Eduardo Blandón

El candidato es una de esas producciones cinematográficas capaz de dividir a la crítica y en la que cada uno parece contar con razones irrebatibles. Por un lado están los que consideran el filme como una bazofia, una representación insulsa, mediocre y vergonzosa. Por el otro, los más benévolos, los que celebran el abordaje de la cinta, su humor negro y cierto barrunto de la realidad.

¿Quién tiene la razón? Ya lo he dicho, ambos. Es innegable que la película de una hora con veinte minutos parece un proyecto improvisado. Es como si el director, Daniel Hendler, hubiera invitado a una novatada actoral a un asado en el campo y, ya puestos en el lugar, dar vida a un guion escrito también por un novicio del cine. El resultado, por supuesto, no es de lo mejor.

Algunos acusan la secuencia aburrida, otros la falta de talento de sus protagonistas y muchos la incapacidad del director para atrapar al auditorio. Hay algo de verdad en ello, pero también un poco de exageración. La película, a mi modo de ver, no es excelente, pero tampoco digna de las cloacas. Y la principal razón la constituye, creo, la temática y su abordaje.

Pero, ¿de qué va la película? Resumámoslo así. Un joven de unos cuarenta y tantos años, millonario y empresario, hijo de papi, decide jugársela en la política. Es un hombre ingenuo y cándido cuya única virtud parece (la del pobre) tener mucho dinero. La película representa el proceso mediante el cual se quiere armar un proyecto político con un equipo de comunicadores, vendedores y publicistas. Toda una empresa tratándose de un tontuelo hijo de finquero.

En el trayecto se va desarrollando la comedia. Casi toda en torno al aspirante a candidato político, Martin Marchand, representado por Diego de Paula. Desde el personaje, el director hará mofa de la ridiculez típica de los advenedizos al ruedo electoral y podrá en evidencia el cinismo y la demencia en que suelen caer quienes tienen mucho dinero.

Los ejemplos sobran. La egolatría recurrente en primer lugar. El dandismo por el que suelen algunos acaudalados jóvenes creerse guapos y dignos de adulación. Los modales refinados a veces expresados con afección. La insolencia típica de los atontados por el dinero. El capricho pertinaz o los deseos arbitrarios de los consentidos que aspiran realizar. Y una disposición a vivir en otro mundo casi solo visto en ese tipo de personalidades desubicadas.

El filme también hace gala de los personajes lambiscones. Aquellos que aun reconociendo el ridículo de sus patrones no les queda más que celebrar la estupidez ajena. Refleja la alienación de los que renunciando al pensamiento propio son incapaces, por su condición, de sostener la crítica. Por ello, su servicio será falso y limitado a las circunstancias de la bonanza económica.

No falta quienes se aprovechen de esos candidatos ricos. Ese papel lo personifica Mateo Borrás (Matías Singer), un joven guapo y coqueto, encargado del diseño gráfico del lanzamiento de la campaña política, quien se infiltra con otros en casa para extraer información que juzgan relevante. El joven, utilizando sus encantos, logra una estancia cómoda en la finca y le permite el ofrecimiento de un trabajo más allá del que realizaba como diseñador.

Entre tanto humor negro está el interés del candidato por el logro de su campaña. La elección de un ave que lo simbolice, un árbol, el canto de un pájaro… cualquier cosa. El tiempo dedicado a la elección de una canción y a temas sin importancia. La falta de erudición, la incapacidad para desarrollar un mínimo discurso, la absoluta impericia humana para encarnar cualidades mínimas en cualquier oficio.

Daniel Hendler dice lo siguiente de su personaje:

“Martín Marchand tiene muchas cosas en común con varios políticos, en especial con estos que se hacen llamar los ‘nuevos políticos’, esos que vienen a salvarnos pero que esconden los peores vicios de la política y que suman un nuevo peligro: quieren llegar a la política porque es la política la única limitación que encuentran en su carrera empresarial. Así que necesitan estar de los dos lados del mostrador. Se visten de políticos comprometidos mientras admiten que quieren “un Estado que no joda”, que no se interponga a sus intereses. Pero nuestro candidato, Martín, que llega a la política para representar intereses familiares, encuentra su motivación personal en la posibilidad de erigir una identidad propia que lo despegue de su padre, que le permita demostrar que él es capaz de hacer algo por sí mismo. El problema es que, mientras sus asesores diseñan el perfil del líder que deberá encarnar, Martín se confunde tratando de encontrar su propia identidad en ese personaje construido. Ahí tenemos varias capas ficcionales: el personaje que le construyen a Martín, el que Martín aspira a ser y el que Martín es, más complejo que los anteriores”.

Con lo dicho hasta aquí se puede ver que la película tiene elementos rescatables que la hacen incluso aconsejable. Si le gusta lo alternativo a Hollywood, esta es la ocasión por su pedigrí uruguayo y argentino. Fue estrenada en octubre de 2016. Y si aún no lo convenzo, le cuento que el director fue reconocido por el Miami Film Festival. Una ovación por el humor negro y la sátira.

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