Alejandro Mena
Psicólogo e investigador

Es evidente para todos los que habitamos o trabajamos en la ciudad de Guatemala y sus alrededores que el tránsito es cada vez más feroz, intenso y desordenado. Porque vea usted, no se le ocurra despertar cinco minutos más tarde pues lo más probable es que esos cinco minutos representen una hora de retraso en su llegada al trabajo, y las consecuencias emocionales que eso representa para lo que queda de la jornada: estrés, ansiedad, rabia y un largo etcétera de reacciones psicológicas y emocionales que nos coloca a un “click” de diversas dificultades laborales y sociales, pero que en el fondo tienen una raíz psicológica.

En ese sentido, el aumento en la cantidad de tiempo invertido dentro del autobús o del vehículo es proporcional al tiempo que se pierde en actividades que podrían proveer de satisfactores que son reflejo de calidad de vida, por ejemplo: tiempo en familia, actividades en pareja, tiempo para comer adecuadamente, hacer deporte o simplemente descansar. De esa manera la cantidad de tiempo invertida (¿desperdiciada?) en un medio de transporte se traduce en deterioro de la salud física y emocional.

Desde el punto de vista psicológico, los seres humanos mostramos nuestras carencias y virtudes en cada una de las actividades cotidianas, de tal manera que a partir de diversas acciones del día a día, podríamos inferir características globales de las personas que nos rodean; dicho en términos utilizados por los psicólogos diríamos que a partir del análisis de una serie de conductas obtendríamos luces respecto de algunos rasgos de personalidad de quienes están alrededor nuestro. Si lo anterior lo trasladamos al ámbito del tránsito y transporte podemos decir que somos como conducimos.

Lo anterior resulta aterrador, porque basta con salir de casa cualquier día y hora (y peor aún después de unos minutos de lluvia) para darnos cuenta que esta ciudad está habitada por un amplio número de personas que en general muestran lo caótico, empobrecido y disfuncional de su mundo psicológico. La falta de empatía, hostilidad e imprudencia son sólo algunos de los rasgos presentes en un alto número de conductores.

Hay muchas pruebas, observe, por ejemplo, la actitud de algunos pilotos luego de que usted cede el paso: algunos de ellos devuelven la cortesía cediendo el paso a otro vehículo, pero muchos otros hacen gala de egoísmo.

Es indudable que muchas cosas deben mejorar en nuestro país y el tránsito es uno de esos tantos problemas que merece ser solventado, ya que no se trata sólo de una dificultad de movilidad sino de una complicación multidimensional, que se ha convertido ya en un serio problema de salud pública.

Por ello las soluciones como la educación vial (que evidentemente es indispensable), la construcción de pasos a desnivel y la impostergable reorganización y modernización del transporte público deben ir acompañadas de intervenciones focalizadas en la persona. Para ello, existe dentro de las múltiples áreas de acción de la psicología, una rama aún poco conocida en nuestro contexto llamada: Psicología del tránsito (driving psychology).

La driving psychology busca investigar, explicar y proponer soluciones respecto del factor humano y su influencia en la seguridad vial. Aunque la disciplina abarca múltiples dimensiones, en esta ocasión me gustaría resaltar la importancia de extender el campo de acción de la ciencia psicológica hacia procedimientos relacionados con la persona en el contexto del tránsito, por ejemplo, desde la investigación de los factores psicológicos en los accidentes de tránsito; la evaluación de los procesos psicológicos básicos (atención, percepción, motivación), la empatía, la agresividad y la toma de decisiones, entre otras.

Al revisar la diversidad de factores psicológicos asociados con la dinámica del tránsito, es notorio que no es suficiente abordar la siniestralidad y caos del mismo exclusivamente desde factores externos, sino también desde aspectos emocionales y cognitivos, es decir desde la psicología del conductor, porque al volante es más peligroso un perturbado que un despistado.

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