Juan Fernando Girón Solares
Colaborador Diario La Hora

Este relato está basado en la conocida leyenda -La visitante de los Sagrarios- publicada por Héctor Gaitán, en su obra La calle donde tú vives.

CAPÍTULO V

Todo era expectación en la pequeña ciudad de Guatemala, la que como es costumbre, con suma intensidad había contemplado el paso procesional del Nazareno de Candelaria y de la Virgen Santísima de Dolores que ya se habían perdido a la distancia, y ahora se preparaba para los grandiosos cortejos del Viernes Santo, a pocas horas de comenzar.

En el sitio donde se había aparcado el auto de alquiler, la distinguida dama de pocas palabras y profunda devoción por la Visita a Jesús Sacramentado abordó el mismo cuando Humberto de forma muy cortés, cerro la portezuela trasera y se enfilaron por la 12 avenida hacia el sur, hasta la 18 calle en busca de la Parroquia de Nuestra Señora de los Remedios, El Calvario.

Al pasar por la 7ª. avenida, Humberto divisó a lo lejos los grises muros de la tenebrosa Penitenciaría Central, el Parque Navidad y frente a éste, las luces tenues que iluminaban la fortaleza del Castillo de San José de Buena Vista, y su puente levadizo que comunicaba con el sector de las cinco calles. El vehículo arribó a la esquina del Callejón de Concordia y 18 calle, donde no menos cantidad de fieles se agolpaban de manera ordenada para ingresar a la Parroquia de Nuestra Señora de los Remedios, El Nuevo Calvario, debidamente estrenado unos ocho años antes, ocasión en la que estuvo presente Humberto en compañía de sus padres cuando el templo fue bendecido por el arzobispo de aquel entonces.

Repetido el proceso, nuevamente la espera en las afueras del templo le dio la oportunidad al esforzado trabajador de contemplar algunas estampas de la Semana Santa, y en esta ocasión la sorpresa no pudo ser más agradable, puesto que un grupo de devotos se agolpaban en la puerta lateral del edificio de la Tipografía Nacional, a escasos veinticinco o treinta metros de donde se encontraba Humberto a quien en buen chapín le “picó” la curiosidad, lo cual efectivamente realizó y pudo así contemplar cómo en el interior del edificio y en un salón de máquinas, miembros de la Hermandad del Santo Cristo Yacente, varios trabajadores de la –TIP NAC– incluso integrantes del prestigioso equipo de Fútbol que defendía los colores de la institución y algunos miembros del ferrocarril a quien él mismo conocía, daban los últimos toques a la alegoría de las andas del Sepultado del Templo de El Calvario, cuya urna funeraria sería colocada sobre un hermoso cojín, flanqueado por elementos distintivos de la Pasión. Las andas que portarían a la imagen de la Virgen de Soledad, serían decoradas con un colosal rosario como exhortativa para el rezo de dicha oración.

Y así queridos amigos, el Buick 1932 al mando de Humberto, se detuvo solícitamente en el itinerario previamente acordado por la luctuosa fémina en el mismo orden previamente acordado y que restaba, es decir: San Francisco y Santa Clara y finalmente La Capilla del Hospital San Juan de Dios, y concluir así la Visita a los Siete Sagrarios.

En el remate de la 10ª. calle Poniente y 1ª.a avenida, justo donde terminaban las piedras de la calle frente al referido Centro Hospitalario, Humberto giró el taxi por la polvorienta 1ª. avenida, para pasar a un costado del lugar en donde se encontraban las ruinas desde el gran terremoto del extinto Santuario de Guadalupe, el que nuestro personaje pensó para sus adentros… ¡Ojalá que algún día lo reconstruyan…!

Conforme las instrucciones de la misteriosa pasajera, el automóvil detuvo su marcha a un costado de la entrada principal del Cementerio General. Por última vez aquella noche, el chofer abrió la puerta del vehículo del cual bajó por última vez la singular devota y visitante de los Sagrarios.

“¡Está usted servida señorita! Son dos quetzales por la carrera, ha sido un gusto”.

Como usted bien sabe, la extrañeza y admiración se apoderó de Humberto, cuando en vez del pago en efectivo que esperaba, la dama le indicó que por un descuido no podría cancelarle en ese momento, pero que le entregaba una hermosa cadena de oro como prenda, con una nota conteniendo la dirección en donde al día siguiente al presentarla, sus familiares le cancelarían por sus servicios prestados.

“Le ruego por favor que acepte esta joya muy preciada para mí como prenda de que se le pagará por sus servicios; mis familiares lo entenderán, en este papel está escrito el sitio al que debe presentarse para cobrar…”.

