Por Alfonso Mata

Punto cero: entre nos ¿Quiénes somos?
Es sabido que en Guatemala, su geografía, gente y paisaje muda en kilómetros al igual que la sociedad y su cultura, pero nada nos devela más como chapines, que lo que tenemos en común.
Llamamos nivel de vida, al trasfondo de consumo a que podemos acceder lícita e ilícitamente más allá de los frijoles y las tortillas. Decimos que calidad de vida poseen los que tienen casa, refrigeradora, lavadora, secadora y cuentas bancarias, no importando cómo. El celular no entra en la clasificación, ya es muy común.
En Guatemala, el aire no se contamina tanto de químicos o de basura, como de vapores que producen las injusticias y las pasiones, que nos fascinan y que envenenan nuestros campos, ríos y hogares.
Jesucristo, no nos conoció cuando vino y se le olvidó darnos un mandamiento: amar a la naturaleza. Destruimos con lo que nos encontramos.
La justicia y la equidad, en otros lados siamesas, las condenamos a vivir separadas y entre ellas levantamos muros de atropellos, desfalcos y malversaciones.
Nuestra juventud y adultos jóvenes, al contrario de otros países, no son manejados por la tecnología y la ciencia, sino por conexiones que hace nuestra memoria de simplezas, para imitar y acumular más cosas, con mínimo de esfuerzo y no para adquirir mayores dimensiones humanas.
Siempre andamos detrás de las cosas. Como cosa, entiéndase también deseos, hacer y deshacer, encontrar, gozar. Las cosas en venta nos excitan y desbordan y nos cuesta elegir; por lo que nuestra conciencia de lo que no es posible, se anula y nos lleva a no respetar y a caer en la necedad, necesidad y transgresión.
Los chapines, no adquirimos experiencias, tenemos vivencias nuevas cada mañana que nos levantamos y que olvidamos por las noches entre sueños que se tornan eternas pesadillas. No creamos, fantaseamos y nos habituamos.
Frente a los extranjeros nos comportamos como aristócratas, y con nuestra gente cruel y patanamente. No somos bipolares, somos fingidores, no hipócritas, eso sólo los políticos.
Cuando se nos corrige en la escuela y luego en el trabajo, hacemos un mohín amanerado visible para todos y cuando el que nos corrige da la vuelta luego de una buena andanada de “come M.., planeamos como vengarnos, con o sin razón. Descalificamos a quien no está con nosotros.
Nos fascinan las máscaras y las usamos permanentemente. Ante los acontecimientos, nuestro interior es dramático y trágico y lo ocultamos hacia el exterior, con nuestra frivolidad y cinismo, con la que cubrimos las entrañas de nuestras intenciones y destino.
Nuestro diario convivir está lleno de envidia y egoísmo, que sacude violentamente nuestra moral, dejándonos impregnados de tristeza, pero no de perdón y arrepentimiento.
Somos un ejército, en donde todos aspiramos a ser capitanes. En este no hay soldados, se sigue al jefe pero no se le respeta, por eso nos cuesta tanto ganar.
Desde niños formamos un carácter peculiar; buscamos anhelantes el placer, pero rehuimos las obligaciones. Al llegar a adultos, ya bien formado lo anterior, odiamos los derechos y nos afanamos en la búsqueda de privilegios.
Constantemente construimos mundos, no bajo derechos democráticos sino autoritarios y con tantito poder, los hacemos vivir, no importando los medios para ello. Por consiguiente, apetecemos cosas no consecuencias; por eso somos un pueblo de niños.
De tal manera que nos negamos a toda servidumbre en pro del otro, a todo lo que no sea mi cuidado y en provecho mío, atributo perenne que nos acompaña.
Hambres endémicas tenemos varias: la ambición, el poder, la acumulación, de cosas, de gente, de lujos y para concretar un poco de satisfacción, usamos toda clase de artimañas.
Somos un tanto morbosos, nos gusta seguir en noticieros y periódicos lo que pasa a los personajes públicos allende de nuestras fronteras, pero somos ciegos ante lo que sucede a nuestra vecindad. Somos próximos a lo lejano, ausentes a lo cercano.
A mi juicio, quien no entiende esa curiosa situación de nosotros, no nos querrá. No podrá comprender que un día a alguien le podemos llamar Genocida y al otro nos parece que sufre mucho y que es cosa del cielo su castigo. Tampoco podrá entender que lloramos la injusticia cometida al Mesías, pero a la par no condenamos la injusticia, pues es cosa de humanos.

