Por: Ángel Elías

Es innegable que este cuento, De cómo Guadalupe bajó a la montaña y todo lo demás, se balancea entre la tragedia y la comedia. Esboza sonrisas de incredulidad ante lo que se lee. No le daré mucha vuelta al asunto. El cuento narra la historia de un grupo de hombres que tienen una idea para conseguir dinero: secuestrar el lienzo de la Virgen de Guadalupe, pero la parte increíble del relato es que lo logran.

El escritor Ignacio Betancourt escribe este relato y retrata a la sociedad mexicana de la década de 1970. Podemos imaginarnos la vida de los protagonistas: Pifas, Revlón, el Trompas y el Caguamo, sus habitantes que sobreviven en un universo lleno de contrastes. “En la esquina de General Arteaga y la calle de la Constitución hay una cantina que se llama La Montaña”, comienza el cuento y el lector a partir de esa descripción no deja de imaginar los lugares que los protagonistas visitan. Los dilemas que se enfrentan en su día a día y los retos que representa vivir en la marginalidad.

Desde las cantinas, las calles o la cárcel estos personajes crean y planean sus futuros con el límite que puede darles su visión de mundo, lleno de recetas mágicas de la abuela para blanquearse la piel o chismes de tragos. “Y el Pifas platica de cuando la bisabuela Juana le decía que tomara caldo de tlacuache blanco. Mueles los huesos. Cuando haya luna llena te los bebes. Verás cómo se te quita lo prieto”. La vida transcurre así, entre ocurrencias que parecen reales. Se logra imaginar aquellas colonias populares que rodean la Ciudad de México, antes conocida como Distrito Federal, “El Deefe”. Su forma de hablar que hasta parece un idioma diferente que deja alguna cara de extrañeza cuando no se tiene costumbre de escuchar aquellas expresiones: “Era un domingo del mes de enero con todas las calles llenas de tiras de papel crepé. Y banderitas de papel de china. De muchos colores. De lado a lado de la calle. De esquina a esquina. Los adornos ocultan el cielo. Mejor dicho, hacen un cielo más cerca de Es, la fiesta del patrono del barrio. Un santo con cara de mujer. Y taparrabo. Y todo lleno de flechazos. En la doctrina les cuentan a los niños que los romanos fueron los que se lo ajusticiaron”.
Entre la marginación y la desigualdad que se lee en el relato siempre hay tiempo para la feria, la alegría, momento clave en el relato y que les cambia el destino. “Y el Trompas, alardeando de su buena puntería disparaba cada vez de más lejos. Que pa’que vean güeyes. Cada vez más retirado. Pa’demostrar la chingonez. Más lejos. Más. Hasta que se perdió con todo y rifle. Nomás dijo ya se acabaron las municiones y se fue. La gente al mirarlo venir con el arma rápido lo dejaba pasar. Fácil huyó”. Claro, la policía atrapó a los compinches, pero no al Trompas.

En la cárcel, donde el tiempo se comporta de manera caprichosa, no se estira y tampoco se encoge, aparece el plan maestro, que en su aparente sencillez retrata la complejidad de todo un pueblo devoto a la virgen morena, la patroncita de América Latina. “Bueno mi Pifas dinos a quién. Ustedes nomás ténganme confianza. Yo ya lo pensé y lo repensé. Lo planié todas las noches en la celda. Antes de dormirme. Cuando sentía más frío. A ver cómo la ven ustedes. Vamos a secuestrar a la Virgen de Guadalupe. A la reina de México. Sí. A la de la basílica allá en la capital”.

Claro, a cualquiera se le hiela la sangre en solo pensar en un secuestro de tal magnitud. No puede ser algo sencillo, pero parece que sí lo fue, por lo menos eso aparenta: “Llegó al altar mayor acompañado por dos trabajadores del templo. El Pifas y el Caguamo con bata y casco y botas y la boca seca. Reseca. El miedo es cabrón. Resequísima. Con solemnidad y siempre bajo las indicaciones del padre Revlon. Los ayudantes hicieron su trabajo. Las manos. El pulso. Los latidos. Fríos. Sudados. Temblorosos. Laboraron. Afuera el auto robado fumaba con impaciencia. Lentamente la virgen comenzó a bajar del altar mayor a la Montaña”.

El relato continúa, y la virgen en su silencio forzado pone en vilo a todo un país. Los amigos, en su marginalidad encontraron el escondite perfecto.

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