La enseñanza médica y la atención clínica, luego de más de tres siglos, sigue teniendo su base en lo mismo. Foto la hora: Ap

Alfonso Mata

La enseñanza médica y la atención clínica, luego de más de tres siglos, sigue teniendo su base en lo mismo: el cuerpo funciona como una máquina o si se prefiere al revés y la enfermedad viene a ser una avería en el funcionamiento de alguna de sus partes, que en consecuencia produce que no funcione bien o que pare de funcionar la parte dañada. La tarea entonces del médico, es detener el daño o reparar o sustituir las partes dañadas. En la actualidad, a ese concepto se ha añadido el de autorreparación: probabilidad de actuar sobre el diseño de órganos y tejidos, a través de la manipulación genética, ya sea antes de que el daño se produzca o luego que eso suceda.

Tratada la salud bajo ese postulado, el trabajo del médico se reduce a buscar alivio o curación, a reparar o a quitar lo dañado y poner algo nuevo y entonces esa visión materialista del hombre en una máquina, aleja la actividad del médico como sanador. Lo aleja de considerar al hombre como un ser que se desarrolla y desgasta en medio de ambientes como son su propia psiquis, los otros y la naturaleza, olvidándose que son las interacciones que la persona tiene con esos sistemas, lo que le confiere una organización y un funcionamiento que puede permitir clasificarlo como sano o enfermo.

El mundo del salubrista es otro. Tiende su mirar hacia otro lado y momento; hacia la complicada interacción entre los aspectos físicos y psicológicos del ser humano individual y en conjunto y la relación que guarda con las características y condiciones del ambiente natural y social donde crece, vive, trabaja y se desenvuelve. Todas esas interacciones producen estados físicos y psicológicos, que enmarcan un comportarse social, que le permiten clasificar a una población como sana o enferma e incorporar el concepto de curación en este caso, como la manipulación de cosas naturales, ambientales y sociales, que faciliten el desarrollo psicobiológico de los individuos y de las poblaciones, para evitar que los potenciales con que está dotado el hombre, se pierdan o usen de manera pobre y desfavorable. En otras palabras: el salubrista vela y busca disminuir riesgos que limiten el desarrollo de potenciales humanos, a través de detección temprana y análisis de daño posible, que pueden causar anomalías ambientales y sociales y sugiere e implementa medidas para que eso no suceda. Esa es la misión de un sistema de salud bien montado.

De tal manera que sin caer en peyoratismos, el mundo del concepto salud del biomédico (el clínico, el médico) es diferente al del salubrista. Uno endereza entuertos, actúa sobre el daño que se produce en un organismo; el salubrista sobre sus causantes, sobre los hechos y acontecimientos que provocan el aparecimiento de esas anomalías que atiende el médico. Uno actúa sobre el órgano, el otro sobre su entorno.

En medio de la organización y el trabajo del médico y del salubrista, hay un tercer elemento en el significado de salud importante de considerar y es el político. El actuar político depende de la visión que se tenga no sólo de los biomédicos y lo salubrista, sino de las preferencias políticas sobre lo uno o sobre lo otro y de los intereses que persiga la actuación política: curar enfermos o evitar enfermedades o ambos. Pero eso significa claridad de ambos procesos. El clínico busca retornar a alguien a un estado de bienestar; el salubrista mantener el desarrollo de su potencial humano tanto pensando en el presente como en el futuro, pues dentro del concepto salud enfermedad, es importante considerar que lo que se daña hoy, afecta el mañana.

Por consiguiente, un buen sistema de salud, producto de un interés político social y adecuado uso científico, es aquel que atiende el proceso de salud y enfermedad de una población potencializando la respuesta coordinada y adecuada de las tensiones que producen los ambientes en los individuos, con miras a que se desarrollen los mejores potenciales humanos y actuando sobre la enfermedad, poniendo atención y atendiendo las causas primeras y sus derivados.

En la actualidad sabemos que la enfermedad con causa única es muy rara y son más escasas que las de causas múltiples y sus impactos son menores. Quiere un ejemplo, el caso de la desnutrición, la causa única que se pretende atender: alimentar al desnutrido, no resuelve el problema pues se atiende de su problemática únicamente lo que corresponde al consumo y no a sus causas previas, como son disponibilidad y acceso al alimento y desgaste de condiciones sanitarias.

Por consiguiente, hay dos formas de enfocar los problemas de salud, su estudio y solución: enfocarse solo a una parte de sus causantes y actuar sobre algunos de ellos, con la variante de actuar sobre los más mediatos, al que está en riesgo o ya dañado (en nuestro medio lo tenemos con el manejo de la desnutrición y de las infecciones gastrointestinales y respiratorias) o actuar sobre los condicionantes lejanos, con efecto más significativo, con impactos más duraderos y mejores resultados (las inmunizaciones infantiles son un ejemplo) Actuar sobre condiciones lejanas, resulta más difícil de montar e implementar y lleva más tiempo hacerlo que actuar sobre las cercanas. Por consiguiente y dada la corta vida del político como tal, las causantes inmediatas resultan ser las más apoyadas por ellos y al ser las más visibles sus resultados para la población, suelen gozar de todo su apoyo, consideración y solicitud. En ello en gran parte estriba, que en y dentro de la población, el concepto prevención no se transforme de conocimiento a actitud y práctica. Lo dicho tiene su mejor ejemplo en el caso de la desnutrición, con tremenda mala enseñanza: el alimento funciona como terapia de recuperación, reforzando la mentalidad curativa y medicalizada dentro de la población. Pero, y gracias a la malicia política, esta acción es interpretada inocentemente por la población como dadiva sin entenderse como la constitución lo manda: como un derecho y en consecuencia, se pierde la posibilidad de actuar sobre los condicionantes lejanos que dan origen a los riesgos y casos. Un tanto similar lo podemos ver en el caso de las enfermedades GI y respiratorias: el pueblo pide medicamentos.

Es pues indudable que si se quiere desaparecer limitantes que provoca la salud en el desarrollo humano, eso demanda un actuar sobre las condicionantes políticas, ambientales y sociales de toda naturaleza, que actúan como factores de riesgo y condicionantes y determinantes de freno a un adecuado desarrollo humano y en ese sentido, el trabajo salubrista sale del campo biomédico y recae en el político, psicosocial y ambiental y sus interacciones.

El mundo biomédico, desde finales del siglo XX se caracteriza por su orientación de trabajo hacia el nivel molecular, sin que eso signifique que la solución está dada, pero sí ha servido de orientación y ha establecido una nueva forma de pensar la enfermedad, manejarla y tratarla y la farmacopea se ha dirigido a este campo cada vez más. El entusiasmo biomédico actual va desvaneciendo el daño que puede causar a la salud un estilo y modo de vida, dejando cada vez más lejano y abandonado un trabajo salubrista para actuar sobre los trasfondos que está causando esas modalidades de vida sobre la salud de las poblaciones y sus impactos sociales en la salud; el mejor ejemplo de lo nefasto de esa manera de pensar lo tenemos con el gran fracaso mundial del manejo de la pandemia del COVID-19.

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