Por Mario Castañeda
Barrancópolis

En la entrega anterior anoté sobre el significado de los cuernos, de cómo Revolución rock se convirtió en el pilar comunicacional del metal en parte del país a final de la década de 1980, y cómo marcó este estilo de música mi vida. Ahora nos adentraremos en aspectos de identidad metalera y las escasas grabaciones de las bandas de aquella época.

_Cul6_1BEscuchando Revolución rock en la radio me enteré de que existía un llamado Consejo Supremo del Metal. Era una suerte de grupo de jóvenes metaleros que se reunían con el afán de escuchar rock, compartir sus experiencias de vida y tener un espacio común donde convergían adolescentes “incomprendidos” que eran vistos como “raros” por vestir de negro y gustar de una música que, para la mayoría de gente, no tenía sentido.

Además, los posters, afiches de conciertos, portadas de discos y cassettes, y las letras de las canciones, eran, posiblemente, en su mayoría, cuestionados por sus familiares y autoridades escolares, debido a las imágenes grotescas que anunciaban el holocausto nuclear, el exterminio entre humanos, Satanás en un constante triunfo, cuerpos putrefactos, cadáveres despedazados, zombis devorando gente, ironías sobre religiosos y religiones, y chicas en posiciones sugerentes.

Pasaron los meses y aumentaba la audiencia del programa. Eso se notaba en los saludos que Jorge Sierra hacía a casi cada hora. Una lista enorme que daba cuenta de que el rock y el metal estaban diseminados por varias regiones del país. La señal de la estación no era tan potente, pero lograba llegar a toda la ciudad capital, partes de El Quiché y otros departamentos.

Entre los factores que coadyuvaron a que el programa tomara auge y ganara, incluso, por tres años consecutivos el primer lugar como el mejor de la programación de la radio, están: primero, que era el único espacio que servía de vínculo para un grupo regularmente excluido de los espacios masivos de comunicación y cultura; segundo, que establecía desde la música, formas identitarias propias de estéticas disonantes con lo que era visible y permitido en ese momento; tercero, los radioescuchas tenían acceso a la estación y se sentían parte de algo importante no solo dentro del programa sino dentro de la radio, tanto así que César Borrayo, uno de los metaleros más antiguos del país, era alguien que surtía con su discoteca personal a Jorge Sierra para presentar material conocido y novedoso, por supuesto, como complemento a lo que la estación tenía y lo que los servicios internacionales le proporcionaban a Metrostereo; y cuarto, que era un programa con calidad, su única debilidad era quizá el hecho de que solo sonara música en inglés, pues costaba conseguir discos de metal en español y la radio solamente programaba música en esa lengua.

Una noche, cuando Jorge Sierra emitía saludos a los radioescuchas, anunciaba a las diez en punto que un grupo de leales oyentes le enviaban un obsequio. La recomendación de la inquieta muchachada era que no lo abriera hasta esa hora y que fuera transmitiendo en vivo. Al destapar la caja, un ojo de vaca apareció bamboleándose para un lado y otro. Era un regalo que tenía ese morbo de los rituales obscuros que el metal acompañaba o promovía. Cuenta Jorge Sierra que se quedó estupefacto y solamente pudo dar las gracias al aire. El programa continuó. Yo, desde mi escondite solamente imaginaba y me cagaba de la risa, a la vez que pensaba “que gruesos esos chavos” (mates de satánicos rocanroleros). No sé si fue la mara del Consejo Supremo del Metal que lo envió, pero quienes hayan sido, dejaron una anécdota que hoy, como otras, no nos permiten alejarnos de lo que fuimos y somos.

La onda era hacerlo a como diera lugar
Paralelo a ello, las bandas existentes en esa época intentaban grabar canciones de su autoría. Eran pocas las posibilidades para lograr un “demo” o maqueta con un nivel aceptable de calidad, tanto por el difícil acceso a estudios de grabación, como por lo rentable que sería para las estaciones programar música “gruesa”. Eran empresas acostumbradas a que sonaran grupos más comerciales como Alux Nahual. Como ninguna de ellas quería prestarle atención a artistas nacionales, menos a los que sonaran como si un ruido ininteligible estuviera liderado por voces guturales parecidas a demonios tomando el mundo por asalto, la producción de placas discográficas era casi nula. Además, los grupos, regularmente hacían versiones de bandas estadounidenses y europeas. Pocas tenían canciones de su autoría y la calidad no era la más amigable, pues no todos podían estudiar música o dedicarse a tiempo completo a este arte. Por ende, solo el ímpetu y la afinación del oído bastaban para convertirse en lo más cercano a los dioses del metal que nos influían con sus creaciones musicales desde el norte americano y el viejo continente.

Revolución rock era el espacio para escuchar metal, compartir información sobre ventas o intercambios de playeras, vinilos, cassettes, afiches y toda la parafernalia que nos atraía e identificaba. Rock Shop & Records, ubicado en la Plaza Vivar, en la esquina de la sexta avenida y la décima calle de la zona 1, era el punto de reunión para obtener dichos productos, conversar y hasta reunirse para salir a las famosas y estúpidas “cacerías” de “breaks”, algo de lo que más adelante comentaré y con lo que nunca estuve de acuerdo. También nos enterábamos sobre los “toques” o conciertos que, bajo los denominados Thrash Attack, nos convocaba para deleitarnos con bandas como Blasphemous de Villa Nueva, Sore Sight, Rotting Corpse, Rottenness, Serpiente Visión, Misery, Denial, Sanctum Regnum, Éxtasis, entre otras. La diversidad de subgéneros oscilaba entre death metal, thrash metal, heavy metal y speed metal. No había tantas variantes como ahora y, aunque fuera difícil dejar constancia de lo creado, los toques daban cuenta de nuestra existencia. Eran lo nuestro y se hacían a como diera lugar. Recuerdo que no gastaba el dinero de mi refacción diaria, con tal de ahorrar para las entradas cuyos precios oscilaban entre Q10.00 y Q12.00. No tomar bus sino caminar desde la zona 1 hacia la Avenida Bolívar y viceversa, con tal de ahorrar para estar en el concierto.


Mario Castañeda (Guatemala, 1973) Catedrático universitario. Estudió historia, comunicación y literatura. Gusta del cine, libros y música.

Revolución rock era el espacio para escuchar metal, compartir información sobre ventas o intercambios de playeras, vinilos, cassettes, afiches y toda la parafernalia que nos atraía e identificaba.

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