Roberto Samayoa Ochoa
Asociación Dos Soles

“Le dieron una arrastrada”, “le van a dar una buena arrastrada”, “te voy a dar una arrastrada” o “te van a arrastrar”, estas y otras frases en las cuales los personajes son sujetos activos o pasivos, probablemente tienen su origen, según el historiador Aníbal Chajón, en la ópera Cavallaria Rusticana (caballerosidad rústica), de Pietro Mascagni. La ópera se presentó en Guatemala entre los años 1900 a 1943, por lo menos una vez al año tanto en teatros como en kioscos, parques, centros educativos y ferias, lo cual la hizo un evento sumamente popular.

Uno de los fragmentos más recordados es cuando en el transcurso de la ópera, por lo menos en las versiones antiguas de esta, uno de los personajes es arrastrado por el protagonista. Probablemente de tanto ver la obra y a la mujer ser arrastrada sin conmiseración por las tablas del teatro llevó a que el hecho de ver que un hombre arrastrara a una mujer y que esta no opusiera resistencia, como un comportamiento normal y replicable. De hecho, las personas al asistir a ver la ópera decían que irían a ver a “la arrastrada”.

Este es solamente un hecho anecdótico que muestra uno de los elementos que han conformado la identidad de los hombres guatemaltecos urbanos. A lo largo de la historia del país, en particular de los siglos XIX y XX se han registrado hechos que ayudan a reforzar la idea que el hombre es violento por naturaleza y que puede conseguir sus objetivos con base en el ejercicio de la violencia. Aunado a estos hechos hay que mencionar a instituciones como el ejército de Guatemala el cual ha tenido un enorme peso simbólico en la conformación del Estado, de la sociedad guatemalteca y de la identidad de los hombres.

El ejército como institución vertical, obediente, ha sometido, por convicción propia o mandado por otros, a otros hombres y mujeres con pensamientos diversos y distintos de tal forma que aún subsisten expresiones verbales, gestuales y actitudinales en la población guatemalteca que denotan esta influencia: “a la orden”, “a la orden del día”, “lo que usted mande”, el llamar jefe a otros hombres, incluso desconocidos, los saludos militares mientras se canta el himno nacional o el gusto por la música marcial tanto en desfiles escolares como en actos religiosos católicos.

La caballerosidad rústica mencionada anteriormente probablemente ayudó también a reforzar la idea que las mujeres pueden ser tratadas como objetos y por lo tanto pueden ser llevadas, traídas, usadas, maltratadas y desechadas. La cantidad de asesinatos (homicidios y femicidios) que suceden en el país ya no puede ser catalogada de alarmante, porque no nos ha detonado las alarmas y pareciera que nos hemos acostumbrado a vivir con esas cifras de violencia. Más que alarmante es espeluznante y vergonzoso. Las mujeres, niñas, adolescentes y adultas son usadas en Guatemala como objetos sexuales, de intercambio y como objetos de caballerosidad rústica.

El sistema patriarcal (padre de muchos, muchas mujeres, poder concentrado, abuso sobre niñas, niños y otros hombres, concentración de “la” verdad, opacidad en sus acciones, entre otros), de quien mujeres y hombres permanecen cautivos, se ha encargado de otorgar comodines que ayuden a los hombres patriarcales a jugar sus cartas en una doble moral, uno de ellos, el amor, respeto, veneración y casi adoración por las madres y desdeño, maltrato, violencia y asesinato hacia otras mujeres. El caso de Cristina Siekavizza es un ejemplo de cómo se juegan estos comodines y cómo todo el sistema (legal, político, económico, comunicativo y religioso) enciende sus alarmas para mantener el statu quo.

Las estadísticas demuestran que son los hombres quienes más ejercen violencia. Esta realidad lleva a afirmar falacias como que los hombres son violentos por naturaleza sin dar espacio a la evidencia de los estudios de género que confirman que la violencia es un comportamiento aprendido y que por lo tanto puede dejar de serlo, no en un abrir y cerrar de ojos, sino como parte de un proceso personal que construye un proceso social.

