Por Leonel Juracán

Ser visto es ser percibido, dice George Berkeley, y Octavio Paz, en su poema «Piedra de Sol»: «Para ser yo he de ser otro, buscarme entre los otros, los otros que me dan plena existencia». ¿Significa esto que pasar una vida sin reconocimientos implica «No ser nadie», o que vivir sin ser visto es carecer de una existencia plena»?

No confundamos las cosas: el culto a la imagen es sólo un invento del siglo veinte. Y aunque ciertamente Berkeley no pensaba en imágenes televisivas, y Octavio Paz no se refería a su cuenta de facebook, sus reflexiones pueden ayudarnos a entender éste fenómeno que nació con el crecimiento desmedido de los medios masivos de comunicación: La dispersión de la identidad.

La libertad, es un concepto que se vuelve popular en épocas de crisis, cuando es necesario que el orden social en decadencia sea renovado. San Agustín describe El libre albedrío, cuando el orden social romano se estaba disolviendo. Los pensadores de la ilustración hacen bandera de la autonomía de la voluntad, precisamente cuando las monarquías habían perdido ya el poder político y económico. Antes de eso, durante el ejercicio del orden y el poder, nadie se atreve, salvo algunos mártires.

Hoy la moral capitalista, desde discursos religiosos, charlas motivacionales o guías de autoayuda repite incesantemente, que «La capacidad de elegir está en nosotros», «El futuro está en nuestras manos», o «La voluntad impulsa la historia». Frases que van quedando vacías, pues lo que rara vez se menciona son las escasas opciones que nos dejan para elegir, lo incierto que resulta el futuro cuando faltan los recursos, y más importante aún, los conocimientos para construirlo; o se pasa por alto el hecho de que todo cambio histórico resulta de la sumar diversas voluntades.

A ésta memorización de frases positivas se le llama tener «mentalidad triunfadora»; mientras que enfocarse en ésas otras condiciones ante las cuales nos hallamos diariamente, pero de las que ni siquiera hablamos, es considerado como una actitud conformista, resignada y «negativa». Ninguna de ambas visiones carece de sentido, pero son verdades a medias. El optimismo a ultranza es parte de la retórica neoliberal, para evitar que veamos la escasa libertad que se nos permite, mientras que cifras estadísticas, causas materiales, «hechos crudos y descarnados», son los argumentos favoritos de la izquierda para afianzar la sospecha, el recelo y la resistencia al cambio.

¿Dónde está el engaño?

Tanto en la antigüedad como en los regímenes absolutistas actuales, los derechos individuales son inexistentes, solamente hay obligaciones de los súbditos hacia quienes detentan el poder. Y como la ley se funda en la fuerza, ésta no sirve para proteger, sino para castigar. Poco a poco, el poder cambia, adquiere tecnología y conocimientos. De modo que la edad media ya no se vale solamente de la fuerza, sino también de la persuasión, luego, en el renacimiento, hace uso del conocimiento científico y el poder económico, sin que por ello se abandonen los métodos de la inquisición. En la última centuria, el poder político, económico y militar se ha fortalecido mediante el control de la información, restándole fuerza a las religiones, sin que por ello desaparezca la «violencia necesaria».

De éste conflicto entre la libertad individual y el poder coercitivo, es de donde nace ése fenómeno que hoy conocemos como «mass media».

En la antigüedad, y en sociedades conservadoras, cada quien ocupa un lugar y cumple una función asignada por el estado, la ley, las costumbres y la familia. Que el individuo esté o no de acuerdo, que contradiga la ley o la religión y siguiendo sus propias convicciones se enfrente al orden establecido, es el tema de todas las tragedias. De ahí su condición moralizante. Lo que se busca es que cada uno se identifique con el papel que ocupa en la sociedad, que viva, trabaje, procree una familia y sea feliz sin pretender nada más. Si no se da por satisfecho, vea ahí lo que pasó con Antígona, Hamlet, Tristán e Isolda.

El héroe de la antigüedad es así un modelo en negativo, no uno que no deba ser imitado, sino recordado y admirado con temor, que es lo que hay en el fondo de todo culto hacia un personaje.

Sin embargo, el héroe griego no hubiese llegado hasta nuestros días, sin el dramaturgo, el actor y por supuesto, los ciudadanos ricos que patrocinaban la representación teatral. Las crónicas sobre reyes de la baja edad media no tuvieron tanta suerte, y los cantares de gesta medievales acabaron por ser ridiculizados a finales del siglo XVII.

Ahora bien, si en las monarquías antiguas la capacidad para elegir ni siquiera estaba contemplada, la libertad moderna es una farsa. Sujeta a los vaivenes del mercado, dependientes de una nobleza rezagada, pero todavía influyente, la vida cultural posterior a la revolución burguesa pasó a ser una mezcla de diletancia y entretenimiento refinado. Los ricos no tenían cultura, e inventaron el teatro de variedades. Los nobles habían empobrecido, y vivieron de las apariencias, para hacer creer al pueblo que nada había pasado. Aún no había «medios masivos», pero ya empezaba a existir la cultura de masas.

Partituras de música, grabados cómicos, panfletos obscenos, corrían de mano en mano junto a la prensa escrita. Fomentando mitos urbanos, divulgando chismes, repitiendo personajes y estructuras narrativas con la única intención de vender, pero que estaban permitidas porque indicaban creaban confusión y condicionaban el deseo ¿Libertad de opinión? Kant murió sin divulgar algunas de sus obras, porque podían molestar Federico II, Mozart fue tal vez el primer rockstar de la historia, pero la fama de que disfrutaba no impidió que terminara enterrado en una fosa común, Voltaire fue el vocero de la tolerancia religiosa, pero vivió como vagabundo entre salones donde el comentario agudo se mezclaba con el chisme, la sentencia religiosa con la superstición, antecedente directo de talk shows de la actualidad.

La farándula actual, comentario y show de glorias y miserias de quienes consideramos «famosos», tiene su origen en el teatro español del siglo XVIII, cuando las compañías ambulantes se habían convertido ya en una entretención frecuente. El hecho de ser familias nómadas, con una cultura que mezclaba muchas otras y una religiosidad más que dudosa, provocaron que a su alrededor se tejieran todo tipo de historias. Tanto así, que la vida de éstos actores despertaba más interés que el espectáculo representado.

Desde entonces, y potenciado hasta abarcar el planeta entero gracias a la televisión, la vida de ricos y famosos, pasó a ser otra forma de control social, indicando al público lo que debe ser desear y ofreciendo condiciones de vida que ningún estado garantiza, pero eso sí, haciendo creer a la gente que tiene el poder de elegir.

Afortunadamente, y gracias también a la omnipresencia de los medios, el culto a la personalidad está llegando a su feliz término. Hoy gracias a internet, todos pueden colocar su retrato en la pantalla y sentirse reconocidos, aunque sin existencia plena. El poder no está en restringir la imagen, sino la información. Volvamos a Berkeley, si el ser de las cosas es ser percibido, pero el poder está en conocer lo que percibimos.


Leonel Juracán es un tipo que nació hace como 34 años, salió del IGGS de Pamplona en brazos su madre. Juracán lee, camina mucho, dizque estudia, a veces ciencias y otras veces pajas humanistas, se embriaga con facilidad y se apasiona por la cultura, sea ésta alta o baja. Caqchikel desclasado, según linaje y racismo guatemalteco.

«Tanto en la antigüedad como en los regímenes absolutistas actuales, los derechos individuales son inexistentes, solamente hay obligaciones de los súbditos hacia quienes detentan el poder.»

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