_Cul2-3-4_1bPunto uno: entre nos ¿Cómo nos vemos?
Nuestro mundo social es bidimensional: ladino e indígena. Vivimos juntos pero no revueltos, cada uno con sus peculiaridades.
En el orden intelectual y social, los ladinos nos creemos más que el indígena. Los indígenas consideramos al ladino y al blanco, un usurpador y crueles en todo, un personaje maléfico para la sociedad y la naturaleza.
En el orden material, como indígenas nos consideran campesinos, no agricultores; como soldado, no como capitán; como técnico no como profesional. El programante de menesteres y direcciones es el ladino, nosotros los operarios. El ladino es poco confiable, traicionero y racista. Pero para ellos, somos tímidos en el hablar, pocos para escribir e indolentes en cosas de mejorar.
El pensamiento indígena, en su religiosidad, todavía da cabida a la esperanza, en el ladino y el ciudadano de las urbes, ésta ha perdido vitalidad, de suerte que atiende más a la “adquisición y consumismo” desatendiendo la conciencia y el sentido de lo humano.
Las urbes son el mundo y la representación del ladino, los campos, el del indígena. En las urbes se goza, hay todo tipo de trabajos, placeres y esperanzas, en el campo se sufre, se reproduce y se muere. La vida humana es vista por el ladino y el indígena “de más calidad” en la urbe que en el campo.
El ánimo del ladino es indolente, picaresco, frívolo, permisible en todo. El del indígena es retraído, sumiso, poco confiable, más apto para la soledad. En ninguno de los dos es serio.
Se suele decir que el indígena y el ladino pobre, carecen de proyectos en la vida y van a la deriva.
Pobreza suele asociarse con rural e indígena, pero también hay en las urbes y ladinos. De tal manera que ésta deja a un lado la etnia.
Otorgamos cualidades a menudo básicas a los pobres: un comportamiento impulsivo, bajo rendimiento en la escuela, pobres decisiones financieras y sociales, terquedad, alcoholismo y todos los vicios. Aun no comprendemos que son producto de un sentimiento generalizado de escasez, transformado en una cultura de la sobrevivencia.
Poca fuerza de voluntad, agotamiento mental, distracción mental, estrés y poco autocontrol, son calificativos que damos al pobre. No entendemos que en personas privadas de medios para su desarrollo humano, eso es común; no hemos leído a Kahneman, que dice y demuestra que «Es evidente que hay una psicología de la escasez».
De tal manera que la apreciación del capitalino chapín, de que los pobres son pobres, porque hacen malas decisiones aún persiste, aunque los estudios muestren que sucede todo lo contrario «las personas toman malas decisiones porque son pobres.» La vorágine de problemas que deben enfrentar, los devora.
Todo eso nos lleva a hablar a menudo de satisfacción y plenitud. El Pobre no logra ni la mínima, el ciudadano medio y el rico sí, pero siempre está insatisfecho y en busca de más. Ambos andamos en pos de la felicidad desentendiéndonos de lo que sucede a nuestro alrededor.
Dudo que sin comprender lo que entendemos los unos de los otros, podamos hacer un adecuado análisis de nuestro tiempo y ese es precisamente nuestro problema. Mientras unos vivimos en un pensamiento fabulosamente capaz para realizar, no sabemos qué realizar, nos perdemos en nuestra propia abundancia; otros sí saben qué realizar, pero no se sienten capaces ni tienen medios para hacerlo, no son dueños de sí mismos. Ambos andamos a la deriva. De aquí esa extraña dualidad de pertenencia a Guatemalteco y sentimiento único de decadencia e inseguridad en el vivir. Buscamos encontrar la seguridad y nos insensibilizamos en pos de un destino, sin palpar lo que sucede alrededor. Por consiguiente, no es extraño que nuestros problemas nacionales, los reduzcamos a máximas, a chistes, con tal de ignorarlos.

