Por: Giovany Emanuel Coxolcá Tohom
La máquina del tiempo ha existido en la imaginación de H. G. Wells, en Terminator, en Dragon Ball Z y en Volver al futuro, se me han de escapar otros referentes de la ficción. Mientras nadie pueda construir un vehículo o encontrar pasadizos para viajar al pasado, o al futuro, debemos conformarnos con realizar esta hazaña por medio de los libros.
Sin embargo, la expresión “conformarnos” quizá no sea la más apropiada, a menos que tengamos la intención de subvalorar el alcance y el poder de las palabras, algo a lo que jamás he estado dispuesto, pese a la atroz hegemonía de las redes sociales.
Aunque no renunciemos al poder de las palabras, debemos reconocer las dificultades para acceder al pasado de cualquier cultura, y, para adentrarnos al de las civilizaciones que habitaron y florecieron en nuestro continente, se multiplican. En toda construcción de la historia de un “pueblo” intervienen factores y motivaciones de distinto orden. Por ejemplo, no es lo mismo leer los acontecimientos de la segunda mitad del siglo XX en los libros de Ricardo Falla que leerlos en versiones de quienes en algún momento se dedicaron a asesorar a la G-2, o de plano, a arrancar orejas.
Partiendo del párrafo anterior, podemos preguntarnos, ¿quiénes escribieron la historia de las civilizaciones americanas a partir de la época colonial? ¿A qué estrato social pertenecían? ¿Qué buscaban perpetuar? Si todos los libros de historia son aproximaciones parciales al pasado, los registros del “Nuevo Mundo” son acercamientos inciertos. No hay individuo capaz de objetividad plena (dejaré el pleonasmo) cuando se propone historiar o escribir el pasado.
Serge Gruzinski, con La máquina del tiempo, (una publicación del Fondo de Cultura Económica) nos aproxima a este tema, a veces de actualidad y a veces discutido hasta llegar al hastío. A diferencia de otros libros, este es de una generosidad que los lectores agradecemos: sabe mantenernos interesados, desde la primera hasta la última página. Los nombres de personajes y las fechas no abruman. Esto debería ser un mandamiento para el historiador con intenciones de llegar más allá de anaqueles olvidados o circular únicamente entre especialistas (¿otro pleonasmo?).
El libro de Gruzinski no busca llegar únicamente a un público especializado. En sus páginas encontramos respuestas a preguntas qué nos hemos hecho y seguiremos haciéndonos, mientras no permitamos que otros piensen por nosotros. El profesor de segunda enseñanza, los universitarios de primer ingreso y quienes cultivan el hábito de la lectura podrán adentrarse a sus páginas sin temor a perder el tiempo.
¿Cuáles son las razones que nos impiden renunciar a los libros? No es el olor de las páginas, el título o el diseño de la portada. ¿De dónde proviene, entonces, esa fuerza que nos atrae? A estas preguntas se han dado toda clase de respuestas, desde lúcidas y razonables hasta descabelladas y poéticas. Cualquiera puede aventurar una en Facebook o en los estados de WhatsApp.
En mi caso, sería mentira decir que el título de Gruzinski no me sedujo. Por suerte, la lectura fue enriquecedora y me aclaró varias dudas personales acerca de cómo y quiénes escribieron la historia de las civilizaciones prehispánicas.
Para quienes tengan interés en discutir si Europa se ha encargado de escribir la historia del mundo o no, pueden adquirir La máquina del tiempo, un libro sin relación con H. G. Wells, Terminator o la Corporación Cápsula.
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