Vicente Antonio Vásquez Bonilla
Escritor
-¡Atención, atención! -Indicó el señor juez, después de golpear el escritorio con su martillo- Este tribunal está listo para dictar sentencia.
El silencio reinó sobre el recinto. El Fiscal, el abogado defensor, los miembros del jurado, el personal de seguridad, el público asistente y, desde luego, el acusado. Estaban a la expectativa. Después de un largo y complicado juicio, por fin se conocería el esperado desenlace.
-Después de un exhaustivo análisis de las pruebas presentadas y de las deliberaciones respectivas, -indicó el Juez- los Miembros del Jurado, han encontrado al acusado, culpable de tres crímenes. Es posible, que haya cometido más transgresiones de lesa humanidad, pero con los tres comprobados, es suficiente para dictar sentencia; que sirva de lección preventiva a la sociedad y que el acusado pague sus malvados actos.
Mientras transcurría varios expectantes y silenciosos segundos, el reo se justificaba pensando: “Todo lo que hice, fue para poder sobrevivir, no me quedaba de otra, la necesidad me obligó a ello”
-Bien -indicó el Juez-, comprobada su responsabilidad y autoría en tres muertes de adolescentes: el homicidio de un joven que trató de evitar que le robara su teléfono celular y la de dos señoritas, víctimas de viles y reprobables femicidios. De acuerdo con la Ley que rige en nuestro medio, se le sentencia tres cadenas perpetuas inconmutables, una por cada crimen.
Mientras un murmullo invadía el recinto y los periodistas hacían relampaguear los flashes de sus cámaras; el acusado reía para sus adentros y se decía: “Qué bien, ¡asunto solucionado! Yo luchando por subsistir y ahora la sociedad a través de una de sus instituciones, me premia dándome hospedaje, alimentación, seguridad y atención médica de por vida. Lo único que no puede hacer esta pinche humanidad, pues aún no ha encontrado los medios para hacerlo, es garantizarme el usufructo de las tres cadenas perpetuas; pues, solo disfrutaré de una, ya que no tengo siete vidas como los afortunados gatos y la ley, tampoco me permite heredarles las otras dos cadenas, a otros de mis pobres compañeros, que están cumpliendo únicamente condenas de veinte o treinta años de cárcel y que luego, ya viejitos, serán echados a la calle y sin jubilación. ¿Qué harán los pobres para sobrevivir? ¡Injusticias la Vida!