Punto dos: entre nos ¿Cómo nos gobernamos?
A mi juicio, quién no entienda esa curiosa situación presentada en el punto uno y el punto dos, no puede entender nuestra política y forma de gobernarnos.
Amamos la política pasiva. La activa, la dejamos en manos de pocos para su beneficio. Por consiguiente, vivimos la política solo cada cuatro años, para divertirnos un poco; es el inicio de nuestro campeonato del sufragio.
Nos encanta cada cuatro años, ser invadidos y atacados por los políticos y comer de sus mentiras.
A nuestros políticos, no les interesa acciones contra algo sino la guerra contra algo. Me explico. No les interesa acciones contra la pobreza, sino la guerra contra ella, para no morirse de hambre ellos, para no dejarla abandonada en un campo de batalla. A los pobres en cada mitin en sus pueblos, los llevan para que coman promesas.
Cuando a criterio de la ciudadanía, las cosas llegan a mal, a un límite, inventamos protestas, manifestaciones, paros, como un ejercicio de salud mental colectiva.
Los políticos toman enojo contra los protestantes y manifestantes, porque éstos se niegan a tener o mantener amnesia en las cosas políticas, cosa que es de su propiedad. Se quejan que no les tienen confianza y no los dejan trabajar en paz.
Los políticos viven y atienden su presente más que a programas y planes. Se dedican a esquivar el conflicto que les impida forjarse, no les importa que eso represente acumular más conflictos en el futuro a la patria o a los chapines. Ellos convierten el capricho en ley y con ello capturan los de los amigos.
Y Nótese bien:
Cuando al amigo y compañero del político algo que se le prometió no se hace realidad, inexorablemente el incumplido es revertido de piel de diablo y su nombre y sus obras se volatilizan en manos de la calumnia y el rechazo. No hay peor corrupción que cuando el candidato no le cumple a su seguidor; al pueblo siempre lo olvida, la promesa de campaña se volatiliza luego de los mítines; pero al amigo y compañero, eso es imperdonable.
Subterráneas intenciones no existen en el político, eso sólo en el imaginario del chapín. El político es transparente y claro, por eso nunca se le ve en donde debe estar, sino sólo en donde no. En su actuar no engaña, lo que pasa es que no lo entienden; sólo basta ver la energía, resolución y soltura con que actúa y el placer con que agarra, para desengañarse. Basta con ver cómo a todo lo que trinca y se le pone enfrente le impone su decisión, le impone su carácter. Su causa y su lucha como padre de la patria, perdón de lo aje…perdón, de su gran interés por la causa, casi nunca se le reconoce.
Se trata de entender pues, de entender el matrimonio de un pueblo y sus autoridades; un poco extraña, pero al fin de al cabo peculiar, sin sospechas. Vivimos nivelando simples fortunas, culturas, clases sociales, sexos y género y también la política. Militares que pasan a ser comerciantes; comerciantes que pasan a políticos; políticos y políticas que de ser vecinos, pasan a ser los nuevos ricos de las zonas residenciales. Todo se mueve, se energiza, nuestra sociedad se mueve y eso significa que aumenta su vitalidad y posibilidades.
No nos sorprende lo que el político hace, siempre estamos alerta. Nos despreocupamos de ellos luego del voto, pero los tenemos al ojo. Ellos suponen que no nos damos cuenta de lo que hacen pero sí. Nuestra conciencia no los protege, los deja hacer, pues a lo mejor salpican, y sólo se injuria, a aquellos que van más allá de la raya. La política de Guatemala no guarda secretos, tampoco la sociedad, es trasparente aunque perversa.
No puede entonces sorprenderos que nuestro Estado, nuestros gobiernos y gobernantes, parezcan vaciados de proyectos, acciones e ideales; están llenos, lo que pasa es que tienen prioridades dentro del repertorio de posibilidades y es uno el que interesa: costo-beneficio y no pregunten para quién, las estadísticas del desarrollo de la población se los aclarará y el lugar que ocupamos en el campeonato mundial sobre el bienestar lo confirma.
Hay mucho por hacer cada cuatro años, pero eso le toca al que viene atrás, y al que viene más atrás, más. Eso permite una exuberancia del hacer político aunque repetitivo en cada gobierno. Es lo que le da vida al campeonato político cada cuatro años y al que resulta campeón, disfrutar de la copa y los premios por cuatro años sin jugar un solo partido en cumplimiento de promesas, para que estas no se acaben.
Consejo: Usted tiene que inventar su propio destino, busque la circunstancia y tenga decisión. Es pues falso decidir que para los políticos, el ejercicio del poder ha sido malo. Su lema es “No quiero trabajar para nadie, excepto en lo que pueda ser útil para mi”
Entonces debemos estar claros que el sufragio universal, no ha decidido nunca sobre el bien o mal de la patria; nuestro papel ha consistido en adherirnos a las intenciones de una u otra minoría y sus programas. Horizonte de promesas que con el primer aguacero se agota, produciendo sequías que duran cuatro años, cada cuatro años. En toda la longitud de nuestra historia, así nos hemos visto, así nos hemos gobernado.

