Por Carlos Dorat
Santiago de Chile
Agencia (dpa)

El chileno Pablo Neruda, considerado uno de los más grandes poetas del siglo XX, descansa en una tumba construida en su propia casa, pero 45 años después de su muerte todavía no hay certeza de si falleció víctima de un cáncer o si fue asesinado por la dictadura militar de Augusto Pinochet.

El premio Nobel de Literatura murió el 23 de septiembre de 1973, 12 días después del golpe castrense que derribó a su amigo, el presidente socialista Salvador Allende.

Hace casi un año, un grupo de expertos internacionales, que estudia las causas del deceso del vate, arribó a la conclusión de que su fallecimiento no fue provocado por un cáncer a la próstata, sino probablemente por una toxina.

«No tenemos la determinación de que, efectivamente, hubo intervención de terceros, sino que tenemos la posibilidad de que sí hubo intervención de terceros», declaró entonces Mario Carroza, el juez que está actualmente a cargo del caso, cuando recibió las conclusiones de los 16 expertos de España, Francia, Dinamarca, Estados Unidos, Canadá y Chile.

Uno de ellos, el español Aurelio Luna, señalaba incluso estar «rotundamente» convencido de que el certificado de muerte de Neruda no reflejaba la realidad del fallecimiento.

El documento de defunción, expedido por la clínica Santa María de Santiago de Chile, donde fue internado días después del golpe militar, señalaba que el poeta había fallecido el 23 de septiembre de 1973 víctima de una caquexia cancerosa (falta de apetito, debilidad y pérdida de peso, entre otras), derivada de un avanzado cáncer a la próstata.

«Del análisis de los datos, no podemos acertar que el poeta se encontrara en una situación (…) de muerte inminente» al momento de ingresar a la clínica, afirmaba Luna el año pasado.

El proceso por su deceso fue abierto tras una tras una querella que presentó en mayo de 2011 el Partido Comunista (PC), formación en la que militó Neruda hasta su muerte, a los 69 años.

Según abogados del PC, Neruda era «un objetivo para Pinochet», al igual que el cantautor Víctor Jara, asesinado brutalmente por agentes de la dictadura hace también 45 años.

La tesis sobre el crimen es respaldada entre otros por el asistente y chofer de Neruda, Manuel Araya, quien lo acompañó hasta los últimos minutos de su existencia: «Estuve con él y sé que alrededor de las cuatro de la tarde de ese día (el de su muerte) le pusieron una inyección en el estómago. Me dijeron que era dipirona para el dolor», según declaró a medios locales. Horas más tarde, Neruda fallecía en la clínica, a la que había ingresado el 19 de septiembre de 1973.

De todas formas, los especialistas han recomendado nuevos análisis para intentar llegar a una conclusión definitiva y despejar así las dudas que se mantienen por casi medio siglo.

Recientemente, el abogado Rodolfo Reyes, un sobrino del autor de «Veinte poemas de amor y una canción desesperada», denunció sin embargo que una deuda que asciende a los 16 mil dólares, contraída por el Estado chileno con unos laboratorios extranjeros, impide continuar con los exámenes para establecer de forma concluyente de qué murió Neruda.

Actualmente, está pendiente el análisis que debe hacerse a la tierra que rodea el féretro que guarda sus restos, depositados en la tumba que él mismo había pedido construir en su casa de Isla Negra, hoy convertida en museo, ubicada en el pequeño balneario del mismo nombre, a metros de la costa del océano Pacífico, a unos 120 kilómetros al noroeste de Santiago de Chile.

«Compañeros, enterradme en Isla Negra, frente al mar que conozco», había expresado en vida el premio Nobel de Literatura 1971.

Tras su muerte, Neruda fue sepultado en un modesto nicho del cementerio general capitalino, facilitado por una familia amiga del vate, adonde estuvo hasta 1992 cuando, ya en plena democracia, sus restos fueron trasladados hasta su casa en Isla Negra, donde también descansan los de Matilde Urrutia, su tercera esposa.

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