A nuestro personaje, le inspiró pena el que una mujer se quedase sola y sin dinero a esas horas en aquel lúgubre sector, pero ella insistió en despedirse, agradecerle por su insistencia en trasladarla a un lugar más seguro, pues a la hora de finalizar aquella travesía casi a las diez de la noche para ser específicos, ya casi ni un alma quedaba por la Avenida del Cementerio.

Es más, hasta la esquina del famoso “El último adiós”, estaba apagada y en silencio, ya sin parroquianos, porque su propietaria dispuso cerrar aquella noche observando el recato propio de los días de Semana Santa. Únicamente el aullido de algunos perros y el gorgoritazo del policía en el interior de la necrópolis se entremezclaban en el ambiente nocturno de Jueves Santo, iluminado por una espectacular luna llena.

Humberto recibió la prenda y la nota, se retiró del sitio pensando en dejar para la tarde del domingo las exquisitas viandas del parque central y condujo ya cansado su taxi hasta donde vivía en el barrio de Santa Cecilia, estacionó el auto y se quedó dormido, muy satisfecho por todas las vivencias de tradición experimentadas aquel día.

Al día siguiente, lo que nunca había hecho, un sentimiento de extrañeza motivó a Humberto a acudir a las procesiones de Viernes Santo, las mismas por las que observó tantos preparativos con esmero y detalles, y que motivan inexplicablemente a tantas personas y grupos, y al observar al Nazareno, al Sepultado o a la Dolorosa, se empezaron a apoderar de su corazón.

Ni ese día, ni mucho menos al siguiente, día de pésame para la Virgen, Humberto acudió a la dirección que le indicó la misteriosa Dama de Jueves Santo, la Visitante de los Sagrarios, para cobrar por sus servicios prestados. Así que el Domingo de Resurrección y muy de mañana luego de asistir a misa, se enfiló hacia el Barrio de la Recolección donde se consignaba la dirección escrita en la Nota: “4ª. avenida Norte, número 5”, en donde tocó la puerta y explicó el motivo de su comparecencia…

Todos sabemos muy bien y conocemos a la perfección, la escalofriante respuesta que le dieron los ocupantes de la vivienda respecto a que la cadena entregada en prenda había pertenecido en vida a una hija muy querida de la familia, fallecida años antes y que precisamente había sido enterrada con dicha joya pendiendo de su cuerpo exánime, y de cómo este inexplicable hecho, afectó el estado de calma de nuestro abnegado taxista como una reacción totalmente humana.

Ahora bien, después del susto “¡Jesús María!”, y lo que la leyenda no nos cuenta, es que lejos de afectar su estado mental, Humberto entendió que la increíble experiencia vivida al transportar lo que sin duda fue un espíritu del más allá tuvo dos objetivos: El primero, a partir de aquel entonces, Humberto decidió buscar de nuevo a Dios y acudir a la adoración al Santísimo cuando fuese posible en el templo de San Sebastián, el mismo sitio al que en vida acudía la enigmática pasajera; la visitante logró pues su cometido, acercar un alma necesitada a Dios; y qué decir de la procesión de Jesús de Candelaria y Virgen de Dolores de Jueves Santo; a partir de entonces el piloto automovilista nunca faltó a su cita con este cortejo procesional a la misma hora y en el mismo sitio, el mercado Colón, mismo que años después fue demolido para dar paso a un citadino parque existente hasta nuestros días, en donde Humberto le contaba a Cristo Rey sus penas y alegrías, pedía por sus necesidades y por el eterno descanso del alma de aquella misteriosa pasajera y el segundo, los familiares de la difunta le explicaron que la misma, en vida, había sido fiel devota del Santísimo Sacramento acudiendo permanentemente a San Sebastián y para aquellos que tienen fe, no importa el paso de la muerte para seguir manifestando el amor al Altísimo, lo que en nuestra vida tanto amamos y quisimos, ¿Por qué nuestra alma no lo puede hacer después de la muerte?

Aquí termina este relato, “Un recorrido de Jueves Santo”, una mezcla de leyendas, fantasías y hechos reales acaecidos en nuestra Semana Santa, la historia de Humberto, el taxista y conductor de “la visitante de los Sagrarios”, cuya leyenda forma parte de la tradición de nuestra querida Guatemala. Quizá este Jueves Santo por la noche, durante la Visita a los Siete Sagrarios y al paso de Cristo Rey de la Dolorosa de Candelaria por el Parque Infantil Colón, usted logre divisarlo. ¿Por qué no? Porque como decía don Héctor Gaitán, “Como me lo contaron, te lo cuento porque todo cabe en lo posible…”.

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