Miguel Flores Castellanos

Sin duda una pieza enigmática del arte guatemalteco es Cabeza de lobo, de Roberto González Goyri. Muchas reseñas y biografías de este insigne artista la mencionan, pero pocas veces es posible verla, ya que forma parte de la colección permanente del Museo de Arte Moderno de Nueva York (MOMA), y se encuentra en sus bodegas. Si una persona pide -con tiempo- una cita es posible apreciarla. La modestia de su autor le hizo no hablar mucho de este importante logro, vigente hoy en día.

Como bien lo indica el propio González Goyri en su libro Memorias de un artista, su estadía en Nueva York le hace entrar en contacto con las tendencias más recientes del arte. Hay que tomar en cuenta que muchos creadores, alemanes, belgas e ingleses, emigraron a Estados Unidos, lo que convirtió a esta ciudad en la nueva referencia del arte, desplazando a París. Todos los que forjaron el Art Decó estamparon su impronta en muchos edificios y obras de arte, por ejemplo, el Rockefeller Center.

La escuela cubista tardó en aparecer en la escultura europea, algunos historiadores del arte sitúan el cambio de la escultura del romanticismo al impresionismo con Rodin, luego se hace difuso seguir la pista a los autores. Hay que observar que, en esa época, Marcel Duchamp ya promulgaba una nueva forma de hacer arte, desdibujaba la talla escultórica e introducía los objetos circundantes (ejemplo La Fuente).

La llegada de González Goyri, con una beca de estudios bajo el brazo le permitió ingresar en 1948 al Art Students League, una escuela ortodoxa de pintura, pero su espíritu de escultor y conocimiento acumulado en la Escuela de Artes Plásticas de Guatemala, lo hizo trasladarse a Sculpture Center, un sitio especializado en escultura, donde entró en contacto con numerosos artistas, que tenían sus talleres en esa institución.

Esas instituciones norteamericanas siguen vigentes aun hoy, adaptadas a las nuevas tendencias. A don Roberto, le marcará su amistad con el escultor Jacques Lipchitz, considerado por el MoMA como uno de los representantes de la escultura cubista. González Goyri mismo deja registrado: ‘‘…las dos o tres veces que estuve en su taller, fueron suficientes para influenciar mi trabajo de una manera decisiva”.

Cabeza de Lobo (1950) es una escultura en bronce, que muestra la cabeza de este carnívoro (Canis lupus), en el momento que emite un aullido, por lo que muestra el hocico en posición vertical. Se perciben algunos dientes afilados en la boca abierta, que forman parte de la estructura del hocico representado.

El ojo aparece desorbitado al mismo nivel que la mandíbula, de donde parece colgar. La ventana de la nariz es un cuadrado con las esquinas redondeadas, en un bajo nivel. El aullido sordo quedó congelado para la eternidad. El bronce recibió una pátina oscura, pero su autor, aun deja entrever su luminosidad dorada. Si se observa esta escultura en forma lateral, se percibe el dibujo cubista de la cabeza de este casi perro depredador.

González Goyri en su libro dice: “Lo hice de fantasía, confiando solo en el recuerdo que tuve de los lobos. El recuerdo de las cosas es más real y capta la esencia mejor que trabajar desde la naturaleza “. Este postulado evidencia su capacidad de dibujante a mano alzada, y su adhesión a los principios cubistas que se alejaron del modelo en vivo, y se sumaba al nuevo paradigma de la escultura.

Esta obra fue adquirida en 1957 por el MoMA, según registros electrónicos de su colección. Fue adquirida gracias a una donación de la Interamerican Fundation. En la lista de adquisiciones de ese año enviada a la prensa y donantes, el nombre de González Goyri aparece a la par de pintores como Robert Moderwell, Francisco Amorales, Willem de Kooning y Max Ernst, entre otros muchos otros de renombre mundial.

Esta lista contiene información nueva para los estudiosos de este escultor guatemalteco, ya que ahí se registra que don Roberto había sido seleccionado en el certamen para la realización del monumento al prisionero político desconocido, esto le valió presentar su obra en la Tate Gallery de Londres, y luego exponer el trabajo en la Bienal de Venecia de ese año. De este hecho poco se sabe en Guatemala. De no existir otro guatemalteco que haya participado en la Bienal de Venecia, algo que no se ha estudiado a profundidad, don Roberto sería el primero en hacerlo en la década de los cincuenta.

El aparecer en un listado a la par de nombres famosos como Max Ernst o de Kooning, estrellas del firmamento del arte visual, permite visualizar el valor simbólico y artístico que representaba esta obra para el arte latinoamericano y el arte en general. El poder de consagración de esta institución privada de los Estados Unidos situó a don Roberto a la par de los grandes del mundo.

Luego de este éxito del cual González Goyri nunca hizo aspaviento, le marcará como uno de los grandes escultores del país, lo que le valió en 1959 hacer el mural Nacionalidad Guatemalteca en el nuevo edificio del IGSS inaugurado el 15 de septiembre ese ese mismo año. La línea cubista de su trabajo derivó a un lenguaje propio, abstracto como puede verse en el mural del Banco de Guatemala y en mucha de su producción escultórica y pictórica.

La falta de investigación del arte nacional da pie para la negación del otro, las nuevas generaciones parecen no visualizar que lo que hoy se hace en arte, es producto de una evolución teórica de la forma, los materiales y las ideas. La obra de Roberto González Goyri fue fruto de su tiempo. Basta revisar los periódicos de esos años para adentrarse en el contexto político e histórico de la época de los cincuenta. Es notorio cómo los arquitectos se olvidaron de la lección de sus maestros y terminaron con la integración del arte visual en los edificios. Ahora priva el negocio sobre la estética.

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