Punto tres: entre nos ¿cómo nace la justicia?
Nuestra República nace de injusticias, no de convicciones como la Americana. El criollo y el mestizo se sienten mal tratados por el español, pero no ven que tratan mal al resto de la población y eso hasta llegar a la naturaleza. Para arriba ve ofensas, para abajo desarrolla injurias y esclavitud, pero con los ojos, por lo general solo ve para arriba. ¡ah Guatemala! ¡Guatemala! fuimos hechos para ver para arriba.
Ante un hecho punible cometido por una persona, podemos sentir el mayor odio y al momento después compasión. Es solo cuestión de tiempo. Ratos somos sombra y otros luz.
Gustamos de parar las orejotas ante cualquier disputa o acontecimiento siguiendo a los que están a favor y a los que están en contra y al final exclamamos despectivamente: “tonterías son cosas de niños”. Pero si uno de los afectados es nuestro amigo o pariente: este tiene la razón. Preferimos la mentira a la verdad descubierta.
En cualquier querella, ensalzamos más el talento del que defiende con vehemencia una causa que no el que se reconozca la verdad, Nuestros políticos son sagaces, en sabiendo lo verdadero y lo falso, lo bueno o lo malo, se inclinan a la mentira, el engaño y el fraude, pero con gracia y cinismo y eso nos gusta y nos da pauta para reírnos de la vida.
Tremenda pasión es esa que nos mueve a estar por dentro siempre sobre los demás, por las buenas o por las malas. Bromista, siempre listo a la burla, vemos la justicia semejante al viento.
Los acontecimientos pasados, en la mente del chapín se vuelven antigualla, estamos programados como el periódico, a contener sólo las noticias del día y a buscar las de mañana.
Los chapines nunca nos ponemos amarillos como el nance cuando se nos dicta sentencia, ponemos signo de interrogación y sobresalto y tantito nos decimos. “Yo culpable, el juez se equivocó, lo corrompieron”.
Si se nos agarra infraganti, ponemos los músculos de la cara tensos y a punto de vómito, y el que está en la escena luego de la cólera y sentir repugnancia, le entra honda compasión. Por eso no tenemos ojos fulgurantes y bebemos para que agarren brillo, de tal manera que las noches nos reaniman, los días nos deprimen.
Cuando alguien nos hierve la sangre, sin saber de dónde nos nace, nos surge la rabia y lo peor, cuando nos arrojamos contra el otro que no nos ha causado daño alguno, invocamos a Dios en ayuda, y luego, con el alcohol actuando como esponja, tratamos de secar lo que hicimos.
Nuestros jueces de las cortes nacionales, tienen ojos endiabladamente astutos, de ave de rapiña para escudriñar las miradas venenosas y remilgadas de los acusados y sacarles lo que esconden detrás de la niña y la bolsa, ya que su ambición avanza más rápido que el juicio.
Un día un abogado me hizo un comentario: -Ustedes tienen la vida de los hombres en sus manos pero ¿sabes acaso lo que es tener la muerte uno en sus manos y hacer con ella lo que a uno se le antoje?
¡No! – le respondí.
Y en medio del silencio nos echamos otro trago. Yo con la vida, él con la muerte. Ambos en medio de trágicas contradicciones, él obrando como si la muerte de su protegido fuera inminente, yo como si nunca fuera a ocurrir ¡salud!.
Nuestro abogado es otro personaje del gran teatro de la justicia que lleva marcadas en la frente las palabras del gran Lactancio “Como todo sea incierto, o hay que creer a todos o a ninguno” y a partir de eso, va fraguando su actuación y buscando en quién creer y por eso su mirada es oblicua, mira al lado de su “defendido”.
Nuestro abogado siempre camina con paso rápido en las salas de audiencias como para estar fuera de peligro y para que la gente no se ponga pesada. Nunca pasa al lado del fiscal, es de mal agüero y puede creerse que lo está sobornando, eso para después.
Cuando la cosa se le pone dura al abogado, lleva a su defendido ante el juez, para que llore, clame suplique, pero los jueces no cambian tan fácil de canción, sino es a través de algo a cambio, son como las rockolas, tienen su fichero y menús de canciones. Y al llegarse el veredicto, la prensa entonces ladra, los noticieros chillan, pero al día siguiente… arrancan cosas nuevas. La sentencia…se olvidó.
Los abogados se vuelven psicólogos por necesidad, en cuanto le echan la mirada encima a un potencial defendido, al punto notan por donde flaquea, calculan y sueltan los honorarios y al decirle el sí, se les tiene que llevar a cuestas.
De tal manera que en nuestro imaginario y en la realidad, la justicia si tiene vista: las transgresiones no son reconocidas, y las malas obras permanecen vigentes. La justicia sólo es una chispa de ceniza.

