P. Ubaldo Menchú, fmm
Licenciado en teología moral por la Universidad Gregoriana, Roma.

Para la Iglesia, estar consciente de la complejidad de la realidad social no es una opción, sino una prioridad, ella exige a la comunidad cristiana respuestas y acciones concretas las cuales testimonien sus convicciones éticas y su fe. Basta recordar la apertura eclesial en Gaudium et Spes, en diálogo con el mundo contemporáneo, las varias encíclicas y exhortaciones apostólicas en el campo social, hasta tener la referencia cercana de Laudato Si’ (2015) sobre el cuidado de la casa común.

Todavía algunos, que no han hecho una adecuada recepción del concilio, podrían preguntar ¿qué tiene que ver la fe y la teología en la realidad social? o ¿en qué modo la comunidad cristiana debería incidir el campo político? Ante ello, se puede afirmar que es tarea cristiana, desde su especificidad, sumarse a reconstruir el tejido social y, en apertura dialogal, aportar elementos importantes para proyectos de paz y justicia. El campo ético-político no es ajeno a la moral cristiana. El cristiano, en cuanto ciudadano, también debe ser protagonista de la vida política. Ahora la pregunta es ¿cómo y qué camino seguir para una incidencia encarnada y responsable?

DISCERNIMIENTO DESDE LO GENÉTICO-INDUCTIVO

La complejidad y la crisis de nuestra sociedad evidencian el peligro de respuestas fatalistas o indiferentes para asumir la vocación política. Un método de discernimiento puede ayudar a disipar ciertos peligros, pero no el discernimiento dejado a la arbitrariedad del interés meramente personal con un tinte espiritualista sino un discernimiento ético social que considera responsablemente la circularidad entre lo personal y lo comunitario, comprometido con las angustias y esperanzas de nuestra sociedad.

Por otro lado, cualquier método sin ser leído desde la fe, queda en lo puramente filosófico o sociológico, con el peligro de crear o seguir vías que terminan en acciones alienantes, corruptas y violentas. El cardenal R. Martino, haciendo una lectura del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia (CDSI) y enfatizando en el compromiso de los laicos, hace ver la necesidad de un método de discernimiento: el compromiso social cristiano debe partir por conocer la situación, reflexionar a la luz de la fe e individualizar nuestra opción exigida desde la fidelidad al Evangelio1.

El método ver-juzgar-actuar, no sin acusaciones de relativismo por su énfasis en lo inductivo, sigue siendo hoy la continuidad de un camino asumido en la experiencia eclesial pastoral, profundizada teológicamente y propuesta por el magisterio en el campo social. En la primera mitad del siglo XX, el sacerdote -luego cardenal- Joshep Cardijn inicia la experiencia del “ver-juzgar-actuar” con la Juventud Obrera Católica -JOC- de Bélgica. Juan XXIII asume en Mater et Magistra n. 236 lo que la JOC había iniciado, hasta hacerse el método oficial en el campo social, subrayado en los numerales 7 y 9 del CDSI.

El método también fue acogido y desarrollado por la Conferencia Episcopal Latinoamericana (CELAM), la cual ayudó a concientizar una praxis eclesial a favor de la dignidad humana en medio de conflictos sociales de opresión e injusticias. El CELAM hace uso dinámico del método ver-juzgar-actuar en su pastoral social, reflejado desde documentos finales de la conferencia en Medellín (1968) hasta el Documento de Aparecida (2007) especialmente en el numeral 19.

El método eclesial ha seguido una dinámica creativa de nuevos elementos que complementan su ejecución, haciéndola siempre actual, especialmente el método genético-inductivo. La conciencia de la situación, la sensibilidad y acción en medio de las angustias y esperanzas de hoy, y el reconocer lo que Dios ya está haciendo en la historia, todo ello, exigen un camino y pasos a recorrer. El trabajo conciliar evidencia que el aspecto genético es importante para entender la realidad y una problemática particular. Lo “genético” ayuda a entender el origen del problema y su desarrollo histórico, dando lugar a una revisión y evaluación más objetiva de la situación.

Lo genético-inductivo hace que el discernimiento no se realice en el aislamiento, sino que necesariamente tiene que tener un carácter comunitario y un compromiso social. Dice S. Bastianel que el cristiano no debe olvidar lo que le viene desde la fe le viene en una historia, con la ayuda y los límites de una cultura. Se debe, por tanto, proceder seriamente el discernimiento de la conciencia contra la pretensión de determinar valores y reglas con base en una voluntad y utilidad propia. Ante tal pretensión egoísta la dimensión comunitaria se vuele realidad crítica y abre a la apertura dialogal y compromiso concreto.

El discernimiento en la dinámica del método genético-inductivo se presenta como ese elemento teológico capaz de superar lo meramente filosófico, sociológico o científico; inicia una relación de circularidad donde, reconociendo el gran aporte que representan las ciencias humanísticas y científicas, subraya la presencia actuante de Dios en la historia. El Evento y la Palabra de Dios preceden a la persona o comunidad eclesial, Dios ya está actuando antes que una persona o comunidad inicie un proceso de acercamiento y compromiso de transformación. Dios se ha manifestado en todos aquellos que durante la historia han luchado por la paz y la justicia, y ahora sigue llamando para contrarrestar todo tipo de injusticias y violencia.