Es importante y necesario mencionar que la violencia en general tiene como actores, tanto como víctimas y como agresores a los hombres. La participación de los hombres en los hechos de violencia contra la mujer puede ser analizada teniendo en cuenta estas premisas: existe un sistema que como tal, cuenta con mecanismos que controlan, alimentan y reaccionan ante los ataques al mismo, como ya fue mencionado anteriormente y hay temores, aprendizajes, estereotipos y mandatos que remiten a la forma como los hombres construyen su identidad. Tal como señala Elisabeth Badinter, el hombre construye su identidad con base en tres negaciones: no soy mujer, no soy débil-niño / niña y no soy homosexual.

Al construir con base en la negación se va al desagüe también una serie de percepciones y conceptos. Automáticamente el hombre tiene que demostrar alejarse de eso para ser más hombre y entonces comienza a mostrarse, aunque internamente se de una lucha de identidad, como fuerte, invencible, conquistador de mujeres, tosco, rudo, sabelotodo, sexualmente activo de forma permanente, entre otros. Se debe mostrar que se es fuerte, sin control emocional, en particular con el enojo y que se debe ejercer poder para demostrar su hombría. Pero, ¡oh sorpresa! Como el sistema es vertical, el ejercicio del poder está limitado a unos pocos lo cual crea frustración y el poder se ejerce entonces de forma violenta e innecesaria con quienes podría encontrar apoyo y con quienes podría construir relaciones de afecto, familia, parejas y amistades.

Es importante señalar que no todos los hombres siguen los roles determinados por el sistema y se evidencian fisuras en la masculinidad hegemónica. Existen también hombres comprometidos con la reflexión sobre su identidad, con el ejercicio de su sexualidad responsable y gozosa, de la paternidad, de la convivencia no violenta y de replantear sus relaciones con otras mujeres, con otros hombres, con la sociedad y con la naturaleza.

Esta reflexión debe llevar a promover cambios políticos y en la estructura social, de lo contrario se corre el riesgo de quedarse únicamente con un listado de aspectos estéticos y superficiales. El involucramiento de los hombres en las acciones de prevención de violencia contra las mujeres es una tarea que no se puede postergar. Existen diversas iniciativas desde hace varios años en el país que están impulsando la participación de los hombres en la búsqueda de soluciones, no como actores únicos sino como corresponsables del problema y de la solución.

R. W. Connell señala que “por el mismo hecho de ser producto de procesos históricos, las masculinidades son susceptibles de ser reconstruidas, por procesos de género y otras interacciones sociales”. En esta reconstrucción de las masculinidades es importante que el hombre se involucre activa pero no de forma dominante, que construya su identidad de forma más consciente, encontrando su propio centro, reconociendo a su cuerpo como parte de su identidad con el cual debe tener cuidado y su sexualidad como un elemento positivo sobre el cual puede y debe tener control.

Un elemento importante de la reconstrucción de una masculinidad comprometida y consciente es que el hombre se reconozca como un ser emocional que ama, odia, llora, teme sin pasar por encima de los derechos de otras personas, que valora lo femenino, que intuye y que es uno más en la convivencia diaria de respeto.

Suena a buenas intenciones cuando vemos cómo el sistema premia al corrupto, al violador, al transa, al que se salta la ley, al que depreda el entorno, al que pide privilegios de relación, fiscales o de trato. Si en realidad se quiere lograr un cambio social no se puede aceptar únicamente reformas tímidas y parches, haciendo lo mismo para obtener resultados similares, una práctica común en instituciones patriarcales como el Congreso de la República y organizaciones privadas, por ejemplo.

Habrá que pagar los peajes y perder los privilegios pero solo de esa forma se garantiza no solo un reciclaje de lo masculino sino un renacimiento a nuevas condiciones de lo masculino y lo femenino. Se perderá la caballerosidad rústica, que se ha vendido tan románticamente y que ha otorgado tantos privilegios para dar paso a hombres, que no necesitan a arrastrar a nadie para serlo.

*Roberto M. Samayoa Ochoa
* Miembro de Men Engage
* – Guatemala
* Coordinador de Género y Masculinidades del Consorcio Ixoqib
para la prevención y reducción de la violencia.

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