Dennis Orlando Escobar Galicia
Periodista, escritor y editor

Conocí a Carlos René García Escobar en la sala de Redacción de 7 Días en la Usac, en 1981. Él llegó acompañado del licenciado Celso Lara Figueroa y a mí me nombraron para que los entrevistara y redactara una nota informativa. Recuerdo que era sobre un evento académico que se llevaría a cabo en la Escuela de Historia. Yo era un principiante redactor en el más periódico y revolucionario semanario que ha tenido dicha casa de estudios, mientras que García Escobar ya era un experimentado académico y crítico social. Con su «Paciencia Franciscana» supo escucharme y contestar con sencillez a mis bisoñas preguntas.

Tiempo después, a través del periodista Mario Rivero Nájera, envié a Carlos René mis colaboraciones para La teluria cultural del suplemento del Diario La Hora, dirigido por él. Sin ningún reparo el licenciado García Escobar dio cabida a mis textos literarios que se convirtieron en mis primeros pinitos en el mundo de la literatura y que dejé de enviar cuando él se retiró de tan leído anexo del vespertino.

El tiempo y las presentaciones de libros nos acercaron y nos convertimos en contertulios de diversos cafés y lugares de bohemia. Esto cada vez fue más frecuente porque ambos nos identificamos con el mundillo cultural de Guatemala y nos hicimos amigos. Y porque, además, con Carlos René el tiempo pasaba sin sentirse. En muchas ocasiones, junto a otros platicadores ansiosos de conocimiento, vimos llegar la aurora de un nuevo día. Como buenos feligreses abandonábamos satisfechos los lugares que nos habían cobijado, en virtud de que con Carlitos todo había sido buena plática. Con él aprendíamos de antropología, de literatura, de historia, de política…y de todos esos temas que enaltecen al humano y contribuyen a edificar una nueva sociedad.

En lo personal jamás vi altanero y agresivo al amigo Carlos René, ni siquiera cuando alguno de sus acompañantes se pasaba de copas y «pelaba cables». Él siempre era el que mediaba para que las situaciones no se violentaran y tuvieran consecuencias desagradables.

Otra de las cualidades de Carlos fue su desapego al capital. Editaba sus libros con su dinero, obtenido de sus trabajos docentes y de investigación. Y no se preocupaba de la venta porque los obsequiaba a los ávidos lectores. Evoco que en muchas ocasiones le hice ver que quería leer su nuevo libro, pero siempre y cuando me lo vendiera. Accedía a mi insistencia, pero al rato me estaba invitando a unas «chelas bien frías». En casi todas las asociaciones y grupos culturales a los que se afilió siempre sacó de apuros a los tesoreros. No hay duda de que Carlos René fue consecuente con su postura ideológica apegada al socialismo.

«Don Calitos» (como le decía la Chinita del restaurante Long Kei) fue todo un personaje al que nunca le faltó la buena y culta plática, y la mano solidaria para animar al amigo e incluso al que aún no lo era. Así como fue parroquiano de casi todos los abrevaderos frecuentados por la intelectualidad de izquierda, también recorrió todas las calles de la urbe donde desfilan en protesta los estudiantes, los obreros, los campesinos, las amas de casa…y todos los que luchan por una nueva Guatemala. Nunca faltó a las marchas del Primero de Mayo y a las del 20 de Octubre.

Su casa, situada en la populosa colonia La Florida, era todo un centro de documentación al que acudían estudiantes de varias edades y doctos de gran prestigio para realizar consultas sobre la antropología y la variopinta cultura guatemalteca. Las visitas eran recurrentes porque el anfitrión era de buenas respuestas y no era egoísta con su variada bibliografía.

Muchas veces viajé con Carlos René a diferentes lugares de Guatemala para conocer riquezas culturales de nuestros ancestros o para asistir a eventos académicos y artísticos. También lo acompañé a algunas representaciones que nos delegaron los colegas del Centro PEN Guatemala en países como El Salvador, Nicaragua y México. Uno se sentía cómodo con él porque todos lo conocían y éramos acogidos como si estuviéramos en casa.

No hay duda de que personajes como Carlos René cierran los ojos y se quedan vigilantes, dejándonos señalado el camino hacia un mundo mejor. Nos deja sus libros y el ejemplo de que a través de la educación y el respeto a la cultura es posible una Guatemala con justicia social. Aplausos y honores a quien se nos adelantó pero que dejó huellas positivas imborrables, mismas que guiarán el camino hacia algo mejor.

PD
Cuando redactaba este texto recibí un correo del agrónomo Boris Paiz, lamentando la partida de Carlos René y recordándome cuando impartió pláticas a los estudiantes del curso sobre incendios forestales, de la Fausac. Su tesis antropológica sostenía que los incendios controlados contribuyen a mejorar la biodiversidad. «El fuego para los antepasados era vida por eso lo sacralizaron», decía el maestro.

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