Juan José Narciso Chúa
Escritor y columnista

El día laboral apenas despuntaba, me movía con cierta pesadez por el tráfico, pero caminaba, iba cavilando en distintos pensamientos y reflexiones con respecto al trabajo, la familia y otras cosas que me provocaban atención. Sin embargo, cuando consideré que iba a tomar varias cuadras sin problema, un cambio de luz rompió dicha posibilidad, por lo que un tanto molesto, paré.

En la radio sonaba una vieja canción de Cowsills: “El parque, la lluvia y otras cosas”, una canción que me evocaba enormes recuerdos, pensando que la misma salió en el año 1964, pero me llevaba a un momento determinado en mi vida con mi radio Hitachi, pegado literalmente a mí y evocaba esa canción allá en la zona 2. En esas reflexiones andaba, así como visualizaba el cielo gris que justamente tenía que ver con la lluvia y esas otras cosas que quedan para la imaginación, cuando justo en la esquina veo a mi izquierda a una pareja.

Él arriba de los 60 años y ella una joven veinteañera, ambos reían, jugaban, se abrazaban mutuamente y luego se despedían con un beso. Era obvio que él era el papá y ella su hija. Él se atravesó la calle justo enfrente de mi carro, pero lo que me llamó la atención fue la hija. Su mirada no la despegó del papá, tampoco se movió de ahí. Él seguramente sintió esa reacción y volteó a verla y ella cariñosamente puso su índice y medio de su mano derecha sobre sus ojos indicándole que lo observaba, pero en realidad era “te cuido en tu inicio del trayecto” y luego le lanzó un beso con la mano derecha.

El semáforo como que precavió lo interesante e intenso de esa postal cotidiana, pues no cambió de luz y permanecí, sin querer, observando a la muchacha, quien no se despegó del lugar y siguió con la vista a su padre. Me llamó la atención, la profundidad de su mirada y el significado de la misma.

Además sonreía, aquella risa entre alegre y triste, melancólica, podría ser el término, viendo a su papá caminar solitario hacia su vida, mientras ella lo cuidaba con su mirada, mientras seguramente se le atravesaban diferentes pensamientos, como mi papá es una gran persona, mi papá me dio todo lo que pudo hacer, a mi papá le debo tanto en la vida, lo cual seguramente motivaba la sonrisa que ella sostenía.

El dejo de nostalgia en su mirada, que contrastaba con su permanente sonrisa, podría haber dicho ya mi papá está grande, ojalá no tenga ningún problema en su día, mi papá ya no debería de trabajar, sino disfrutar de una jubilación, mi papá es un incansable, no va a parar de trabajar, ni de moverse hasta su partida.

Cuánto puede contener una mirada, cuánto puede representar mirar fijamente, cuánto puede decirse únicamente con la vista, sin decir nada. La patoja de este pasaje, se retiró después de seguir con la mirada a su padre, dejando a la interpretación de un testigo incidental, todo un sentimiento de amor entre una hija y su padre.

El bocinazo me sacó de mis pensamientos y tuve que continuar, pero el sentimiento de amor que me dejó la estampa anterior se apoderó de mí y se quedó conmigo el resto del camino, dejándome la interrogante de contenido profundo de una mirada y el conjunto de sentimientos y pensamientos que la misma puede dejar, ahí emergieron, obviamente, Sofía, Lucía, Jennifer y Juan José, para acompañarme en ese momento de ese sentimiento de amor producto de una mirada y una sonrisa, de segundos, nada más.

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