El discernimiento es proceso, no es una esencia abstracta ya dada, más bien es lo que la teología moral llama hermenéutica-dialógica, porque es la misma persona quien se deja cuestionar por la realidad y la luz evangélica (GS 46) e iniciando un proceso de concientización y conversión personal-comunitaria, se suma a un compromiso común por la paz y la justicia donde se siente invitado e identificado. En este sentido podemos hablar de una metodología para el discernimiento, un camino que lleve a configurar una conciencia crítica, pero a la vez una capacidad de tomar acciones evangélicas para sumir los compromisos en el campo social2.

EL DISCERNIMIENTO COMO REQUISITO PARA LA PRAXIS COTIDIANA

El discernimiento, para el cristiano, no es algo añadido sino una identificación con la vida de Jesús. El discernimiento ético comunitario pone en tensión dialógica fe y vida, por eso es una dinámica que no queda en la especulación, más bien se encarna en el comportamiento humano, en la comunidad creyente y en toda iniciativa social a favor de la dignidad humana.

Con lo ya dicho podemos acercarnos a una definición del discernimiento social cristiano, ello es la apertura del creyente a la acción transformadora de Dios en la historia personal y comunitaria, camino que orienta al encuentro con la propia vocación y misión en el mundo. H. Nouwen distingue algunos requisitos fundamentales para el discernimiento3:
* Personal: un nuevo modo de ver a través de la realidad hasta llegar al corazón mismo de la situación. Saber escuchar con la inteligencia del Espíritu la voz de Dios en y entre nosotros, conscientes de la presencia de Dios en la historia. Tener una apertura siempre actual a dejar que el Espíritu de Jesús nos conduzca a vivir en la voluntad del Padre.

* Comunitario: vivir en comunidad es signo de esperanza donde se vive juntos los desafíos de la realidad y la novedad del evangelio. Implica interrogarnos cómo ha sido nuestro trabajo con los pobres y si hemos sido solidarios. Crear tiempo-espacio sagrado que encarna el amor unido a la celebración-fiesta del Señor. Formarse en una nueva forma de vivir y amar, es la formación permanente de la conciencia como individuo en relación comunitaria.

El discernimiento ético social hace parte de la actividad cristiana, aunque muchas veces olvidado. Por otro lado, la capacidad de discernir no es sólo una propiedad de la comunidad cristiana, sino de todo ser humano que parte de la capacidad hermenéutica de la realidad, de la capacidad dialogal con otros (comunidad-instituciones) y de su apertura la voz de Dios quien llama en nuestra historia concreta. El discernimiento tampoco puede confundirse con la epiqueya, aunque sea una realidad común humana y haga un uso inteligente de la ley positiva4. El discernimiento no se queda en plano racional de la ley, porque el “otro” como hermano-prójimo y la apertura al “absoluto” hacen parte del dinamismo hermenéutico-dialogal.

DISCERNIR PARA ASUMIR LA VOCACIÓN POLÍTICA

La vida cristiana cada vez más se enfrenta a desafíos que le exigen abrir los ojos, releer su historia desde la fe y comprometerse con la realidad si realmente quiere ser coherente con su identidad evangélica. Dios mismo es el que llama al ser humano y a la comunidad cristiana a defender y cuidar la vida, llama de muchas maneras, de allí que, él antecede a nuestra reflexión y acción. La acción permanente de la comunidad cristiana es estar atento a los signos de los tiempos y tener la capacidad de discernimiento ante las situaciones que se presentan conflictivas.

De manera histórica y estructural se han impuesto sistemas violentos para la resolución de los conflictos, sin embargo, en estos últimos años se ha evidenciado que puede haber otras vías. Entre algunas vías anunciados durante el 2015 al 2017 contra un sistema cooptado por la dictadura de la corrupción5, se pueden recalcar: la responsabilidad histórica de asumir una formación ética y política, la importancia de la fraternidad ciudadana para organizarse y defender los derechos humanos, potenciar las vías de diálogo, justicia y de paz. Todas las dimensiones mencionadas hacen parte de la vocación política; solo asumiendo esta vocación se podrá seguir reconstruyendo el tejido social como parte del esquema programático de un proyecto de Paz.

En consideración a una praxis política desde un discernimiento ético social es importante tomar en cuenta que…
> Estar conscientes de la realidad política permite una autocrítica de la ética personal y comunitario. Puede que se haya evidenciado la estructura de “La Línea y la Cooptación del Estado” como encarnación de la corrupción, pero a la vez ésta interroga sobre “otras líneas” de corrupción e injusticia social, cultural o religioso en la que se puede estar implicado.

> Participar activamente desde la línea de la justicia y la paz, sin olvidar una prudencia ética-política capaz de identificar el espacio-tiempo para una incidir de manera significativa. Si bien la vocación política es ser y un quehacer, solo es justo si responde a defender la dignidad humana y el bien común. Por otro lado, la vocación política no se asume solo dentro de un movimiento o partido político, sino es parte de la dinámica de la reflexión y praxis cotidiana la cual invita a otras formas creativas de organización.