Punto cuatro: entre nos ¿Gobernarnos?
En los principios de nuestra República, vino un largo período de crecimiento y enseñanza, enseñanza en la producción pero no en el estilo de vida, este se deterioró. No hubo educación, el espíritu basado en la tolerancia e igualdad, se esfumó entre nuestra ambición por la fortuna. No ha habido nunca democracia. De eso hablan nuestras historias, crónicas, burlas y chistes cotidianos.
Luego tuvimos otro siglo de ensayos imaginables de justicia para obtener una vida pública que favoreciese a todos y nuestro esfuerzo culminó en lagunas de sangre, en firmas de hipocresía que llamamos acuerdos de paz, a provecho de los firmantes; buenas intenciones, botín para los dirigentes de los bandos, que sobrevivieron la bravuconada.
El Estado lo vemos como un protector, como un favor, una dádiva, no como un derecho en busca de una verdad y el desarrollo del prójimo.
El Estado persigue una vida verdadera donde no se marchite la belleza del desarrollo humano pero los gobernantes no lo ven así. Los gobiernos han estado rodeados por una niebla negra donde se ocultan los de turno, como unos gusanos en la manzana.

Nos encantan las recomendaciones no las soluciones, la justicia va sobre casos no sobre culpables, a estos, la edad los ha de matar. Con la prevención pasa lo mismo, se entiende como prevendas. Nos gusta buscar, entender o al final inventar los determinantes, pero siempre nos hemos quedado cortos en la determinación para ejercer la justicia y el buen gobierno.

En opinión de los políticos, el problema no es el sistema, son los ciudadanos y las instituciones privadas que no cumplen y menos entienden.

El problema del gobernar, el ciudadano lo ve en que no se gobierna para todos, sino para determinado sector. Dictamen, pronunciamiento y fallo se encuentra no en poder del Estado sino de “otros” y de esa manera, vivimos dentro de una negación absoluta de la democracia. Ante esto hay un proceso institucionalizado, tolerado y abierto de despojo de derechos, de compra monopólica de la justicia y de su aprovechamiento perverso.

Las dificultades y trampas que tenemos para acceder y consumir derechos, es un problema que incide en nuestro comportamiento y conducta y como no vemos respuesta a su satisfacción ni castigo en los que incumplen, tomamos las causas en nuestras manos. Cada chapín nos hemos convertido en jueces de nuestra causa y en eso terminamos, en delincuentes.

