Por Ovidio Fernando García Oliva

Reino de la Nueva España, sobre las ruinas de Tenochtitlán, primero del mes del último plenilunio antes del solsticio invernal.

A esta hora debería estar en mi cama, descansando, contándoles a mis hermanos la historia de Alex, la ambulancia y el peruano. Debería estar feliz de estar de nuevo en casa… un poco triste de regresar. Insisto, debería. En cambio estoy en el aeropuerto de DF tomando un café de Starbucks, escribiendo la historia de Alex, la ambulancia y el peruano.

La cena de gala fue un fiasco. En San Luis nunca llueve, excepto los días de fiesta. Cuando éramos los únicos en la mesa apareció Cuyubamba con su característico acento peruano, una sonrisa en el rostro y ganas de involucrarse en la típica charla de bolo. El tema de hoy: ‘mujeres y traiciones’.

A eso de la media noche nos sacaron del salón. En el parque donde hay un rey francés (lo deduzco por el uso de la ‘flor de lis’ en el escudo, pero que se yo de esas cosas) Alex y Cuyubamba se pusieron a discutir sobre gravedad análoga. Cuando hablaban de Robeli, Eshmerlac y los rusos ‘porque esos cerotes no son europeos’ escuché el silencio que precede a la buitreada. Me ahuevé cuando lo que salió fue un hilo de sangre y Alex se aguadó. Cuyubamba y yo lo cargamos, intentando llevarlo a un lugar donde se pudiera sentar. Allí fue cuando se desmayó y comenzó a vomitar. Lo de la cena fastuosa de hace meses, de cuando vomitó fastuosamente, no fue ni mierda. Lo cargamos como pudimos hasta un taxi que no nos quiso llevar.

Estaba semiconsciente, al menos sabía su nombre. Tirado en el suelo yo lo sostenía para que no se asfixiara con su propio vómito.

Aquí comenzó la parte jarcor de la noche: comenzó a tener un ataque de asma. Jugué a la dominatriz y a fuerza de gritos le ordenaba que respirara, le ordenaba que sacara el aire, le ordenaba que no se muriera: estas son las cosas a las que me compromete.

Los cargadores de la banda de la fiesta que nunca comenzó llamaron una ambulancia. Cuyubamba vomitó un par de veces y se disculpaba por ser inútil. Lo mandé a llamar a los federales para que nos ayudaran. ‘Tiene veinticinco años, es asmático, vomitó sangre, está bastante débil y pierde la conciencia por ratos. No somos de aquí, nunca lo había visto así y estoy muy asustado aunque creo que hice lo mejor que pude’. Fue lo primero que dije. Aún así los paramédicos no nos querían llevar.

Convencí a los federales que no habíamos bebido tanto. Los federales convencieron a la jefa de la ambulancia de que nos trasladaran al hospital estatal. En realidad él solo se tomó dos botellas de ron. Yo, milagrosamente estaba sobrio. Alex estaba realmente débil, no se le sentía pulso y respiraba a unas 15 veces por minuto con eventuales momentos de asfixia.

Cuando intentaron subirlo a la camilla tuvo un ataque de pánico y pidió que ‘lo dejaran morir porque no aguantaba el dolor de estar vivo’. ‘¡¡¡Dejáte de escenitas que aquí el dramático soy yo!!!’ Cuando grité eso se tranquilizó… tenía que tomar el asunto con un poco de humor, sino me llevaría más la gran puta.

Los paramédicos no entendieron mi humor negro. En la ambulancia, Alex no se dejó poner el oxígeno, ni los monitores de ritmo cardiaco… se repitió la escena de los gritos dos veces más antes de que se desmayara. Cuando llegamos al hospital el médico de turno, tras las evaluaciones del caso, determinó que el ataque de asma había pasado. Todo lo que tenía era una borrachera. Nada más.
El paramédico de la ambulancia quería dejarnos en la puerta del hospital. Convencí a la jefa de que nos llevara al hotel. El administrador y Paulino me ayudaron a subirlo a una silla de ruedas. ‘Es la habitación cuatro cero siete’ dije.
Se portaron a la altura de la situación. Para ese momento Alex solo era un bulto inerte, amorfo y embarrado en vómito. Ya en la cama me tocó sonarle los mocos sanguinolientos que todavía le salían… ‘Y vos sos el que dice no entender como un ser humano puede disfrutar de limpiar la mierda de otro ser humano’ sentencié mientras le limpiaba el vómito de la cara. Para ese entonces eran las cuatro de la madrugada. Apenas amanecía cuando me fui a dormir.

No lo vayas a regañar, creo que ahora si va a entender que no tiene que hacer esas muladas. Al menos eso espero. A mí me dejó el avión porque me quedé dormido después de comer comida china… 100 pesos por un volcán de cuatro platos. Historias que me pasan, nada más.
Saludos.

PS: Escribí bastante porque estoy aburrido de esperar que salga el nuevo vuelo. Yo tampoco sé quién es Paulino.

*El presente texto obtuvo el 2do. lugar en el I Certamen de Cuentos El Palabrerista 2014 organizado por Proyecto editorial Los zopilotes en Antigua Guatemala

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