sus argumentos, pero aceptaba gustoso una objeción lógica o razonable, no sin recurrir a uno que otro chispazo de ironía, siempre elegante.

Escritor incansable, escribía y seguía escribiendo. A pesar de que su relación con la tecnología para tal cometido era de constantes desencuentros, en su pantalla se agregaban a gran velocidad los caracteres sobre el fondo blanco, llenando páginas y páginas de ideas luminosas y eslabones narrativos con más de algún latinajo o referencia culta.

No puedo evitar imaginarlo escribiendo en aquellos días de máquina Remington y corrector de pincel. Ese repiqueteo pertinaz de la producción de ideas fue parte de su cotidianidad desde su juventud, una juventud marcada por la distancia y por el constante movimiento. En México, Inglaterra, Chile, Costa Rica y otros países adquirió una mirada cosmopolita y atesoró múltiples experiencias, algunas de las cuales hemos tenido el placer de escuchar.

Edel era un gran conversador, de esos que cuentan buenas historias y hacen comentarios mordaces e inesperados, pero que escuchaba con paciencia e interés a sus interlocutores.

Al poco tiempo de aquellos breves intercambios helenistas, él me invitó a participar, un poco más como espectador, a periódicos cenáculos de su círculo de amigos de muchos años, muchos de ellos intelectuales o testigos presenciales de la convulsa historia política de estos lares, en donde las ideas progresistas han sido vilipendiadas y sus emisores perseguidos por querer un mundo más justo.

Con Edel compartimos lecturas y desempolvamos o descubrimos autores. Auster, Cercas, Bolaño, Murakami, Berlin, Márai, Cervantes, Yourcenar, Grossman y Poniatowska, por decir algunos. Edelberto era lector irredento de Borges, en cuyas letras encontraba el ideal de la escritura: riqueza y perfección del idioma, brevedad, densidad, elegancia, ironía y ausencia de excesos en la palabra. Me llevó tiempo aprender a apreciar a Borges y fue gracias a Edel.

A pesar de ese ideal, unos pocos párrafos no pueden compendiar las múltiples facetas y vivencias compartidas con Edelberto, por lo que no lo intentaré. No obstante, una música, para él muy significativa, resume la profundidad de su humanismo: el Allegretto de la sinfonía en La mayor de Beethoven.

¡Hasta siempre amigo Edelberto!

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