Max Araujo
Escritor

Un universo de colores y olores caracterizan al Mercado Central de Guatemala. ¡Una fotocopia del país! Personas van y vienen, unas en la pena y otras en la pepena. Algunas en compras de productos varios y otras para dar gusto a sus apetitos culinarios. Unos ejércitos de hormigas humanas recorren sus pasillos, a los lados o de arriba abajo, de abajo arriba. Cada una en la suyo, como debe ser.  Recuerdo haber leído en una entrevista realizada a la argentina Ana María Pedroni, madre de Sergio Valdez Pedroni, ambos reconocidos críticos de literatura y de cine, que conoció de dicho mercado en las letras de Miguel Ángel Asturias, mucho antes de conocer Guatemala.  Desde entonces supo que esta sería su tierra definitiva. No le defraudó la descripción de nuestro premio Nobel.

Mis primeros recuerdos ligados a ese desplazado epicentro del mercadeo, lo fue desde la fundación de la Nueva Guatemala de la Asunción hasta ya avanzado el siglo veinte,  se remontan a cuando  siendo niño, con el éxodo familiar de mi primera patria, San Raimundo, hacia la capital, habitando ya en la Quinta Samayoa, cuando esta era parte de la periferia de una ciudad que iniciaba sus tanteos para convertirse en urbe, mis padres nos llevaban ocasionalmente a dicho mercado: compra de ropa e insumos para nuestra casa. Estoy hablando de los años cincuenta y sesenta. Una grapetía, unos tacos y unas tostadas, eran suficientes para nuestras gulas. Las recreo en mi paladar.

Desde esos años inicié un romance con el Mercado Central que se mantiene y que crece en la medida que crecen mis recuerdos. Quizás en mi subconsciente estuvo presente esa querencia, juntamente con la de la sexta avenida y El Portal, para cuando propuse la creación de la Casa de Cultura del Centro Histórico y el festival cultural del mismo. ¡Son huellas de nuestro camino!

De los entresijos de mi memoria saco algunas llegadas memorables: Tuvo que ser a finales de los años noventa del siglo pasado, cuando Mario Monteforte le solicitó a Efraín Recinos que nos diera a un grupo de amigos una explicación de la serie de paneles que, con el nombre de Difusores Acústicos, este reconocido artista de la plástica puso en las paredes laterales del auditorio del Conservatorio Nacional “Germán Alcántara”, situado en la quinta calle y tercera avenida del Centro Histórico de la Nueva Guatemala de la Asunción. Entre los asistentes estuvimos Monteforte, Jorge Álvaro Sarmientos, Pepo Toledo, William Lemus, Rodolfo Abularach y este cronista del pasado. Llegaron otras personas, ligadas también al mundo cultural de Guatemala.

El día y hora señalada recibimos una explicación extraordinaria, similar a la que se encuentra en el documental que con el mismo nombre de los paneles se filmó, con el patrocinio de la fundación Mario Monteforte Toledo unos años después, en el que los protagonistas son Efrain Recinos e Igor Sarmientos. Se presenta un conversatorio entre ellos.

Efraín contó que los paneles los realizó en 1995 a petición de un club rotario – este hizo trabajos de remodelación en el edificio del conservatorio indicado-, para proveer de una mejor acústica al auditorio, que carecía de palcos, siguiendo una tendencia de los años cincuenta que creían que estos eran innecesarios. Se demostró después que estos mejoraban el sonido en los teatros. Pero Efraín no solo hizo los paneles, sino que simuló que estos eran palcos, sobre los que pintó a 89 artistas, entre estos a 19 mujeres, como la bailarina Isadora Duncan, la escritora francesa Fidonie Gabrielle Collette y las pianistas Clara Schumann y Georgette Contoux de Castillo.