Los códigos de conducta social establecidos para el buen gobierno, son violados tanto por la sociedad civil como por las autoridades de hacer justicia. Hasta los niños tienen derecho en eso. Y en cosa de obligaciones, somos vientos que soplamos en todas direcciones, menos en la debida.

Tenemos códigos, piezas que establecen línea y ámbitos de acción, interpretación y mecanismos de actuar, todo eso a pesar de ser bueno, se usa de forma inexacta e injusta y el que puede lo embadurna de monedas, el que no, se lo pasa a tuto sin encontrar solución a la pesada carga que lleva.
A la gestión de gobierno, lo que le hace falta es una agenda de transformación pero no se sabe quién debe hacerla y cómo, mejor dicho nadie quiere hacerlo; quién sabe si el día de mañana lo que aprobé, me guillotinará a mí.

Es obvio basados en la evidencia, que el ejercicio de gobernar se centra en la justicia, en las desigualdades, funciona haciendo upa al mejor postor y no al más necesitado.

No hay fuego y foro igual ante casos similares, hay de diferentes tamaños y gustos acordados de acuerdo al viento de los intereses. No nos gusta la monotonía de la norma de buen gobierno, por eso jugamos con ella.
Hasta donde abarca nuestra historia, las mujeres son las víctimas más frecuentes del mal gobierno. Pareciera que desde siempre se ha prohibido que las mujeres tengan la razón, aun ante hechos consumados comprobados. Las mujeres son impuras ante el imaginario y por lo tanto, llevan culpa aún antes del juicio y dentro de la justicia y de sus derechos.
La regla del silencio se le aplica a las niñas desde temprana edad, se continúa en el noviazgo y adquiere su plena madurez en la vida adulta. Se le juzga entonces desde el momento en que se casa hasta el mínimo detalle y nunca tiene la verdad, aunque tenga la palabra y la prueba en mano. Las hijas de Eva siguen siendo maldecidas.
Al hombre cargado de preocupaciones no le va también en la feria. La justicia y el gobierno ante un pobre, no indaga tanto, pues el gobierno no padece de hambre de justicia sino de pobreza, por eso no va más allá de lo que la prudencia de los intereses del más poderoso aconseja y de lo que requiere que haya en la disputa.
En la mente del que manda siempre hay dos cosas claras: cuando el amo es duro, le temen, lo respetan y trabajan, cuando se muestra débil le echan la soga al cuello y ellos bailan a su son. Pero en nuestro caso las voluntades se compran, siempre hay dispuestos a pagar y otros a recibir.

Cada gobierno, sea de la familia, sea del Estado, es una empresa quijotesca, dependiendo de lo que crea el juez y jefe, de su humor y del propio beneficio que pueda sacar de esa aventura, se dicta la acción y la sentencia.

