Miguel Flores Castellanos
Doctor en Artes y Letras

Para tratar el tema del arte visual en Guatemala, ya no basta referirse a la actividad capitalina de las galerías de arte sino dirigir la mirada a San Juan Comalapa, Santiago y San Pedro La Laguna, en Atitlán, o Quetzaltenango. Es lamentable que el Museo de Arte Moderno esté muerto, porque debería ser el principal referente.

La producción del arte actual se ha descentrado y obedece a la dinámica social de consolidación de las identidades. Son artistas que han logrado legitimación del trabajo artístico, tanto fuera de las fronteras guatemaltecas, como dentro en el mercado del arte local.

Ángel Poyón es un creador cachiquel, que ha logrado proyectar su pensamiento en su obra, donde se trasluce el conflicto de la identidad étnica y los procesos de aculturación desde una mirada propia, desde su cultura. Este creador se aleja de la concepción hegemónica de lo maya más ligado a las artesanías o de puntos de vista antropológicos. El artista posee una voz propia.

La producción artística de este creador se decanta por el uso de los objetos, como poderosos sistemas simbólicos que emanan una propia energía, algo que podría entenderse como lo piensa Poyón –el Rajawal– es decir el espíritu de las cosas, algo que la cultura occidental y en especial los filósofos consideran el sentido de las cosas, como lo entiende Ricoeur.

El pensamiento ancestral transmitido de generación en generación aflora. Para los que hacen semiótica o utilizan las estrategias fenomenológicas, las cosas también enuncian o tienen una faceta que hay que esforzarse por ver. Poyón no solo ve las cosas, sino ejerce una mirada que penetra hasta su esencia.

Esto quedó registrado en una entrevista hecha a un medio digital “…si yo trato de leerlo [el objeto] con los ojos casi no me dice nada, pero cuando aplico lo que en cachiquel le llamamos Rajawal, que quiere decir su espíritu, encuentro otras cosas en el objeto. Por eso a nosotros se nos ha ido quitando esa capacidad de pensar al mirar, poniéndonos a ver y a leer con los ojos.” Está capacidad también la tienen otros artistas locales como Darío Escobar.

La mirada de Poyón percibe la esencia del objeto y para que sea entendido desde su peculiar mirada lo interviene y es aquí donde surge una poderosa obra que necesita la llave de la hermenéutica para su comprensión. Desde Comalapa para el mundo se enuncia algo que confirma la historia de esas regiones de occidente del país, sometimiento de terratenientes y menosprecio de lo indígena.

Una de sus obras es un machete marca Colima, que en una de sus caras tiene grabado la oración “Yo no quiero ser un buen mozo”. Aquí la palabra mozo, un sustantivo masculino que tiene 16 acepciones en el diccionario de la Real Academia Española, se desliza a ser interpretado como “la persona que sirve como criado, en especial destinada a un menester determinado”, esa connotación peyorativa es la que va ligada al objeto machete, esta pieza afilada que en determinado momento puede ser utilizada como un arma. Esta pieza se transforma en un acto liberador de la opresión tradicional para las comunidades indígenas por terratenientes.

Desde una perspectiva global, para Poyón un fruto mitológico como el morro, da pie a lo que podría ser un globo terráqueo. Con delicadeza pinta un pequeño avión, con este gesto, el artista funde su cultura con los tiempos modernos de la cultura occidental.

El conflicto existencial también aflora en Poyón. En una plancha de mármol rectangular, en la parte superior, presenta a través de la talla directa, la pequeña figura de un teléfono público. En la parte inferior, también labrada, inscribe la oración “Por un instante temblamos al perdernos”. En palabras plasma el sentimiento de alejamiento acongojado de otro ser que se pierde cuando se corta la comunicación.

La obra de Poyón actúa como una articulación de universos distintos. Lo que Mario Roberto Morales diría articulación de las diferencias, donde el guatemalteco podrá verse a sí mismo.

 

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