Por Uli Hesse
Londres
Agencia (dpa)

Que el detective más famoso de la literatura mundial cobrara vida hay que agradecérselo a la precariedad de su creador. El joven Arthur Conan Doyle acababa de abrirse una clínica en su vivienda de Portsmouth, en el sur de Inglaterra, y aunque en su tiempo libre jugaba como guardameta en el equipo de futbol local, los pacientes no llegaban. Arruinado, empezó a escribir.

No era la primera vez: escribiendo ya había ganado algo de dinero durante su etapa de estudiante en Edimburgo. Allí le había impresionado su profesor Joseph Bell, capaz de diagnosticar a sus pacientes con apenas una mirada y que ayudaba a la Policía gracias a sus conocimientos forenses. «Con toda seguridad, estoy en deuda con usted por Sherlock Holmes», escribió Doyle a Bell en 1892. A él le dedicó también su colección de relatos «Las aventuras de Sherlock Holmes».

Para Doyle (1859-1930), las novelas de Sherlock Holmes se convirtieron en la manera perfecta de hacer dinero fácil, algo así como el equivalente literario a la comida basura. No obstante, sus dos primeras entregas, «Estudio en escarlata», de cuya publicación se cumplen ahora 130 años, y «El signo de los cuatro», no tuvieron demasiado éxito. En 1890, la revista literaria «Athenaeum» comentaba secamente: «Los admiradores del doctor Doyle leerán ansiosos el pequeño volumen, pero después no volverán a tenerlo entre sus manos».

Aquellas críticas hicieron que Doyle planeara estratégicamente el éxito de su detective. «The Strand» era una revista muy popular entre el público y que incluía relatos cortos. «Se me ocurrió que un protagonista que llamara la atención de los lectores podría quedar vinculado a una determinada revista si encabezara toda una serie», escribió Doyle en su autobiografía. Y así fue como Sherlock Holmes se convirtió en un héroe.

El audaz detective hizo de Doyle uno de los escritores más conocidos a nivel mundial y elevó inmensamente la tirada de «The Strand». Entre 1891 y 1930, apenas hubo una edición de la revista que no tuviera al menos un relato firmado por Doyle. Cuando «El sabueso de los Baskerville» se publicó en forma de serie, los lectores se arremolinaban ante la sede de la editorial para ser los primeros en comprar la siguiente edición.

Con todo, llegó un momento en el que Doyle ya no podía soportar a su detective y pensó la manera de deshacerse de él. Primero lo intentó exigiendo unos desorbitados honorarios, pero como el personaje era tan querido por los lectores y las ventas subían, los editores estaban dispuestos a pagarle mucho dinero. Así, Doyle se convirtió en uno de los autores mejor remunerados de su tiempo.

Finalmente, llegó un punto en que no pudo más y decidió que su archienemigo, el también inteligentísimo profesor Moriarty, acabara con él en la cascada de Reichenbach (Suiza). En su diario, escribió: «Holmes asesinado». Pero más de 200 mil lectores de «The Strand» cancelaron sus suscripciones, se pusieron crespones en señal de luto y enviaron desde cartas amenazadoras a desconsoladas peticiones para que Holmes volviera. «You brute!» (es usted un inhumano), empezaba una.

Doyle se defendió: «Estoy tan harto que siento por él lo mismo que por el paté de ganso: una vez comí tanto que sólo escuchar su nombre me ahoga». Tuvieron que pasar nueve años hasta que el escritor capituló y acabó «resucitando» a su héroe. En total, entre 1891 y 1927 escribió más de 50 relatos y cuatro novelas protagonizadas por Sherlock Holmes y su cronista y alter ego de Doyle, el doctor John Watson.

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