Los personajes que incluyó, favoritos del artista, fueron incluidos con figuras que hacen referencia a sus obras o a sus vidas. Algunos de estos son Leonardo Da Vinci, Vincent Van Gogh, Antonio Vivaldi, Wolfgang Amadeus Mozart, Frédéric François Chopin, Miguel de Cervantes, Salvador Dalí, Aram Khachaturian, Edward Duke Ellington, George Gershwin, Georg Friedrich Haendel, Giacomo Puccinni, Alban Berg, Francisco de Goya, Federico García Loarca, Francis Poulenc, Paul Hindemith, James Joyce, Franz Joseph y Ludwig van Beethoven, quien tiene el retrato más grande de toda la obra.

También pintó a artistas guatemaltecos, entre estos a los pianistas José Arévalo y Manolo Errarte y a los escritores Manuel José Arce y Miguel Ángel Asturias, pero también realizó dibujos sobre asuntos personales de él, como una escalera, una silla, que tuvieron un significado para su vida. La explicación duró aproximadamente dos horas. Al terminar Efrain nos propuso que lo acompañáramos a almorzar al mercado central, a uno de los comedores del que era cliente asiduo. Lo que hicimos la mayoría con agrado.

Fue una velada extraordinaria, que repetimos en otras ocasiones con él y con Monteforte Toledo, ya que a ambos disfrutaban de los platos de comida nacional en dicho lugar; ocasiones en las que se conversaba sobre temas variados, se hacían bromas y se planificaban eventos. Una de ellas fue cuando el crítico literario Noé Jitrik, su esposa Tununa Mercado, y un hijo de ambos, llegaron a Guatemala, ocasión en la que Monteforte les propuso un almuerzo en el Mercado Central, indicándoles que tendrían un contacto diferente con la comida de Guatemala y sus habitantes. Nos extrañó el hablado del joven que nos atendía, hasta que le preguntamos.  Era un italiano, novio de una de las hijas de la dueña.

Recuerdo también de las visitas para comer en el mercado central que tuvimos con escritores venezolanos, a fines de los años ochenta y principios de los noventa, cuando Cipriano Fuentes, agregado cultural de la Embajada de Venezuela en Guatemala, su anfitrión, preguntaba si querían comer en un restaurante o en el mercado central, siendo que algunos de estos como José Balza, Salvador Garmendia, Yolanda Pantin y Denzil Romero, optaron por hacerlo en ese lugar. Recuerdo también la entrevista con Marco Augusto Quiroa que María Arranz, en una serie de grabaciones relacionadas con artistas guatemaltecos, para canal cinco, que se hizo en los años ochenta en dicho mercado.  Estuve presente.

Y como olvidar la comida que hicimos con el extraordinario José Barnoya y la periodista Ingrid Roldan, motivo para un reportaje.

De entre las recientes comidas en el mercado central recuerdo la que tuvimos en julio del 2019 con Paco Ignacio Taibo II y Cesar Médina, encargado del Fondo de Cultura de México en Guatemala. Taibo es el Gerente General de esa editorial y llegó a Guatemala para presentar en la Filgua de ese año la novela “Réquiem por Teresa” de Dante Liano. La visita la hicimos después que ambos funcionarios de la Editorial hicieron entrega a la Biblioteca Nacional de un lote de libros, un pequeño escenario y otros bienes, para ser utilizados en la Sala de Niños que fue remodelada ese año por el Viceministerio del Patrimonio Cultural y Natural. Hoy luce hermosa. Fue un trabajo comunitario.

Aceptar las invitaciones, para almorzar en el Mercado Central, de mis amigos Haroldo Requena, -uno de los escritores guatemaltecos cuyos libros serán lectura obligatoria para sociólogos y antropólogos del futuro, cuando estos estudien los movimientos sociales de los convulsos años ochenta de las barriadas de la periferia de la ciudad de Guatemala-, y de Hugo Dionicio, son un lujo que acepto con gusto, y que renuevan mi alegría por la vida.

Curioso que nunca comimos en el Mercado Central con Carlos René García Escobar y con Celso Lara. Sí lo hicimos en otros lugares.

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