Punto cinco: entre nos ¿y el final?
Aquí las cosas se embrollan, sólo saco en limpio pocas, pues cada quién, cada grupo, etnia y región lleva las suyas y no son tan comunes.
En lo que todos parecemos concordar es que somos una bestia, la gran bestia de historias y evangelios. Preocupados por consumir como nos ordena la globalización, nos olvidamos del vecino y por tanto de la política y además de eso de los valores. Somos seres de lo más individuales, solitarios y olvidadizos del “otro”.
Los guatemaltecos somos desconfiados e incrédulos; vemos primero lo malo y si da tiempo lo bueno. Por eso conservamos distancia, no permitimos demasiado atrevimiento.
Por tanto, por más que las leyes nos digan que somos iguales, no tenemos iguales derechos y parece que eso nos lo hemos creído o han hecho creer, porque apenas tratamos de probar, viene la patada.
Entonces quién gana es él que cree en él – se nos ha dicho y para creer en uno, uno tiene que tener un padrino. Desde el nacimiento y en cada etapa de la vida, el que no lo tiene le irá en feria.
El padrino siempre es poderoso, es más que yo, más que los míos y por lo tanto es a través de sus ojos, de sus oídos, de digerir su forma de vivir hasta indigestarme, que aprendo y con el tiempo me transformo en fantasma de él. El ángel de la guarda lo sustituimos por el padrino, hombre fogueado en los infiernos y conocedor del mismo.
Al padrino se le admira por ser fuerte: fuerte en todo sentido, con la palabra, con los hechos, con la bolsa, con las mañas. Siempre está de su lado la justicia aún sin razón, siempre el mundo a su favor y sobre todo nos obnubila su intenso deseo de vivir y que le permita dominar, tomar a su antojo cosas, hombres y placeres.
En la sociedad guatemalteca, aun todo lo que nos rodea es patriarcal; el hombre grita, vocifera se pelea, dispone, la mujer acata, su dolor solo la ensordece a ella, mientras sus sufrimientos la asan en las brasas del silencio. Apenas está adquiriendo su derecho a la independencia y su soberanía.
Y que podemos decir del Estado. Primero, no elegimos, ese es un derecho de pocos. Seleccionamos, de entre lo que nos dan otros, sin que tengan que decirnos el por qué y el cómo los eligieron, lo hicieron por nosotros. Esos otros son los que ejercen el gobierno no los que nosotros seleccionamos. A eso, en otras naciones le llaman un sistema perverso, nosotros le llamamos, no sabemos cómo, ¿política, venta de soberanía?
Lo más triste de nuestro mundo político es que los que lo manejan son invisibles, y cuando saltan a la luz, caen ciegos, pero el mal ya lo hicieron. Los políticos y los gobiernos se han hecho invisibles, sus logros solo los bancos los conocen.
En el control social, lo único visible es lo sindical. El poder perverso genera la compra venta, salpica a los pocos líderes sindicalistas, que pasan a ser comerciantes y si pueden políticos a la vez. Son los hombres en la sombra, que hacen presa del gobierno por zarpazos, que legalizan su cacería en los llamados pactos colectivos y a quiénes se les usa para mediar con lo social, con el populismo social y proteger de la vista pública a los de arriba. Lo sindical también se ha vuelto un poder perverso.
Y la justicia, ¿puede meter a la cárcel a esos mundos perversos?; pues resulta que no, porque tienen y son guardianes de las llaves que conducen a ellas. No hay un orden social, hay un orden criminal, por tanto ellos mandan.
Y los resultados: el modelo mundial se repite a nivel nacional: naciones enriquecidas, pueblos empobrecidos; grupos nacionales cada vez más enriquecidos, poblaciones más empobrecidas. Nuevos órdenes bajo control, que empiezan a desquebrajarse para bien o para mal. Sólo el tiempo dirá, si el guatemalteco sigue expulsado finalmente como sujeto de su historia.
Fin en el mismo lugar y a la misma hora.

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