> Aprender y enseñar. Nadie puede pretender tener la absoluta respuesta de los problemas, un fuerte grado de humildad frente a las personas o grupos que han iniciado un camino de protesta pacífica es símbolo de madurez política.

> Nunca renunciar a la formación política para promover la paz, evitando hacer un uso instrumental de los grupos. Por otro lado, se tiene la responsabilidad ética de aportar orientaciones y acompañamiento a aquellos movimientos y organizaciones que pueden estar propensos a la violencia o propensos a repetir los mismos males.

> Aprovechar los espacios cotidianos y hacer uso reflexivo-crítico de la Web. Practicar la justicia en la vida cotidiana es signo de una madurez no solo política sino humana. La madurez humana y política se evidencia tanto en la vida comunitaria como en la participación en el nuevo continente digital. Una tarea fundamental en el campo digital será promover la dignidad de la persona humana, la superación de la indiferencia del problema social y la formación de la conciencia.

> Saber revisar/evaluar antes y después de una incidencia social, permitirá no caer en un esquema fijo que pudo funcionar o no, tampoco en un cambio constante sin tener ningún horizonte. Es estar en una dinámica de formación permanente y actualización, así nuestro enfoque no se estandarice en ideología ni mucho menos se crean mitos alrededor de una acción.

> Celebrar desde la perspectiva de la Fiesta Ciudadana. A pesar de la crisis hay un leguaje más profundo de fraternidad y esperanza política. La fiesta abre a la sociedad a nuevas utopías realizables a través de un continuo compromiso ético-político.

Entrar en campo político no significa ir a catequizar a los colectivos y grupos políticos, sino apostar por un compromiso común para contrarrestar una realidad corrompida que contradice el camino de justicia, de fraternidad y de paz. Para algunos bastaría la justicia legal para la resolución de conflictos, sin una previa evaluación si una ley es justa o no, o simplemente una ley manipulada para intereses personales. Hay que aclarar que la ley es una dimensión de la vida humana, pero no dice todo de lo humano, para ello la sociedad necesita una escala de valores para poder convivir, hacer justicia, realizarse y desarrollarse dignamente.

Asumir la vocación política desde la fraternidad ciudadana y la justicia no solo es una alternativa, sino una necesidad urgente para nuestra sociedad. Tony Mifsud dice que la justicia corresponde al imperativo ético de devolver la confianza a las intuiciones públicas, de pronunciar la verdad de lo acontecido y de sancionar una conducta por y en la sociedad6. El discernimiento ético social es un camino orientador para asumir la vocación política con responsabilidad. Al mismo tiempo esta perspectiva de discernimiento considera lo social-comunitario de manera que el poder de algunos no sea más importante que la justicia para todos.

1 Cf. R. MARTINO, Compendio e impegno dei cristiani laici, 5.
2 El mismo CDSI aclara: «no se trata simplemente de colocar al hombre en la sociedad, sino de fecundar y fermentar a misma sociedad con el evangelio» (n. 62-63).
3 Cf. H. NOUWEN, Il discernimento. Leggere i segni della vita quotidiana, 35-58.
4 Cf. T. MIFSUD, Discernimiento ético: Moral social ,330.
5 CEG, «Queremos ser testigos de la Verdad» (cfr. Juan 18,37). Comunicado del 19 de enero de 2018, en http://www.iglesiacatolica.org.gt/dserdoc.htm
6 Cf. MIFSUD, T., Discernimiento ético: Moral social, 437.


PRESENTACIÓN

Según una bien asentada tradición del pensamiento occidental cristiano, el discernimiento es un momento fundamental por el que el espíritu, frente a momentos trascendentales de su vida, reflexiona desde la paz interior para actuar con sabiduría. Esa perspectiva filosófico-cristiana es la base del artículo que nos ofrece el Padre de la Fraternidad Misionera de María, Ubaldo Menchú.

El teólogo propone el discernimiento ético en circunstancias que juzga críticos, sin abandonarse, como tiene que ser, al pesimismo. Por el contrario, en sintonía con Bloch, escribe sobre la esperanza que dispone el ánimo para la implantación de un mundo mejor. Un proyecto ambicioso si se considera lo irresoluble de una aparente paradoja: “la esperanza política”.

Menchú explica desde el inicio en qué consiste su propuesta. Se trata, escribe, de un discernimiento que no es otra cosa que una metodología, “un camino que lleve a configurar una conciencia crítica, pero a la vez una capacidad de tomar acciones evangélicas para sumir los compromisos en el campo social”.

Con el artículo mencionado, presentamos otras colaboraciones destacadas, entre ellas, la de Lucrecia Méndez de Penedo. La escritora, a propósito de la presentación del libro de Ramiro Mac Donald, Las funciones de Román Jakobson en la era digital, expone en breves trazos las virtudes de un autor fundamental para la comprensión de los mecanismos de la comunicación en nuestros días.

Le invitamos a disfrutar la lectura de los textos y a refrescar sus conocimientos a la luz de los aportes de nuestros colaboradores.

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