Álvaro Montenegro
Escritor

No es fácil hablar de la pandemia. El año pasado nos derrumbó una pesadez imprevista al punto de que nos acorraló la paranoia, la desesperación, la congoja y los deseos de lanzarnos desde un quinto piso. Puedo decir que el poemario que hoy presentamos es por ratos triste, con agonías, aunque con la tridimensionalidad de las mejores obras, las que alcanzan un contrapunto, una contradicción entre la miseria y la belleza y el amor. Mucho amor. En una dedicatoria de un libro familiar, luego de una muerte violenta, mi bisabuela escribió: en estos tiempos duros debemos amar más. Esa idea me deja este poemario pues entre pantallas, soledades e insomnios, Carolina Escobar Sarti conjuntó 76 poemas en los “Diarios de saliva y encierro” (publicado por F&G Editores este 2021). Este libro es un auténtico diario con fechas precisas en las cuales uno de lector puede conectar con esas horas que avanzan lentamente como gotas gordas que no terminan de caer de las cornisas, evocando aquél cuento de Cortázar donde las gotas terminan inexorablemente en un colapso.

La escritora logra darle complejidad a este asunto. Saca la pandemia, a la que ella le llama peste, de un contexto atosigado hacia una visión universal. La extrae del plano noticioso y facilón. Le da contenido agrupando los recuerdos de los cumpleaños en pantallas de zoom (el 30 de marzo nos dice “tengo miedo de que todo se vuelva virtual / que estos sean los parques donde se mezan / los niños del futuro”). Hay una añoranza que vemos el 25 de marzo cuando ella palpa la sal “para recordar el mar que besará la playa”. Así, en otros textos se sienten las noches largas sin compañías viendo las películas guatemaltecas que reventaron en esos meses, entre oficios domésticos cansados y el privilegio de quedarse en casa. Resalta también a los pobres, a quienes la peste los alcanzó durmiendo en las esquinas. El 5 de abril en el poema El Hambre, aparecen las banderas blancas en las calles siendo ondeadas por las personas descalzas sin empleo. Nos dice Carolina: “La vieja idea del pensador / convenció a los siglos / sobre la existencia / de amos y esclavos”. Evoca la cotidianidad de las compras del supermercado que se volvieron escalofriantes con desinfectante y jabón. El 25 de marzo, leemos que nos colocamos “los guantes para morir con las manos limpias”. El pánico nos ha llevado a considerarnos, como nunca, unos cadáveres en potencia.

Acepto que me causó dureza vivir el libro pues pernoctamos en una tragedia viva que no termina. No sabemos si va a finalizar o cómo finalizaría, menos en Guatemala, en donde el clima desgarrador somata día y noche y es lamento tras rabia tras frustración. Se refrescan también los buenos episodios, la intimidad de la pandemia entre un comedor y una cocina y uno o dos acompañantes que son la familia, lo que queda entre el matorral de la incertidumbre. Los primeros meses de la peste fueron un cúmulo de conspiraciones, de incredulidad y de terror. Muchísimo miedo prestando atención a los datos que se convirtieron en este diario, el 13 de abril, en lo que ella llama “la nueva poesía de la peste”: que el virus avanzó, no sé quién se contagió, ya cerraron el país.

Yo no viví esos meses en Guatemala, sino en la ciudad de México donde me tocó observar de lejos a mi tierra y a mis parientes mientras yo me hundía en un quinto piso con ansiedad de volver o quedarme para siempre. Esos segundos pausados volvieron a mí al leer este libro que es una prueba de que la poesía retumba a pesar de los cataclismos y de los hitos de este planeta en decadencia ecológica y política pero con un espíritu fogoso en almas como las de Carolina, quien además de plasmar en escritos la poesía propiamente dicha, lo hace en su vida, en su oficio de luchadora compasiva por las niñas, las mujeres, que le arrebatan el sueño y que también se observan en la obra, en la fragilidad de la violencia y en la fuerza que implica el renacer de la justicia. Vemos en el libro, también, a George Floyd el 25 de mayo, cuatro días antes del cumpleaños de su hijo, a quien le celebra su existencia.

Diría que es un libro que provoca tristeza pues no son días sencillos. Mucha muerte nos acompaña, más que otras veces. Hay una sordidez en el ambiente que se percibe en los poemas, en el calendario, en el avance de la peste que va inundando como oscuridad o nubes pasmosas, como esa cuestión inentendible que ocurre en el cuento La Casa Tomada de Cortázar, esa cuestión soberbia y temerosa que nos gana nuestros pequeños espacios hasta derrotarnos y quedar como momias entre las chamarras de la desgracia. No quiero ser pesimista, ni mucho menos, es solo que el libro nos punza con tantas fatalidades que nos han quedado ensartadas este año y pico; este terremoto que no acabamos de asimilar (el 11 de abril la autora lo confirma: “ha quedado la marca de la peste”).

Estos dolores despiertan la añoranza por los minúsculos instantes cuando salíamos a tomar un café o al cine o a comer una pizza con dos o tres amigos. El cumpleaños 97, el 21 de abril, lo vivió Carolina lejanamente de su madre. ¿Cuánta gente no se volvió a visitar?, me pregunto. Aún ahí, en esa tristeza, Carolina, el 6 de abril reclamó el “derecho a la alegría” en un tiempo en el que, para ella, “la rutina se ha vuelto un acontecimiento”. Y por eso ella le canta a la “esperanza inventada”, tan necesaria en nuestro país (“Guatemala no es un país / sino siempre una lágrima”, nos dice la poeta), un lugar donde la luz no se observa, no hay realmente una luciérnaga que vuele hacia la tranquilidad. Carolina conjuga con filosofía este gran momento, con un dardo al pecho en medio de este mundo demasiado insensible y lleno de formalismos. Nos deja con la esperanza inventada, plagada de ficciones. Es decir, una alegría desde adentro. Por eso cité un par de veces a Cortázar pues retengo las palabras de un amigo que me decía que cuando leía a Cortázar era feliz. El libro de Carolina, al terminarlo de leer, contrario a lo que he venido diciendo, a mí me dejó feliz. Feliz de haberlo leído, feliz de estar acá, con ustedes, compartiendo poesía en medio tantas tinieblas.

 

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